En los últimos tiempos, la revolución digital ha transformado la manera de percibir el mundo que nos rodea. La creciente proliferación de realidades sintéticas, como las emergentes tecnologías Deepfake, muestra cómo la frontera que separa la realidad y la ficción (y verdad y mentira) se desdibuja a un ritmo trepidante. Fruto de este contexto, una nueva generación de diseñadores ha comenzado a emplear la ficción como una herramienta para entender mejor el presente y debatir o cuestionar el futuro colectivo que queremos.
A lo largo de las últimas décadas, importantes avances tecnológicos y científicos han transformado casi todos los aspectos de la vida de las personas y han ejercido un impacto global que va más allá de una revolución tecnológica: el empoderamiento generalizado de las personas, un mayor acceso a la información o bien formidables herramientas de networking. La denominada «revolución digital» se ha convertido sin ningún tipo de duda en una de las ideas centrales de los últimos tiempos. Como explica el historiador Howard P. Segal, «la tecnología se ha convertido no solo en la base material de la sociedad, sino verdaderamente también en su modelo social e ideológico» (Future Imperfect: The Mixed Blessings of Technology in America, 1994). Es evidente que esta idea de tecnología (o ideología), materializada a través de nuevos productos y servicios, se encuentra en el centro de una ruptura radical en la vida social, y tiene un peso muy significativo a la hora de definir el espíritu político y cultural de nuestros tiempos.
Hoy en día, la percepción que tenemos de nuestra realidad está definida, en gran medida, por estas innovaciones que la revolución tecnológica ha creado de forma generalizada y asequible para una gran mayoría. Mediante contenidos de distintos formatos, nos hemos visto rodeados por nuevas maneras de representar, producir o recrear la realidad que nos rodea. Imágenes, sonidos, vídeos y mensajes configuran un nuevo paisaje en constante evolución que nos permite comprender e interactuar con el mundo a través de nuevos mecanismos. Estas nuevas posibilidades transgreden las formas tradicionales de presentación, exhibición o interacción, y, en consecuencia, construyen nuevas relaciones entre la apariencia y la realidad, entre lo singular y lo común, entre lo que es visible y su significado.
Escuchar el mensaje de audio de un amigo, recibir la llamada de un familiar o reproducir el vídeo de un político conocido son acciones simples y cotidianas cuya veracidad, a priori, no nos cuestionamos: por el hecho de reconocer sus voces y rostros, en la actualidad las tratamos como materiales auténticos. Aun así, la creciente proliferación de realidades sintéticas cuestiona esta idea. Las emergentes tecnologías deepfake, por ejemplo, generan sintéticamente todo tipo de vídeos y audios realistas que devienen verosímiles. Otras innovaciones, como el Google Duplex (el último asistente de I.A. del gigante tecnológico), hacen reservas tecnológicas sin que el interlocutor llegue a darse cuenta de que está conversando con una voz sintética. Hoy en día, la frontera que separa realidad y ficción se desdibuja a un ritmo trepidante. Videojuegos con universos infinitos como No Man’s Sky o Fortnite, filtros faciales de realidad virtual integrados en las redes sociales o aplicaciones de citas con algoritmos que te ayudan a encontrar pareja, ilustran actividades establecidas y muy cotidianas donde las realidades y las ficciones se unen y se entrelazan, y que asimismo cuestionan conceptos como verdad y mentira.
En los últimos años, hemos visto cómo estas grandes transformaciones han dejado huella a escala social, en especial en la esfera política. En el año 2016, el Oxford English Dictionary escogió «posverdad» como palabra del año, a raíz de las elecciones presidenciales de 2015 en Estados Unidos y de la celebración del referéndum del Brexit. En ambos casos se demostró la pérdida de influencia de los hechos verídicos y reales en la configuración de la opinión pública, dando paso a una clara apelación a las emociones y a las creencias personales por encima de los hechos verídicos y contrastados. El auge de las noticias falsas y las verdades alternativas difundidas principalmente a través de las redes sociales, y el difícil rol del periodismo para mantener unos elevados estándares de objetividad inherentes a la profesión, han provocado que algunos analistas afirmen que ya vivimos en «la era de la posverdad»: una época en la que los hechos, la verdad y la realidad se ven gravemente debilitados y en la que predomina un lenguaje de confianza, emoción y sinceridad que abandona definitivamente la certeza y la veracidad.
La relación entre la realidad y la ficción es ciertamente problemática, y siempre ha existido una tensión entre ambos conceptos que se ha ido acentuando y relajando a lo largo del tiempo, tal como han explicado pensadores de épocas muy diversas, como Platón, Nietzsche, Walter Benjamin o Jean Baudrillard. El contexto actual demuestra que la problemática sigue más viva que nunca y que se acentúa a un ritmo constante. Frente a este contexto, es evidente la necesidad de habilitar nuevas herramientas que nos ayuden a redefinir nuestra relación con lo que es real, y comenzar a enmarcar los hechos de formas nuevas e imaginativas para que la verdad tome sentido y se mantenga firme en la vida cotidiana. Es aquí donde la ficción y la imaginación adquieren un gran protagonismo.
