El despertar de la ciudadanía digital en África

Vigilan elecciones, cuestionan dictadores, reivindican derechos básicos y construyen comunidad. La sociedad civil africana toma el control del espacio digital.

Visita de Iain Macleod, Secretario de Estado para las colonias, hasta el norte de Rhodesia (1960); manifestaciones del Partido Unido de la Independencia Nacional.

Visita de Iain Macleod, Secretario de Estado para las colonias, hasta el norte de Rhodesia (1960); manifestaciones del Partido Unido de la Independencia Nacional. The National Archives UK. Open Government Licence.

Vigilan elecciones, cuestionan dictadores, reivindican derechos básicos y construyen comunidad. Están cambiando las reglas, porque no le siguen el juego al sistema. Tienen un componente de subversión, pero también de costumbre. El sistema, todos los poderes, les había menospreciado y se han acostumbrado a desbrozar sus propios caminos. En los últimos años, las campañas digitales, las iniciativas 2.0 y un incipiente ciberactivismo están modificando el panorama de la participación social y política en el continente. En ocasiones con éxitos impactantes, pero también con frustrantes fracasos, su principal virtud es existir y, sobre todo, estar proponiendo alternativas más cercanas a la ciudadanía.

«Mientras los leones no tengan sus propios historiadores, las historias de caza seguirán glorificando a los cazadores». Este es un proverbio popularizado por el escritor nigeriano Chinua Achebe, que rubrica, precisamente, el primero de los paneles explicativos de la exposición «Making Africa». Es una auténtica declaración de intenciones, una advertencia de los objetivos de la muestra. Hoy, el anhelo expresado por el grandísimo intelectual nigeriano está más cerca que nunca de hacerse realidad y, para comenzar a saborear esas historias, solo necesitamos asomarnos a los recovecos adecuados del universo que Internet nos ofrece. Quizá parezca extraño, pero los leones ya están escribiendo su historia en el mundo digital.

Las redes sociales, las herramientas de la web 2.0, todo el potencial comunicativo de Internet y el contexto de la sociedad de la información han aportado una nueva sacudida a los cimientos del mundo tal como lo entendíamos: muchos de los que hasta ahora no eran escuchados (no todos) pueden hablar ahora alto y claro. Y eso es lo que está pasando, de manera casi generalizada, en todos los rincones del continente africano, posiblemente la región del mundo más silenciada. En contra de lo que algunos despliegues de los discursos racistas han dicho en algunos momentos, África siempre había estado en la historia. Pero lo que sí que hay que reconocer es que no siempre la habían escrito ni la habían contado los africanos. Hoy, o más bien en los últimos años, se multiplican los colectivos que participan en la vida social y política de prácticamente todos los países del continente, exprimiendo hasta la última gota el potencial de las TIC.

Formación de la asociación de blogueros de Benín de observadores para las elecciones de 2016.

Formación de la asociación de blogueros de Benín de observadores para las elecciones de 2016. Autor: Maurice Thantan. Licencia CC-BY

Las elecciones seguramente sean el ejemplo más claro de esta situación. Ya no hay cita electoral en el continente en la que no se desarrolle una iniciativa ciudadana de vigilancia; muy habitualmente con colectivos de blogueros escuchando las inquietudes de organizaciones de la sociedad civil, y, siempre, con el objetivo de influir en el proceso. Es decir, de conseguir unas elecciones transparentes, pacíficas, participativas, sin fraudes. Se trata de procesos de los que los ciudadanos quieren ser cada vez más protagonistas y en los que están dispuestos a asumir responsabilidades, lejos de la imagen de «activismo de sofá» que rodea al ciberactivismo.

Una línea del tiempo de este fenómeno quizá comenzaría en 2008 en Kenia, donde un grupo de blogueros intentó poner coto a las violencias poselectorales ofreciendo un mosaico de información que estuviese formado por las informaciones parciales de cada protagonista. De aquella experiencia nació Ushahidi, uno de los mayores éxitos mundiales de crowdsourcing por su extensión posterior. Quizá, después, esa línea del tiempo daría un salto de dos años y más de 4.500 kilómetros, hasta la Costa de Marfil de 2010. Los blogueros y usuarios experimentados de las redes sociales habían intentado animar un debate sano durante la campaña, reaccionaron ante la violencia poselectoral e, incluso, tomaron protagonismo al asistir directamente a las víctimas del estallido fratricida.

