El Agujero Negro Digital (AND)

Se estima que cerca de las 4/5 partes de la información y el conocimiento generados en Internet desde su creación han desaparecido.

Anillo gigante de agujeros negros.

Anillo gigante de agujeros negros. Fuente: Smithsonian Institution.

Salvo raras excepciones, resaltadas sobre todo por su valor mediático, la historia dominante de Internet es la de una narración de avances arrolladores y éxitos espectaculares, conquistando sin cesar espacios de todo tipo, físicos y espirituales, materiales y digitales, conectando a seres vivos y a máquinas, sin que ya no seamos capaces ni siquiera de imaginar si la expansión de lo digital tiene vuelta atrás. Si planteáramos esta duda sobre Internet, lo primero que diríamos es que estamos hablando de un ciberespacio joven, casi jovial, al que todavía le queda mucho camino por recorrer antes de que se nos presente esa remota posibilidad de su «deflación».

Sin embargo, los procesos de expansión recorren caminos muy accidentados, no todos son avances, a veces se producen regresiones verdaderamente catastróficas por más que no las veamos o no recibamos cabal noticia del suceso. Como si fueran remedos de los agujeros negros que apenas conocemos, estos agujeros negros digitales nos explican, desde el otro lado del espejo, la dinámica de la Red, lo que hacemos en y con ella, lo que nos hace y sus consecuencias. Los agujeros negros digitales, como sucede en el universo que conocemos, cincelan el paisaje del ciberespacio, determinan su dinámica y establecen las reglas de juego desde la parte de la «materia oscura», la que no vemos aunque intuimos que existe, pero a la que tampoco le prestamos tanta atención.

Los agujeros negros digitales (AND) hacen todo eso y mucho más. En unos casos, usted, estimado internauta, es tan solo una víctima más de la voracidad de los AND alimentada por causas de fuerza mayor, irremediables y avasalladoras como un tsunami. En otras, es usted precisamente el que propicia su aparición y el que le entrega todo el sustento que usted es capaz de proporcionarle: ilusiones, visiones, dinero, esfuerzo, inteligencia, proyectos, recursos de todo tipo e, incluso, para decirlo con un lugar común actualmente tan en boga, esos sueños que usted creía que por fin se iban a cumplir. Lo entrega y, además, ni siquiera mira para atrás, quizás aturdido por la aparente sencillez e inevitabilidad con que ha ocurrido el desastre, en la mayoría de los casos sin dejar huella o memoria. A fin de cuentas, no todos tenemos a los medios de comunicación siguiendo nuestros pasos. Cuando se examina a la Red desde esta perspectiva, nos aparece un panorama mucho más útil para comprender un fenómeno tan extraordinario como Internet y las múltiples formas como nos desenvolvemos en el universo digital. Al observar la Red desde un «telescopio profundo» para desentrañar sus estructuras más discretas, lo primero que nos sorprende es que nunca antes se haya abordado la Historia de Internet (del universo digital) desde el punto de vista de las extinciones de conocimiento e información producto de las convulsiones que, en mayor o menor medida o trascendencia, sacuden constantemente al ciberespacio desde su creación. Según la más elevada de las diferentes mediciones que se han hecho al respecto, se estima que cerca de las 4/5 partes de la información y el conocimiento generados en Internet desde su creación han desaparecido. El AND se ha encargado de aliviar semejante carga y borrarla del mapa virtual, casi sin dejar rastro.

