Desde el entorno digital se están desplegando una considerable cantidad de herramientas africanas para luchar contra la expansión de la epidemia. En todos los ámbitos, los activistas, las emprendedoras o los usuarios de redes sociales africanos han puesto su ingenio y su creatividad al servicio de la contención de la enfermedad. Frente a la crisis global, las experiencias impulsadas desde el continente africano pretenden construir respuestas autónomas y endógenas, reforzar la capacidad de las comunidades de actuar por sí mismas y proponer soluciones imaginativas y adaptadas a sus particularidades y a sus necesidades.
Ahora mismo, están circulando a través de las redes sociales y de las plataformas de mensajería instantánea consejos de prevención de la COVID-19 generados en decenas de lenguas nacionales africanas, quizá en centenares de estos idiomas. Habitualmente Internet aparece como un instrumento de homogeneización cultural. No es de extrañar, cuando el 59,7% de los contenidos web están elaborados en inglés y las diez lenguas con más presencia en la red suman el 89,3% de esos contenidos. Sin embargo, en este caso, no estamos hablando de la supervivencia de las lenguas, ni de empobrecimiento cultural, sino de entender unos mensajes que pueden marcar la diferencia entre morir o sobrevivir.
Una miríada de organizaciones sociales lo ha visto claro a medida que la amenaza de la epidemia se acercaba al continente. Esta vez la sensibilización tenía que llegar a todos los rincones y, para ello, las herramientas digitales y las lenguas nacionales eran cómplices imprescindibles. Carteles pensados para aquellos que no dominan las antiguas lenguas coloniales, vídeos elaborados para hacer más comprensibles los consejos, incluso audios orientados a las personas que no saben leer ni escribir o contenidos concebidos para ser distribuidos no solo a través de las redes sociales sino también de plataformas de mensajería y otros canales privados. Activistas y organizaciones de base han sido las primeras en responder a esta necesidad, una tendencia que también han asumido las organizaciones internacionales y las administraciones.
Una organización keniana de traductores ha compartido una colección de carteles con las medidas de prevención en una treintena de lenguas de África Oriental. Un grupo de médicos nigerianos comparte un vídeo en el que los consejos básicos se transmiten en una docena de idiomas hablados en el país. Podemos encontrar otro vídeo en el que desde Uganda se recomienda quedarse en casa en lengua de signos; o los materiales mediante los que el portal de filtraciones JamiiForums ha difundido en suajili los consejos aprovechando su amplia audiencia.
Una de las primeras consecuencias del despliegue de las herramientas digitales en la lucha contra la COVID-19 en el continente africano ha sido la integración, porque la sensibilización ha sido la preocupación inicial. Esta voluntad de integración, materializada en primer lugar en el reto de que el mensaje llegase hasta el último rincón, también se ha desplegado como una manera alternativa de mantener el contacto con la comunidad cuando han empezado a extenderse las medidas de confinamiento o de toque de queda o las que restringen los movimientos. Las redes sociales han empezado a albergar, también en el continente africano, esa necesidad de compartir y de intercambiar con el resto de miembros de la comunidad.
En otro sentido, los ecosistemas digitales del continente buscan soluciones. Más allá de la sensibilización, la información y la prevención, intentan generar respuestas concretas a las nuevas necesidades que la crisis evidencia. El ejemplo más claro es el de las inquietas comunidades makers africanas que se han lanzado en una carrera para conseguir el respirador de bajo coste que, al menos en casos de urgencia, solucione las carencias de este equipamiento en los sistemas de salud del continente. La crisis de la COVID-19 ha generado una escasez global de determinado material sanitario. La demanda de elementos de protección de prácticamente todos los países, tanto para la ciudadanía como para los profesionales sanitarios, ha desenmascarado la cara más inhumana del mercado, precios desorbitados y condiciones abusivas, que algunos exiguos presupuestos no se pueden permitir.
Ante esas condiciones, los artesanos tecnológicos africanos han alzado los estandartes del hazlo tú mismo (DIY) y del hagámoslo juntos (DIT). Buscando soluciones con los materiales y los recursos que tienen a mano, persiguen el diseño definitivo del respirador adaptado a sus necesidades y posibilidades, mientras proyectan dispositivos automáticos para la limpieza de manos y producen viseras de protección para el personal sanitario hasta que sus impresoras 3D quedan exhaustas. Comparten esquemas y experiencias en busca de fórmulas que consuman menos energía, requieran menos tiempo y exijan menos material. Lo hacen en Uagadugú, en Bamako, en Dakar o en Cotonú, en Aba, en Yaundé, en Kinsasa o en Johannesburgo.
