El nombre de la cosa

En un mundo impregnado de eufemismos, invitamos a tres escritoras y un poeta a compartir su metáfora arrebujada.

Visitantes a una exposisión de la Conferencia sobre Biblioteconomia y Servicios de información de la Casa Blanca. Washington D.C., 1979

Visitantes a una exposisión de la Conferencia sobre Biblioteconomia y Servicios de información de la Casa Blanca. Washington D.C., 1979 | U.S. News & World Report Magazine Photograph Collection. Library of Congress | Sin restricciones conocidas de derechos de autor

Las palabras consolidan la mirada sobre la realidad que vivimos, una realidad que, a veces, disfrazamos con nombres que no terminan de ajustarse: la nube, emprendimiento, madre naturaleza, empoderamiento, etc., son algunas de las más erosionadas. Nos aproximamos a algunas de estas metáforas a modo de ejercicio creativo y excusa para repensar las gafas con las que miramos el mundo.

  1. Sobre la belleza de las metáforas, un poema de Josep Pedrals
  2. Reinvéntate, un texto de Inés Macpherson
  3. Página 85, ejercicio 2, un texto de Cris Zhang Yu – 张婷婷
  4. Eufemismos, simpatia y literalidad, un texto de Irene Pujadas

Sobre la belleza de las metáforas

Un poema de Josep Pedrals

A menudo, la metáfora es un accidente:
la ausencia de una palabra que sirva para expresar
la propia manera de ver el momento
(o la percepción de un fenómeno concreto,
o bien la impresión que provoca un delirio…)
hace que, no pudiendo hablar literalmente,
se exprese la cosa con un término suplente,
sea el que sea.

Con analogías, uno traza un paralelo
entre lo que dice y lo que querría expresar
y esta semejanza que existe entre la lente
con que se muestra el mundo y la cosa en sí
genera un vínculo eventual y coherente.

Las nuevas palabras para el referente
dependen del campo que la lente les instile
y así la estructura crea una atadura
muy útil y a la vez novísima.

Pero en realidad, lo que es sorprendente
son las relaciones entre los dos elementos,
la gran novedad es este condominio.
Significa que la gracia del experimento
es que las palabras estaban ya desde buen principio.

Por tanto, lo que importa del procedimiento
es que es económico porque en el artificio
ya tira de palabras existentes,
es práctico porque no hace falta que precise
y en la indefinición ya hay un entendimiento,
y es muy creativo porque es el nacimiento
de alguna sinapsis que crea un idilio
entre realidades totalmente divergentes.

No obstante, si la parte creativa no está,
entonces la metáfora es solamente vicio,
es convencional, no está hecha al momento.

La gracia del juego es que sea
medio provisional, que se lo pueda llevar el viento,
que funcione dentro del orden dondequiera que se origine,
o que, realmente,
aporte un concepto tan nuevo, sorprendente,
que quede para siempre eso que nos suscite.

Así, la metáfora es puro movimiento,
quiere liberarse de aquello que la fije,
y es como nos gusta, bien fresca y reciente,
como un mero capricho.

Reinvéntate

Un texto de Inés Macpherson

«Reinvéntate», leo en la libreta que me han regalado para que aproveche esta crisis para descubrir qué puedo ofrecer al mundo, cuál es mi espacio. Es una libreta llena de colores, de recuadros, de frases motivacionales que me dan la bienvenida desde las esquinas de las páginas y me animan a pensar que mis ideas serán maravillosas y que seré una emprendedora extraordinaria. También tengo unos cuantos libros, pasos, listas y una taza que me recuerda que soy genial.

Miro la frase. Es una frase muy corta. Un verbo, un pronombre, nada más. Una consigna que se ha repetido hasta convertirse en una verdad absoluta, una obligación por donde hemos de pasar todos en algún momento, porque tal y como somos no es suficiente. Nos tenemos que inventar. Porque, al final, ¿qué quiere decir reinventarse sino volverse a inventar? Pero, ahora que lo pienso, ¿en qué momento me inventé a mí misma? ¿Me he creado? ¿Me he construido? No era consciente.

Paso página. «Tú puedes hacerlo posible», me dice un recuadro que me invita a pensar cuál es mi trabajo ideal. ¿Realmente se trata de eso? ¿O lo que debería hacer es adaptarme al sistema, a las herramientas que hay o a las que imagino que habrá? Además de inventarme a mí misma, ¿tendría que ser vidente? No lo veo claro. Mi trabajo ideal ha quedado obsoleto. Tendría que adaptarlo a esta nueva realidad en constante movimiento, que nos deja de lado como si no formásemos parte de ella. Una sociedad formada por personas que, en realidad, no existen, porque son números. «Piensa en positivo», me digo a mí misma. Ya no necesito leerlo en ninguna parte. Me lo han repetido tantas veces que forma parte de mi vocabulario. Pero no soy capaz de pensar así.