Las razones de estos cataclismos son muchos y de origen muy diverso. Lo mismo sucede con sus dimensiones y alcance. A veces son auténticas «grandes extinciones», en otras lo que desaparecen son estructuras tecnológicas de diferentes dimensiones, o agrupaciones de infotopos muy concretos o de algunas de las especies que los pueblan, como las organizaciones que dependen de estas regiones. Lo que se mueve en el fondo de este agitado escenario son acontecimientos poderosos, frecuentemente difíciles de prever o de torcer, a veces con la apariencia de eventos de fuerza mayor, otros promovidos por los propios internautas, donde desempeñan un papel preponderante, sobre todo, lo que podríamos denominar los cuatro jinetes del apocalipsis digital, lanzados constantemente al galope desde el primer día que empezó a conformarse lo que hoy llamamos Intenet y que, constantemente, bit a bit, van transformando lo que, ante nuestros ojos, parece como un universo digital relativamente manejable:

  1. La dinámica de las poblaciones conectadas. Desde su creación, Internet dobla su población aproximadamente cada 12-16 meses. Dicho de otra manera, en cada momento, los conectados formamos parte de una población en la que el 30% convive desde hace menos de 24 meses en la Red y el 70% lleva más de dos años moviéndose por sus entresijos. Y, lógicamente, a cada momento, la composición de esta población va cambiando, aunque no lo notemos, o no tengamos forma de notarlo. Y su actividad oscila entre lo absolutamente impredecible y lo aproximadamente previsible, lo cual es un dilatado arco repleto de sorpresas.
  2. La evolución de las tecnologías informacionales. Esta es una experiencia cotidiana que cada uno cuenta según el lugar que ocupa pero que afecta a todos por igual porque conforma el sustrato tecnológico de la Red: desde las listas de distribución hasta la web, los blogs, las aplicaciones para móviles, las innovaciones que aparecen en el horizonte…
  3. La constante expansión de los procesos de virtualización: antes se trataba de la vida en los ordenadores, ahora vamos a por las máquinas y los espacios físicos (y el espacio sideral).
  4. Como corolario de los tres anteriores, la aceleración apabullante de la velocidad de giro de la información y el conocimiento, llegando en muchos casos a 0: la creación y consumo parecen formar parte del mismo acto. Por lo tanto, se refuerza la vigencia de lo efímero (información de usar y tirar), ante lo perdurable (información susceptible de ser transformada en conocimiento).

El resultado de la acción combinada y desigual de estos jinetes es que empujamos constantemente las fronteras del espacio virtual y abrimos nuevos territorios de los que desconocemos su relieve, sus estructuras, sus funciones y, sobre todo, las implicaciones de ocuparlos sin el conocimiento que usaríamos, por ejemplo, en acciones parecidas en el mundo presencial. Además, cada nueva creación/invasión de estos espacios se suele corresponder con cambios en la dinámica de población, acompañados de saltos en la evolución tecnológica y la diseminación de innovadores procesos de virtualización. Por lo tanto, se acelera la velocidad de giro de la información, lo que incrementa exponencialmente la necesidad de conocimiento nuevo para negociar los retos emergentes. Pero no es fácil resolver este dilema, porque para ello habría que sortear al agujero negro digital. Y, a la vista está, que este cometido no nos resulta fácil.

Imágen del desaparecido buscador Altavista.

Imagen del desaparecido buscador Altavista.

¿Donde y cómo podemos comprobar que el AND ha hincado el diente, valga la redundancia, con funestas consecuencias? Al respecto, disponemos de unas pocas metodologías, unas emergentes, otras consolidadas, que permiten realizar una especie de ingeniería inversa para detectar su presencia y las razones que le avalan. De hecho, nosotros hemos desarrollado desde el Lab-RSI una creciente tipología con un alto valor de prospectiva para detectar proyectos abocados a ser deglutidos, tarde o temprano, por el AND. Pero vamos a movernos ahora con una clasificación sencilla de tres tipos de extinciones, según criterios de intensidad y densidad, cuyos rasgos sobresalientes son fácilmente reconocibles por cualquier usuario de Internet:

