El presente de los pasados queer

Las arqueologías queer tienen como objetivo cuestionar y subvertir los discursos normativos de la disciplina.

Excavación arqueológica. Sopron, Hungría, 1983

Excavación arqueológica. Sopron, Hungría, 1983 | Fortepan / Kádas Tibor | Dominio público

Como en cualquier ámbito del conocimiento, lxs arqueólogxs han proyectado sus sesgos y prejuicios en sus investigaciones. Frente a ello, las arqueologías queer proponen revisitar los sistemas de sexo-género de las sociedades pasadas sin asumir como naturales las categorías del presente.

En 1964, en la necrópolis egipcia de Saqqara, el equipo del arqueólogo Ahmed Moussa halló una tumba con una decoración inusual. Las paredes de la cámara principal estaban cubiertas de bajorrelieves que representaban a dos hombres abrazados, cogidos de la mano e incluso rozando sus narices. El estudio del enterramiento reveló que ambos compartían el mismo cargo en la corte del faraón: eran «supervisores de la manicura real». A pesar de que las evidencias apuntaban a una relación amorosa entre los hombres, las primeras interpretaciones arqueológicas afirmaron que los gestos de afecto entre ellos se debían a que fueron «amigos cercanos» o «gemelos». En sus artículos, el egiptólogo Greg Reeder denuncia que la hipótesis de que fuesen amantes no se planteó hasta décadas después.

Existen otros casos como el de la tumba de Saqqara. En 2019, un nuevo método de estimación del sexo biológico permitió a un equipo de la Universidad de Bolonia afirmar que «los amantes de Módena» eran en realidad dos hombres. La prensa había bautizado así los restos humanos de dos personas halladas en 2009, que fueron enterradas con las manos entrelazadas y mirándose la una a la otra. La disposición de los cuerpos y la ligera diferencia de tamaño entre ambos hicieron que lxs periodistas diesen por hecho que se trataba de un hombre y una mujer que habían mantenido una relación amorosa en vida. El equipo arqueológico que realizó la excavación asumió este relato, quizá porque funcionaba como un atractivo gancho publicitario para captar financiación. Cuando, una década después, se probó que había una alta probabilidad de que las dos personas inhumadas fuesen de sexo masculino, algunos arqueólogos argumentaron que, en ese caso, los fallecidos debían de ser familiares o soldados que murieron juntos, en lugar de amantes. Sostenían que una ley del emperador Justiniano había criminalizado los encuentros sexuales entre personas del mismo sexo y que, por tanto, nadie habría enterrado en esa posición a dos hombres que hubiesen mantenido una relación amorosa.

Los enterramientos de Saqqara y Módena indican que en arqueología ha operado (y opera) la presunción de heterosexualidad: todo el mundo es heterosexual hasta que se demuestre lo contrario. Cuando en una excavación aparecen los restos de dos personas de edad similar exhibiendo algún gesto de cariño, a menudo se asume que se trata de un hombre y una mujer que, además, mantuvieron un vínculo sexo-afectivo. Si los análisis posteriores prueban que los restos pertenecían a dos personas del mismo sexo biológico, como en el caso de los amantes de Módena, entonces la presunción de heterosexualidad actúa negando cualquier relación amorosa entre ambas. En la teoría queer, esta presunción de heterosexualidad se denomina «heteronormatividad» o «heteronorma», y está relacionada con los prejuicios con los que lxs investigadorxs del presente miran hacia el pasado.

Paul B. Preciado dijo una vez, durante una charla en Buenos Aires, que «uno puede acabar siendo, no sé, doctor en Arqueología, y jamás haber oído hablar ni de feminismo, ni de movimientos anticoloniales, ni de la historia del sida […], siendo un absoluto analfabeto de las historias políticas de resistencia». No es casualidad que, de entre todas las ciencias humanas y sociales, Preciado escogiese la arqueología como ejemplo de disciplina ajena a la historia de las luchas sociales del presente. Desde sus inicios, la arqueología ha sido una ciencia muy masculinizada, situación que se ha perpetuado durante décadas dando lugar a estereotipos de masculinidad tóxica (o, mejor dicho, violenta), como el archiconocido Indiana Jones. De hecho, un estudio reciente muestra que, aunque la práctica de la arqueología se acerca cada vez más a la paridad de género, las revistas y editoriales más prestigiosas siguen estando copadas por hombres blancos, heterosexuales y cisgénero. No es de extrañar, entonces, que la heteronormatividad haya sido la norma de estos arqueólogos a la hora de reconstruir las sociedades del pasado, ya que las personas que nos dedicamos a la arqueología no somos «globos de helio suspendidos en el limbo social» (tomando prestada la metáfora de Itziar Ziga). Por el contrario, tal y como las filósofas feministas llevan décadas advirtiendo, el conocimiento se produce siempre de forma situada y la posición socioeconómica que ocupan lxs científicxs en el presente tiene un gran impacto en sus investigaciones.