Voy a preparar café. Eso sí puedo hacerlo posible.

Página 85, ejercicio 2

Un texto de Cris Zhang Yu – 张婷婷

En quinto de primaria escribí en mi libreta: «pág 85, ej. 2. Explica el significado de las siguientes expresiones». Y acto seguido copié la primera frase hecha: «Pasar la noche en blanco». Ya nos dejaban escribir en bolígrafo para los enunciados, así que lo escribí con el boli azul. Después, cogí el lápiz y me dispuse a hojear las páginas anteriores del libro para ver en qué parte del texto aparecía esa frase y su significado. Busqué durante un buen rato entre cuadros e ilustraciones, pero no la encontré escrita por ninguna parte. Ni esta primera frase ni las siguientes del ejercicio que la seguían. Finalmente desistí: no entendía por qué preguntaban algo que no aparecía dentro del tema.

¿Sería un error de imprenta?

Al día siguiente, le dije a mi mejor amiga que el ejercicio 2 de la página 85 era muy difícil porque no aparecía en el libro. Eso, o que se habían equivocado y no iba en ese tema. «¡Pero si era el más fácil!», me dijo sorprendida. Y sin más, empezó a explicarme lo que significaban esas frases hechas. «¿¿Y dónde lo has encontrado??», le pregunté con admiración y con algo de frustración. «¡No sé! Pues de decirlas, me las han explicado en casa cuando las usamos, mi madre, mi abuela…»

Pues no, no era un error de imprenta.

En la mía, en mi casa, me explicaban los 成语 (chéngyǔ), frases hechas de cuatro caracteres en mandarín. Me hablaban también de la complejidad de su estructura, y más cuando se usaban en poesía. La verdad es que podía palpar esa complejidad cuando mi madre o mi padre se tomaban un buen rato para explicarme qué querían decir esas cuatro monosílabas que acababan de pronunciar. Pero aquellas, las frases hechas de la página 85, ejercicio 2, no las había escuchado nunca.

Eufemismos, simpatia y literalidad

Un texto de Irene Pujadas

Flaubert, es sabido, tenía una obsesión con la palabra exacta. Pero Flaubert también leía sus obras en voz alta y, como buen maestro de la ironía, seguro que sabía que el significado de las palabras no depende solo de las propias palabras, sino también del contexto, la entonación, el ritmo y los gestos que las acompañan: en definitiva, del ser humano que hay detrás. Tomemos, por ejemplo, un adjetivo amable: «simpático». Todo aquello que genera simpatía genera una cierta atracción natural: nos viene a la cabeza gente fácil y poco torturada, que bebe directamente de la botella y que hace preguntas, y que al marcharse de la fiesta se ofrece a bajar el plástico. Pensemos en este amigo simpático, y pensemos ahora en el amigo al que nos referimos, si nos preguntan con interés, como «simpático»: una persona que no congenia con el canon de belleza hegemónica y que, además, debe ser muy simpático. Si no lo acompañamos de ningún otro adjetivo, acompañaremos este último «simpático» de gestualidad: un instante de silencio antes de pronunciar el adjetivo, arqueos de hombros y cejas y otras señales de disculpa –al fin y al cabo, es nuestro amigo, le queremos, la objetivización nos hace sentir culpables y creemos, creemos de verdad en la belleza del carisma. En el primer caso estamos describiendo la naturaleza del amigo, en el segundo estamos dando información implícita sobre este amigo. En el primer caso funcionamos a través de lo que decimos, en el segundo a través de lo que no decimos. En el primer caso es la palabra exacta, en el segundo es y no es la palabra exacta. Lo es porque dice exactamente lo que queremos decir y no lo es porque el significado de la palabra no tiene nada que ver con lo que queremos decir. Ahora, ¿cómo diferenciarlo? ¿Cómo saber si el emisor habla de un amigo simpático en sentido literal o eufemístico? ¿Estamos a merced de la intención y de las capacidades hermenéuticas del emisor y el receptor, y, en definitiva, de su complicidad? ¿Hay que hacer preguntas más comprometidas? ¿Hay que hacer preguntas más comprometidas? ¿Hay que dar respuestas más literales? ¿No nos están diciendo, en cualquier caso, que estamos delante de una persona que bebe directamente de la botella y que tiene una conversación amable? Así es como se habla de la gente estimada sin quererla mal, así es como la gente con complicidad se entiende, así es como los toscos y los intrépidos acaban en situaciones inesperadas y como la gente, aquí y allá, vuelve a casa sin tener muy claro qué ha pasado. Así es, en definitiva, como la palabra exacta es una y a la vez son varias.

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