  • Las grandes extinciones. Cambios en las estructuras tecnológicas dominantes que traen aparejados colosales pérdidas de información y conocimiento, de experiencias y relaciones, de organizaciones y estructuras virtuales. Por ejemplo, el salto desde los BBS y las comunidades virtuales organizadas mediante la distribución colectiva de correos electrónicos hacia las primeras plataformas tecnológicas (citizen networks, Compuserve, AOL, APC, Servicom, etc.) que ofrecían incluso el acceso directo a la Red; el tránsito desde estas plataformas hacia la Web, que supuso una pérdida casi inmediata de ingentes volúmenes de información y conocimiento que, o no fueron reconvertidos a tiempo al nuevo formato, o simplemente quedaron abandonados ante la ardua tarea que suponía el «traslado». La explosión de la burbuja tecnológica, la liquidación masiva de las llamadas empresas «puntocom», también engordó considerablemente al AND. Apenas quedan rastros de aquellas magníficas inversiones de las operadoras de telecomunicación en portales «de referencia», apuntalados por grandiosos medios de comunicación creados en un pestañeo y envueltos en empresas sufragadas generosamente a partir de sueños que apenas eran vaho en la cueva digital…
  • Las medianas extinciones. De repente, sin saberse muy bien por qué, desaparecen amplios sectores de actividad en la Red, sin dejar rastro. Cambian algunas modalidades tecnológicas o formas de hacer las cosas, aparecen pautas culturales que apenas se entrevieron cuando asomaban la cabeza, adquieren una importancia desmedida las narraciones de las agencias de marketing o de los medios de comunicación, que transmiten visiones parciales, segmentadas, interesadas, centradas en unas pocas y selectas marcas, a pesar de referirse a un universo donde conviven miles de millones de personas. Este análisis reduccionista, que potencia la calidad y capacidad de determinados focos de la Red, como Silicon Valley, ciertas universidades y su supuesta reputación en el «aprendizaje online», las «refrescantes» tendencias en la creación de empresas, las modas en el comercio electrónico, etc., embaucan a miles y millones de inadvertidos internautas que conciben y ejecutan sus iniciativas en las propias fauces del AND sin siquiera advertir el riesgo.
  • Las extinciones cotidianas. Cada día, el agujero negro digital actúa como un gigantesco vertedero de iniciativas, proyectos, procesos de todo tipo, recursos y volúmenes inapreciables de información y conocimiento de todo tipo y organizado de múltiples maneras. Todo ello causado por una mezcla de ingredientes que vienen actuando desde casi el principio de Internet: proyectos mal concebidos, visión deformada de los requerimientos tecnológicos para actuar en Internet, objetivos imprecisos o sobredimensionados, estructuras virtuales que no se corresponden con los recursos disponibles o con los fines que se pretenden alcanzar, expectativas fabricadas en las factorías de humo que proliferan por doquier, seguimiento de tendencias que supuestamente prometen el enriquecimiento eterno, etc. En cada uno de estos mordiscos, el AND liquida, en la solitaria discreción del ciberespacio, archivos, bases de datos, páginas web, relaciones de todo tipo, proyectos, expectativas, caudales de imaginación y, por supuesto, posibilidades no exploradas y que nadie sabe si alguna vez volverán a formar parte de «las prioridades».

Cada una de estas extinciones, ya sea que se deban a causas de fuerza mayor o perpetradas por humanos, soportan cargas considerables de decisiones erróneas o no sustanciadas, tomadas en momentos de cambio (todos lo son en la Red debido precisamente a los cuatro jinetes del apocalipsis digital), que se percibían a veces como la confirmación de ritos consagrados en actividades precedentes, o como el prólogo de aventuras fascinantes, pero que jamás se habrían emprendido en el mundo presencial en esas circunstancias. Por eso, el agujero negro digital es un concepto riquísimo que permite obtener un conocimiento inigualable sobre lo que hacemos o deberíamos hacer en la Red, sobre la formulación de nuestros proyectos, sobre el conocimiento necesario para poder ejecutarlos y, en definitiva, para prevenir que nuestras acciones se conviertan en una nueva ración de alimento para un agujero negro digital que, no lo olvidemos, lo único que tiene que hacer es esperarnos y aspirar lo que generosamente le ofrezcamos.

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