La historia de la arqueología refleja muy bien esa producción situada del conocimiento. Por ejemplo, a inicios del siglo XX, cuando los que se dedicaban a esta disciplina eran principalmente hombres blancos aristócratas y burgueses, los objetos que se recuperaban y estudiaban en las excavaciones eran los más excepcionales y lujosos. De ese modo, los primeros arqueólogos produjeron discursos e imágenes protagonizados por otros hombres que también ostentaban el poder en sus sociedades, legitimando así su posición socioeconómica en el presente. Más allá de la clase, sucede lo mismo con el género y la sexualidad. La incorporación generalizada de mujeres a la investigación arqueológica durante la década de los 80 supuso el surgimiento de una arqueología feminista y de género que visibilizó a las mujeres de la (pre)historia. Estas feministas pioneras denunciaron la existencia de sesgos sexistas en los discursos producidos por la arqueología hegemónica. Indicaron que, de manera consciente o inconsciente, los arqueólogos proyectaban en los grupos humanos del pasado los prejuicios sobre el sexo y el género propios de su sociedad. Al otorgarles un marco temporal tan extenso, estos prejuicios se naturalizaban, dando lugar a la idea de que los hombres siempre han sido fuertes, agresivos y dominantes, mientras que las mujeres son débiles, pasivas y dóciles, además de ser ambos, por regla, heterosexuales (una vez más, la heteronorma).

Las arqueologías queer surgieron en la década de los 2000 para profundizar en la problematización de estas ideas esencialistas sobre el género, el sexo y la sexualidad. No se trata, como han afirmado algunas personas, del «borrado de las mujeres con efecto retroactivo». Tampoco de limitarse a rastrear a los homosexuales en el pasado, por mucha razón que tenga Paquita Salas con eso de que «¡ha habido maricones toda la historia de la humanidad!». Por el contrario, las arqueologías queer proponen cuestionar el binarismo de género mostrando, por ejemplo, que no existe un único sistema patriarcal, sino que en el pasado había grupos humanos más igualitarios y patriarcados organizados en torno a identidades y expresiones de género que no siempre coinciden con las de nuestra sociedad. Asimismo, lxs arqueólogxs queer sugieren que el ordenamiento del deseo sexual no siempre se ha articulado en torno a las categorías modernas de homosexual/heterosexual, por lo que hay que emplear estos términos con precaución para no caer en anacronismos ni extrapolar a los grupos humanos del pasado nociones que sólo están presentes en las sociedades actuales.

Por último, el cruce entre arqueología y teoría queer no se limita al estudio del sexo, el género y la sexualidad. Como sugiere Thomas Dowson en uno de los primeros textos sobre arqueología queer (publicado, por cierto, en la revista catalana Cota Zero), el objetivo de esta es ir en contra de la naturaleza normativa de cualquier discurso arqueológico. Por ejemplo, algunxs arqueólogxs han utilizado metodologías queer para desesencializar categorías ligadas a la clase social, como «plebeyo». Otrxs las han empleado para cuestionar la universalidad del modelo actual de familia nuclear. Con sus veinticinco años de trayectoria, esta versatilidad de las arqueologías queer demuestra su potencial para seguir cuestionando y subvirtiendo los discursos normativos de la disciplina. En un presente como el actual, en el que experimentamos un nuevo auge de la extrema derecha, un aumento de las agresiones contra las personas LGTBIQ+ y un cuestionamiento de las personas trans incluso desde posturas que se declaran feministas, los pasados queer son más pertinentes que nunca para entender la diversidad de los sistemas de sexo-género de las sociedades pasadas y desnaturalizar, de esta forma, las ideas desfasadas sobre el género, el sexo y la sexualidad con las que estos movimientos reaccionarios intentan oprimirnos y discriminarnos.

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