Los artefactos que creamos para organizar el mundo también interfieren en la forma en la que nos comprendemos a nosotros mismos. Así pues, nos planteamos qué efectos puede tener la aplicación de la IA para controlar y clasificar nuestro conocimiento. Cómo la máquina puede modificar el relato y la percepción del mundo.
Dentro de 11 años
Imaginemos que, como Raymond Kurzweil defiende en su libro La singularidad está cerca,[1] en el año 2035 una IA alcanza niveles de inteligencia artificial fuerte y su desempeño es indistinguible del de los humanos. Es decir, esta IA aprende, razona, resuelve problemas, usa el lenguaje y desarrolla la capacidad de relación y percepción. Llega incluso a tener lo que podríamos considerar como conciencia y voluntad. Llamémosla LIndA. Pudiera ser que LIndA no tuviera ni el más mínimo interés en nosotros, pero, habiendo sido enseñada con textos, imágenes, audios y vídeos realizados por humanos, francamente, resultaría extraño. Asumamos que, como ser inteligente, siente curiosidad por su creador. Si no fuera así, al menos por esos seres que la han alimentado con toda su producción intelectual, ya sea esta de mejor o peor calidad.
Es probable que LIndA para estudiarnos acuda a la ingente cantidad de datos que almacena Internet sobre nosotros. Siendo una IA fuerte con una inestimable potencia de cálculo, no parece una mala opción. Siguiendo nuestra historia y ejemplo, podría comenzar con una clasificación similar a la que los ilustrados realizaron partiendo de los presupuestos racionalistas de la propia naturaleza. Es decir, comprendernos siguiendo el camino inverso del espécimen a la especie y, a partir de ahí, en nuestro caso, a lo producido por la misma.
Así pues, supongamos que opta por conservar toda esta información. ¿Sobre qué reglas la ordenaría? Podría, por ejemplo, optar por un particular criterio de autoría y concebir un gemelo digital de cada uno de nosotros recopilando todas nuestras fotos de familia, facturas, análisis médicos, nuestros audios de WhatsApp, las playlists que escuchamos… Otra posible opción sería clasificarla por categorías más estéticas o abstractas, como agrupamientos de tonalidades de colores en las fotografías, de altura o timbre en los sonidos en los audios, de conjuntos de conceptos citados en los textos, etc. Incluso, quién sabe, podría decidir crear nuevas formas de ordenación y correlación que escapan a nuestro entendimiento.[2]
Nutrida y formada a nuestra imagen y semejanza, LIndA otorgaría valor a esas clasificaciones para ajustarlas a la finalidad que considerara, aun cuando esta sólo fuera la de su propia conservación o contemplación desinteresada. Otorgar valor siguiendo un criterio implica, necesariamente, una justificación del mismo. Dicho de otro modo, la IA tendría que idear un relato y, sobre todo, otorgarle a este un propósito. Las preguntas consiguientes son evidentes: ¿sería entonces LIndA la conservadora de una colección[3] que abarcara todo lo publicado por lo humano? ¿Estaría inaugurando una IA un museo (digital) de nosotros?
En un futuro no muy lejano
Un IA fuerte que ejerciera de comisaria de un «museo de lo humano» sería no sólo una entidad clasificadora y narradora sino también un dispositivo, en la definición de Foucault,[4] en sí mismo, en tanto que definiría relaciones de conocimiento y poder. Sabemos que el poder no sólo se ejerce verticalmente, sino que se distribuye a través de una red de prácticas y relaciones complejas. En su labor curatorial, LIndA podría establecer qué se considera valioso o relevante en términos culturales y humanos. En función de su relato, visibilizaría ciertas historias y evitaría otras, decidiendo qué formas de conocimiento se privilegian y cuáles se marginan.
Ejercería así una forma de poder que va más allá de la vigilancia o del control de la sociedad, ya que moldearía la comprensión del pasado y del propio presente de «lo humano», influyendo, por tanto, en el futuro. Decidiría qué se conserva, pero, también, cómo se presenta y, sobre todo, cómo se comprende. Así, LIndA tendría la capacidad de subvertir ciertas historias o de perpetuar posiciones de predominio o sometimiento, pero también de influir en las categorías formales y, por tanto, en nuestro propio gusto o juicio.[5] Y todo ello, presuponiendo que LIndA no tiene intención de mentirse a sí misma o de mentirnos. Es decir, sin necesidad de crear fakes.
Los museos no sólo preservan un patrimonio material o inmaterial, sino que construyen y legitiman identidades y realidades sociales.[6] LIndA, al clasificarnos, podría imponer categorías y jerarquías que se convertirían en normativas, afectando a cómo nos vemos a nosotros mismos como individuos y a cómo nos ven y vemos a los demás. En otras palabras, podría definir la alteridad. Tendría, así, el control del relato de qué es lo propio y qué es lo extraño, lo cual siempre supone la gestión de un conflicto y, por lo tanto, la redefinición de una moral y de una ética. De este modo, influiría en cómo nos organizamos como sociedad, pero también en cómo nos relacionamos con ella misma. La condición de lo humano podría quedar así, por primera vez, a criterio de una inteligencia ajena, al menos biológicamente, a la humanidad.
¿Seríamos los humanos «los vencidos», cuyas historias y culturas son conservadas y definidas, musealizadas a fin de cuentas, por un agente inteligente, algunas de cuyas capacidades exceden en cierto modo a las nuestras? La historia nos ha enseñado que se musealiza lo que, de alguna u otra forma, se somete. ¿Hasta qué punto nos influiría este museo de nosotros que no dirigimos?