Los emprendedores y los activistas digitales también han desplegado soluciones desde el ámbito de la programación. Han puesto en marcha portales de seguimiento de las cifras en tiempo real en la República Democrática del Congo, en Senegal, en Yibuti o a escala continental. Han habilitado chatbots para difundir la información sobre la epidemia, como Covid19 HealthAlert, desarrollado en Sudáfrica por Praekelt.org y adoptado por el gobierno del país. Y han ideado todo tipo de aplicaciones, tanto para el autodiagnóstico (por ejemplo la que ha lanzado la empresa sanitaria nigeriana Wellvis), como para rastrear los contactos de los infectados en el transporte público popular del condado keniano de Kisumu. En algunos casos, como en el de una iniciativa lanzada también en Nigeria, las aplicaciones informativas están pensadas para teléfonos básicos, sin acceso a Internet, y para ser usadas en lenguas nacionales, como el hausa, el yoruba o el igbo.
Estas experiencias muestran el segundo pilar del uso de las TIC en África en la lucha contra la epidemia: la construcción de la autonomía. En esta ocasión, cada país está embarcado más que nunca en su propia crisis, a pesar de las declaraciones de algunos líderes políticos que más bien parecen cortinas de humo. Amplios sectores sociales consideran que los países africanos tendrán que hacer frente a la situación con sus recursos y sus habilidades. Y muchos de estos sectores ven una oportunidad para demostrar con orgullo su capacidad para generar esas respuestas endógenas que reivindican las comunidades maker.
Pero el entorno digital también propicia riesgos y amenazas. Aunque parezca paradójico, la misma lógica de protección del otro que favorece la difusión de los consejos de prevención, es uno de los elementos fundamentales de la expansión de las noticias falsas. La OMS ha calificado la crisis de la COVID-19 de infodemia y por sus condiciones particulares los ciudadanos del continente africano están especialmente expuestos a esta plaga de desinformación. Uno de los objetivos del intercambio de mensajes de sensibilización es hacérselos llegar a los seres queridos para que se mantengan a salvo. Cuando el mensaje es que la COVID-19 se puede prevenir bebiendo mucha agua caliente y comiendo jengibre, ajo o pimienta; o que el virus se mata inhalando por la nariz el vapor de la cocción de peladuras de naranjas, limas, limones, ajos o cebollas con sal, muchos usuarios con buena voluntad pretenden hacer llegar la información salvadora a las personas a las que aprecian. Por ese motivo, las plataformas de verificación de informaciones, las autoridades y las comunidades de ciberactivistas han reaccionado de manera inmediata y dedican grandes esfuerzos a desmentir esos bulos que, en algunos casos, pueden resultar incluso letales.
El mismo papel de protección de la comunidad que desempeña el entorno digital para defenderla de la desinformación se evidencia también en el uso de las redes sociales para denunciar la violencia con la que las autoridades han impuesto en ocasiones los toques de queda o las medidas de confinamiento, como ha ocurrido en Nigeria o en Kenia. La reacción de la ciudadanía en los medios sociales también ha pretendido responder a otras agresiones vinculadas a la epidemia, desde las declaraciones de los médicos que en un debate en una cadena de televisión francesa valoraban frívolamente la posibilidad de probar las vacunas contra la COVID-19 en África; o algunos episodios racistas que se han producido en China en las últimas semanas contra ciudadanos africanos y que han provocado la reacción de los usuarios de diferentes países del continente.
Así, el entorno digital en el contexto de la lucha contra la COVID-19 está jugando un papel de cohesión de la comunidad y de toma de protagonismo de la ciudadanía, a través de las funciones ya mencionadas de integración de la mayor cantidad de miembros en los flujos de información y sensibilización, de autonomía en el desarrollo de respuestas endógenas y de autoprotección de la propia comunidad, tanto cuando el riesgo se produce en el mismo entorno digital como cuando se hace eco de una amenaza que se desarrolla en el mundo exterior.
Y en medio de esta crisis y de la multiplicación de experiencias en las que el entorno digital ayuda a combatir la epidemia, se hace más evidente que nunca la necesidad de repensar la importancia del acceso a Internet, más allá de su interpretación como un servicio de lujo. El gobierno keniano ha terminado aprobando que los globos del proyecto Loon de Google sobrevuele su territorio para mejorar la conectividad; los activistas se han revelado ante la propuesta de poner tasas a las recargas telefónicas para recaudar fondos para los sistemas sanitarios, recordando que solo perjudicaría a las clases más modestas; en Kenia y Ruanda, los impulsores de BRCK creen en el derecho al acceso a Internet cuando promueven la Moja Network, una red wifi gratuita especialmente pensada para los entornos rurales, y ante la crisis han aumentado su cobertura y canalizado informaciones educativas sobre la COVID-19; y la organización activista Internet Sans Frontières ha lanzado una campaña internacional para reclamar la gratuidad de Internet en África mientras dure la pandemia.
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