Pero quizá el punto de inflexión de este fenómeno se tenga que situar en Senegal en 2012. Los blogueros hicieron frente a casi un mes de choques en la calle entre la policía y un amplio sector de la sociedad que estaba decepcionado e indignado con las autoridades. Militaron por la transparencia y por una democracia más participativa y desarrollaron una campaña para conjurar el riesgo del fraude electoral. Pusieron en marcha un dispositivo que vigilaba desde las irregularidades durante las votaciones hasta el recuento de los sufragios. Y, sobre todo, su campaña fue un éxito: consiguieron implicar a amplios sectores de la sociedad civil y a un gran número de ciudadanos anónimos, consiguieron el reconocimiento (a posteriori) de los actores políticos y la atención (inmediata) de los medios internacionales y las elecciones se desarrollaron como habían previsto, de forma pacífica y sin grandes sospechas de fraude, con un cambio de presidente incluido.

A partir de la experiencia de los blogueros senegaleses, las iniciativas con características similares se han ido sucediendo, cada vez en más países y cada vez de una forma más sistemática. Ghana, Nigeria, Guinea, Burkina Faso, Uganda, Tanzania han sido algunos de los escenarios de estas campañas que han intentado sumar a los usuarios de los medios sociales al debate político y responsabilizarles del correcto desarrollo de las elecciones, entendiendo ese «correcto desarrollo» como una parte del proceso, ajeno a la propaganda electoral. El ejemplo más claro de que ya no puede haber elecciones sin vigilancia digital se produjo el pasado 20 de marzo. El día se conoció como el SuperSunday africano por la coincidencia de cuatro citas presidenciales en otros tantos países, unas legislativas y un referéndum para una reforma constitucional. En Benín, Níger, República del Congo y Senegal, las votaciones fueron acompañadas de vigilancia ciudadana 2.0.

Campaña #FastAfrica

Campaña #FastAfrica

En los últimos años, los ciberactivistas de diferentes países africanos se han enfrentado con regímenes controvertidos poniéndose en serio riesgo, en Etiopía desde abril de 2014, en Burundi o la República Democrática del Congo desde marzo de 2015, o en la República del Congo, en los últimos meses. Han acompañado procesos de contestación popular que han marcado hitos en el continente, como en el caso del levantamiento ciudadano de Burkina Faso a finales de octubre de 2014, que acabó con la dimisión del presidente Blaise Compaoré tras 27 años en el poder, o la resistencia a un golpe de estado casi un año más tarde. Solo un mes después de ese intento de motín, el país estaba organizando unas elecciones presidenciales en la más absoluta normalidad. Los ciberactivistas se implicaron activamente en esos comicios. En la misma línea ha habido acciones cívicas, sin la connotación restrictiva que la palabra tiene para nosotros, en todo el continente.

Los ciberactivistas han demostrado estar dispuestos a jugarse la libertad y la vida y estar convencidos de que la información es una herramienta fundamental para afianzar la participación democrática. En este sentido, las características de los medios sociales han permitido una primera ruptura, la del monopolio del control de la información. Los ciberactivistas han desarrollado sus actividades edificando canales de comunicación, a veces, blogs o plataformas de información y, otras, hashtags o grupos de Facebook, por ejemplo. Estos canales se escapan de las reglas impuestas hasta el momento, no dependen de las autoridades ni de los intereses económicos; rompen los controles que los poderes habitualmente hacen valer, y, sin embargo, consiguen un impacto que contrarresta el de los medios convencionales y, en ocasiones, una repercusión internacional mayor.

Puede parecer paradójico insistir en esa repercusión internacional, como si su salvación hubiese de llegar del exterior. No se trata de ese tic eurocéntrico (y egocéntrico), sino de que la mayor parte de esos ciberactivistas han descubierto que uno de los pilares de esos regímenes que intentan combatir pasa por el reconocimiento internacional, se legitiman a través de su prestigio y de su imagen en el exterior. De ahí, los esfuerzos para silenciar las voces disidentes y de ahí, también, la insistencia de las voces disidentes por hacerse oír.

Todas estas acciones, campañas e iniciativas han continuado desmantelando el statu quo. Y no solo eso, se han ido convirtiendo en actores sociales y políticos, unos por el reconocimiento positivo de las autoridades, otros por el intento de acabar con ellos. Además, lo hacen sin cumplir con las «normas» de las organizaciones convencionales. Las comunidades han crecido rápido porque son atractivas, pero su lógica de adhesión y sus principios de funcionamiento, las dinámicas, los intereses… todo es distinto al resto de las organizaciones de la sociedad civil. El hecho es que han aumentado la esfera pública y han dado un papel protagonista a colectivos que hasta el momento no contaban demasiado, sobre todo, en un primer momento, a los jóvenes urbanos que, por otro lado, constituyen un colectivo lleno de futuro y cada vez más numeroso.

Ahora las historias de los leones se pueden leer en las redes y, por eso, en el espacio digital hay narrativas que ya no glorifican a los cazadores.

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  • MSOMI | 26 junio 2016

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