El año del fantasma

Un escritor confinado se entretiene ordenando su biblioteca personal y busca refugio en los libros como ventanas a otros mundos.

La bibliotecaria anota minuciosamente en el registro la remesa de libros, 1952

La bibliotecaria anota minuciosamente en el registro la remesa de libros, 1952 | The U.S. National Archives | Dominio publico

Un nuevo fantasma recorre no solo Europa, sino esta vez el mundo entero, reteniéndonos a muchos encerrados en casa. Los días pasan iguales y podríamos aprovecharlos para pensar qué mejorar antes de que la situación se repita. Un escritor narra su confinamiento y cómo se refugia en sus libros, con los que juega ordenándolos hasta crear una biblioteca de Babel personal donde los volúmenes hablan entre ellos y abren ventanas a otros mundos.

Un fantasma recorre no solo Europa, sino esta vez el mundo entero, en forma de virus desconocido que no entiende de fronteras ni de desigualdad social. La realización empírica de una distopía imaginada mil veces por la ciencia ficción que ha dejado calles desiertas y hospitales y casas llenas de gente.

Mientras tanto, asistimos a la incertidumbre de nuestros futuros y de la vida tal y como la conocíamos hasta ahora. Cada uno vive esta situación de confinamiento como puede. Cuentas los primeros días y pasas por diversos estados alterados de la mente, pensando en si tendrás el virus o si se lo habrás contagiado a alguien. Hablas con amigos y familiares. Algunos lo han pasado y han sobrevivido. Otros no han tenido tanta suerte. El duelo se vive en la intimidad, extraños que nadie ve. Desde la ventana, oigo a los vecinos jugar con sus hijos, veo a alguien fumando en el balcón, unos perros ladran en alguna parte y el eco resuena en otra, y veo a los pájaros volando por el cielo, y el tren que pasa por delante de casa cada hora y media con vagones siempre vacíos: te preguntas a dónde debe ir y te respondes a ti mismo que «no va a ninguna parte». Todo el mundo se mueve sin ir a ningún sitio. El tiempo y el espacio se estiran y se contraen según cómo los percibes (según tu noción) y cada día es el mismo hasta que la rutina se convierte en una repetición ofensiva de regresiones infinitas que se disemina por las paredes del salón en multitud de fugas hacia niveles insólitos con complejas estructuras enredadas. Todo lo que pasa ahora ya ha pasado antes pero sé que la Fortuna espera su momento para mostrarse generosa.

Concebiré la biblioteca como un ente vivo en el cual se genere saber a partir de libros que se entrelazan, una especie de biblioteca de Babel borgiana que en última instancia debería llevar a la biblioteca infinita siguiendo la tradición de la escuela de Alejandría.

Me fuerzo a romper esta repetición ofensiva del día a día con unas cuantas dosis de imaginación. Reubico  los muebles, cuadros y sillas que tengo en casa para cambiar las variantes y transformarlo todo en un nuevo (micro)mundo cada día. Organizo reuniones imaginarias con las sillas, conferencias secretas ante los cuadros de la pared, convoco reuniones urgentes en el salón de casa con el tocadiscos, el televisor, un saco de patatas y latas de conservas. Todos me escuchan con atención mientras les explico la situación: «Atención! Escuchad, nos ha tocado estar aquí y no nos podemos marchar. ¡Qué le vamos a hacer! Os doy cinco minutos para exponer vuestras preocupaciones, de uno en uno, a ser posible». Silencio en la sala. Hago un gesto interrogativo con las cejas y enciendo un cigarrillo. De todos los objetos que tengo en casa, la biblioteca es el santuario sagrado. Decido que los libros ya no irán ordenados por materias, lenguas o cronología sino que voy a establecer una disposición «a la Warburg». Es decir, concebiré la biblioteca como un ente vivo en el cual se genere saber a partir de libros que se entrelazan, una especie de biblioteca de Babel borgiana que en última instancia debería llevar a la biblioteca infinita (a pesar de que, en realidad, la mía no supere los dos mil volúmenes) siguiendo la tradición de la escuela de Alejandría. Así, por ejemplo, coloco Las puertas del paraíso, de Jerzy Andrzejewski, al lado de La cruzada de los niños, de Marcel Schwob: dos versiones muy diferentes de un mismo hecho, supuestamente histórico, sobre la penosa cruzada de 30.000 niños hacia Jerusalén para liberar la ciudad de los turcos, y una metáfora de la pureza como salvación. Junto a estos dos libros añado Jerusalén liberada, la epopeya de Torquato Tasso en una edición antigua y barata de lomos gastados.

A medida que pasan los días, continúo cambiando los libros de lugar (y, de paso, les quito el polvo), buscando este conocimiento interconectado lleno de intersecciones culturales. Junto a Aurora Venturini con, por ejemplo, Ivy Compton-Burnett. Encuentro Viaje alrededor de mi cuarto, de Xavier de Maistre, que en 1790 fue arrestado por participar en un duelo y obligado por las autoridades a permanecer recluido en casa durante cuarenta y dos días, a lo largo de los cuales escribió este libro en confinamiento recordando su juventud. Al lado de este decido colocar el ensayo Viaje alrededor de una mesa, de Julio Cortázar, unos comentarios originados realmente alrededor de una mesa redonda en París en el año 1970, en los que discrepa de la concepción limitada de la realidad según el realismo socialista y propone abrir la mente a múltiples caminos y a multitud de voces por la naturaleza ambigua del lenguaje en su proyección histórica. Es decir, el lenguaje no como descriptor de la realidad sino como suplantador y creador: un fantasma también.

Mientras esté confinado en casa el mundo será una biblioteca, que contendrá a su vez otros mundos infinitos, átomos, lenguajes, armónicos; en resumen: el universo entero.

Mientras continúo ordenando la biblioteca, oigo a los vecinos jugar con los hijos, veo a alguien fumando en el balcón mientras el tiempo se estira y se contrae, y cada día parece el mismo día, y los sueños parecen los mismos sueños en la misma cama, y tu cara parece la misma cara cada mañana delante del espejo, y los perros ladran en alguna parte y el eco resuena en otra, y los pájaros volando por el cielo, y el tren que pasa cada hora y media, sin pasajeros, y te preguntas dónde debe de ir y tú mismo te respondes: «no es el viaje real sino el metafórico el que necesitas ahora mismo». Miraré tus ojos desde la distancia hasta que me quede ciego. Cruzaremos océanos y ciudades con la mente. Nos escribiremos cartas larguísimas que no enviaremos nunca. Inventaremos mundos en los que tú y yo podremos pasear mañana. El año del fantasma podría servir como una metáfora de todo lo que nos pasa hoy porque ya ha pasado antes, pero también de lo que podemos mejorar antes de que vuelva a pasar. Todo aquello que hemos perdido contiene en el interior un eco que puede convertirse en una fuerza de la recuperación; todo lo que antes se ha repetido permite también comenzar de nuevo. Y me digo a mí mismo que, mientras no pueda salir a la calle, mientras no vuelva a ver a amigos y familiares, mientras no note el tacto de tu piel y podamos caminar hasta allí donde crecen las flores, mientras cada día se parezca al anterior pero a la vez sea diferente, mientras esté confinado en casa, digo, el mundo será una biblioteca, que contendrá a su vez otros mundos infinitos, átomos, lenguajes, armónicos; en resumen: el universo entero.

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