¿Qué papel positivo puede tener la ficción en esta era de la posverdad, rodeados de noticias falsasy verdades alternativas? ¿Qué lugar ocupa la imaginación en el modo en que entendemos y creamos la realidad que nos rodea? En los últimos años, ciertos sectores periféricos de las artes y el diseño han empezado a dar algunas respuestas a estas preguntas.
Una nueva generación de diseñadores ha comenzado a emplear la ficción en su práctica creativa como un medio para especular cómo podría ser la realidad que nos rodea. Adoptando como propia la premisa de que «la realidad necesita la ficción para ser deseable, de la misma manera que la ficción necesita la realidad para ser creíble» (Stephen Duncombe, Dream: Re-imagining Progressive Politics in an Age of Fantasy, 2007), estos profesionales del diseño reivindican la ficción como un instrumento para imaginar futuros alternativos, y su capacidad para transformar el mundo actual. Alejados de las tradicionales disciplinas de un diseño ampliamente al servicio de la industria y de las necesidades comerciales, aquí el diseño se convierte en una vía para especular cómo podrían ser las cosas: una herramienta para entender mejor el presente y debatir o cuestionar el futuro colectivo.
Este diseño, que algunos han descrito con anterioridad como «diseño especulativo» o «ficción especulativa», es una teoría o metodología que adopta la forma de objeto o material tangible y tiene un objetivo: interpelar a la audiencia a través de su uso (ya sea visualizándolo, experimentándolo o utilizándolo). A través de esta interacción, el espectador se adentra en una narrativa creada a través del objeto para estimular y provocar imaginaciones específicas y claras. Uno de los factores fundamentales de estos proyectos es la gestión de la ficción.
Utilizando técnicas próximas a disciplinas como la ciencia ficción, la interpretación teatral o la comedia, estas prácticas establecen un «puente» entre la percepción del mundo real de la audiencia y el elemento ficticio del concepto presentado: requieren una coherencia con nuestro presente y una narrativa ilustrada o explicada de forma verosímil. Aun así, las «ficciones especulativas» no suelen desviarse hacia un futuro demasiado lejano. Practicando la colaboración con otras disciplinas, estos proyectos basan sus investigaciones en procesos o tecnologías reales, creando así una interpelación más penetrante y provocativa.
Con todo, a menudo construyen una visión de la realidad que nos ayuda a conocer mejor el mundo en que vivimos a través de formatos más versátiles que, por ejemplo, un análisis científico o una pieza periodística. Designing for the Sixth Extinction es un proyecto realizado por Alexandra Daisy Ginsberg a través del cual investiga el impacto potencial de la biología sintética sobre la biodiversidad y la conservación. Basándose en investigaciones en desarrollo, el proyecto recrea el aspecto de posibles nuevas especies sintéticas y reflexiona sobre el futuro de los espacios naturales. La badalonina Marta Giralt Dunjó, por otro lado, creó Virtual X, un proyecto que cuestiona los límites éticos y morales de la Realidad Virtual en prácticas sexuales extremas. A través de una serie de artefactos y objetos que recrean estas experiencias sexuales, expone este futuro cercano y cuestiona el papel de la industria de la pornografía.
La doble consciencia del lector es una cualidad inherente a la experiencia estética y que aquí se pone de manifiesto. Algo que «solo» es una ficción puede conmovernos profundamente, y gracias a este marco ficticio podemos sumergirnos sin perder nuestra capacidad de realizar una evaluación crítica del mundo que evoca. Esta fe del espectador, como en las ficciones literarias, es a la que hace referencia el principio conocido como la «suspensión voluntaria de la incredulidad» (Samuel T. Coleridge): la fascinante idea de que el espectador acepte los propios términos de la obra ficticia, suspendiendo así su incredulidad en la ficción para librarse de la premisa del mundo ficticio.
Una de las cualidades más importantes de la ficción es su honestidad: no pretende decir la verdad. La ficción pertenece al ámbito imaginativo, pero esto no quiere decir que las historias presentadas sean intrínsecamente falsas. A veces, la ficción revela una verdad más profunda sobre el mundo que los hechos contrastados: la ficción puede diseccionar el mundo, cuestionarlo y ofrecer nuevas perspectivas. Nos ayuda a pensar e imaginar realidades alternativas, a explorar el futuro y a representar cosas que sean difíciles de representar de otra manera. La ficción nos lleva al mundo de lo posible, de lo que es pensable. La ficción, en cierto sentido, nos ayuda a acercarnos a un futuro mejor.
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