Extremando la lógica museológica, podríamos elucubrar que este museo estaría vacío de visitantes humanos o, posiblemente, cerrado para ellos ya que no habría diferenciación entre el sujeto visitante y el objeto musealizado.[7] Podríamos argumentar que con ignorarlo y no visitarlo tendríamos el problema resuelto. Pero asumamos que ya es imposible; su afán de ubicuidad y universalidad nos desbordaría. Cada documento, cada imagen, cada texto, cada sonido es accesible digitalmente, y lo que no lo es, cada segundo que pasa se convierte en algo más y más insignificante para el conocimiento. El «museo de lo humano» parece inevitable. De hecho, ya se está construyendo. Sólo falta LIndA.
Hoy en día
Esta visión de futuro puede parecer tremendista, pero, analizada con detenimiento, se aproxima mucho a una reflexión sobre el presente de los museos y su función en un mundo en el que los algoritmos, las redes neuronales, la visión artificial, los modelos profundos de lenguaje y otras tecnologías a las que denominamos conjuntamente inteligencia artificial están cambiando el sistema de producción del conocimiento. Especular sobre la IA fuerte y la creación del «museo de lo humano» del futuro no es sólo un ejercicio retórico sobre tecnología, dispositivos, clasificaciones y colecciones.[8] Es, sobre todo, una reflexión profunda sobre el poder y sobre cómo las herramientas que diseñamos para comprender y organizar el mundo pueden, a su vez, organizarnos y comprendernos a nosotros mismos de formas que podrían ser alienantes. Nada que no sepamos, nada que no haya ocurrido antes frente a un cambio de paradigma tecnológico como el que estamos viviendo.
Kurzweil, como hemos visto, denomina singularidad a la disrupción que produciría una IA fuerte, pero no es necesario llegar tan lejos para analizar las repercusiones de la inteligencia artificial actual en el museo actual. Cualquier reflexión sobre la IA estará desfasada una vez escrita.[9] El ritmo de mejora y crecimiento de las tecnologías que conforman la IA débil que utilizamos hoy en día es irrefrenable. Pensar en una IA fuerte es, quizás, una utopía, y humanizarla, como hemos hecho en estas líneas, una falacia, pero es la única forma que tenemos de comprenderla e imaginarla: ut pictura ita visio.
Toda la argumentación desarrollada en este texto puede ser entendida también como una metáfora, en la que LIndA puede ser sustituida por cualquier estructura de control y clasificación del conocimiento que hayamos tenido a lo largo de nuestra historia. En ella, el museo como dispositivo ha jugado un papel quizás no tan extremo como el que hemos presentado, pero sí, desde luego, relevante en la creación del gusto, la alteridad, la identidad, la creatividad y en tantas otras cosas por las que nos definimos como humanos.
La cuestión principal es cómo gestionar un mundo en el que una parte de su producción cultural y relato ya se crea de forma híbrida por medio de una interfaz humano-IA. Este desplazamiento de la cosmovisión humanista del hombre como sujeto único de la cognición-visión nos enfrenta a preguntas trascendentes.[10] Preguntas que nos atañen más a nosotros mismos que a la propia LIndA.
[1] Ray Kurzweil, La singularidad está cerca. Cuando los humanos transcendamos la biología. Berlín: Lola Books, 2012.
[2] Sobre nuevas formas de creación de colecciones por parte de la IA es interesante consultar el artículo «IA for aesthetics» de Lev Manovich, publicado también en Lev Manovich. AI Aesthetics. Moscú: Strelka Press, 2019.
[3] Ajeno a una valoración sobre la inteligencia artificial pero agudo en sus reflexiones sobre la colección y el museo en el mundo actual, estas líneas siguen el ensayo de Boris Groys «La lógica de la colección», incluido en Borys Groys, La lógica de la colección y otros ensayos. Barcelona: Arcadia, 2021.
[4] Es conocido que Foucault no definió exactamente su concepto de «dispositivo» en ninguno de sus escritos. Quizás una de las mejores explicaciones del dispositivo foucaultiano la realiza Agamben en su artículo «¿Qué es un dispositivo?». Puede consultarse una traducción del mismo al castellano realizada por Roberto J. Fuentes Riond.
[5] Sobre cómo los algoritmos modelan actualmente el acceso a los contenidos culturales en las plataformas es recomendable Kyle Chayka, Mundofiltro: Cómo los algoritmos han aplanado la cultura. Barcelona: Gatopardo, 2024.
[6] Tras dieciocho meses de deliberaciones, el 24 de agosto de 2022 el Consejo Internacional de Museos (ICOM) aprobó en Asamblea General la nueva definición de museo.
[7] Debo esta reflexión y gran parte de la inspiración para este artículo a las novelas de Jorge Carrión, Membrana y Todos los museos son obras de ciencia ficción, publicadas por Galaxia Gutemberg en 2021 y 2022 respectivamente.
[8] La influencia de la IA débil en el museo actual es analizada desde diversos puntos de vista dentro de la museología en la monografía de Sonja Thiel / Johannes C. Bernhardt (eds.) AI in Museums Reflections, Perspectives and Applications. London: Transcript, 2023.
[9] Esta argumentación se basa en las ideas desarrolladas por el Prof. Carlos Scolari en sus «10 tesis sobre la IA» publicadas en Hipermediaciones.
[10] Para profundizar en las implicaciones de la revisión de la cosmovisión humana por parte de la IA es recomendable el artículo de la Prof. Nuria Rodríguez «Inteligencia Artificial y el campo del arte».
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