Dentro (y fuera) del paréntesis Gutenberg

Una idea fuerte es aquella que permite una concentración de preguntas que afectan sustancialmente al devenir de la cultura. El acierto de estas jornadas es precisamente, haber puesto  el acento en los dilemas que plantean quinientos años de hegemonía textual reabriendo y enriqueciendo un debate que tiene su propia genealogía. Los dualismos ayudan a simplificar los temas para comprenderlos, las polarizaciones son útiles para activar la discusión pero, como ya sabemos, la complejidad de lo real es algo que ningún exegeta individual puede abarcar. Por eso quizá, lo más sensato es pensar que estamos dentro y fuera del paréntesis Gutenberg en un momento de transición donde el “viejo mundo” no acaba de morir y el “nuevo mundo” no termina de nacer. En este impasse, nos enfrentamos a una serie de procesos que- directa o indirectamente- acotan los cambios en los que estamos inmersos y perfilan un posible horizonte post-Gutenberg:

Erosión de la categoría de autor

La cultura del texto impreso entroniza la categoría de autor, pero existen líneas de fuga que ponen en entredicho esta noción apelando a un lector activo que completa, modifica, suspende o altera la creación individual de una obra literaria. Si es cierto, como quería Michel Foucault, que el autor es una invención moderna, también existe una tradición de autores- de Cervantes a Borges- que han contribuido a erosionar algunos de los preceptos que sostienen el invento: la originalidad de una obra, el tabú de no copiar, la fiabilidad de las fuentes, la linealidad narrativa, la coherencia interna, etc. La maestría con la que Borges manipula el canon occidental, reescribe algunas historias eternas, imagina a los grandes escritores como muchos (o nadie) y desautoriza la erudición por considerarla una forma refinada de la crueldad, bastaría para admitir que la propia modernidad lleva implícita una sospecha permanente sobre las atribuciones del autor único, genial u omnipotente Si pensamos en artes como el cine o el teatro, la cuestión se hace aun más evidente.

“Una película no es la creación de un individuo, sino de un equipo de varias docenas e incluso centenares de personas: el cine es por definición, un arte colectivo, a pesar de que la nouvelle vague probó a imponer más tarde la idea de política de los autores para conferir a la obra una unidad creativa que técnicamente no podía tener” [1]

Dilemas de la propiedad intelectual

La permanencia o salida del paréntesis Gutenberg pasa irremediablemente por un debate serio sobre la propiedad intelectual en la era del capitalismo cognitivo. Un debate todavía plagado de argumentos tendenciosos, posiciones extremas y egos corporativos. Los partidarios del copyright tradicional, defensores de los intereses de una industria cultural que no acaba de adaptarse al impacto de las nuevas tecnologías de la información, tratan de ganar tiempo, legislando con miedo, ignorancia y una singular miopía. En el extremo opuesto, los ideólogos de un mundo sin copyright [2], defienden una utopía que tampoco responde a las preguntas cruciales de una nueva economía activada por prosumers, contribuidores y bricoleurs [3] . Son tal vez las posturas reformistas, como las de Lawrence Lessig, las que mejor interpretan el nuevo escenario cultural: se necesitan nuevas leyes sobre la propiedad intelectual, pero es ética e intelectualmente reprobable confundir la remezcla con el robo, identificar piratería con intercambio de archivos o criminalizar el comportamiento on line de las jóvenes generaciones.

Cultura de la participación

Desde hace poco mas de un lustro la filosofía 2.0 se ha extendido a casi todos los ámbitos de la cultura, pero son sus perversiones mercantilistas las que impiden su implantación más rigurosa y profunda. Las promesas de un mundo de redes distribuidas donde cada nodo pueda conectarse potencialmente con todos los nodos, (como sucede en la blogosfera) no se estarían cumpliendo… Las criticas más notorias consideran este “llamado masivo a la participación” como una forma de “maoísmo digital” o “totalitarismo cibernético” [4], nos advierten sobre las diferencias entre participar e interactuar o denuncian el carácter centralizado de las principales redes sociales como Facebook y Twitter [5].

Sin embargo, sería un error no admitir la magnitud de lo que se ha puesto en marcha. Cuando la caja de la participación se abre resultan más difíciles las actitudes regresivas. Lograr que la participación se convierta en una interacción creativa entre iguales sigue siendo un objetivo de primer orden si realmente deseamos crear una cultura más horizontal, abierta y democrática. “La participación es para siempre”, advertía Hans Ulrich Obrits hace pocos años, definiendo un horizonte donde los procesos de co-creación con los usuarios y la intensificación del intercambio entre profesionales y amateurs, constituyen algunos de los desafíos más controvertidos y apasionantes. Por eso mismo, el impasse requiere detectar las promesas incumplidas, sin cesar en las tareas de fondo. Y entre ellas, sin duda, está el acceso cultural en sus tres formas: acceso a la información, acceso a equipos de producción y acceso a la reproducción. [6]

Mutación de los formatos

Puede existir la tentación de afirmar que algunos formatos están decididamente obsoletos, y que los nuevos formatos no han adquirido todavía plena carta de ciudadanía. Por una parte, están los defensores de los formatos y soportes tradicionales con mas o menos entusiasmo frente a las innovaciones y por otra, los adeptos al vértigo de las defunciones y el cambio que, de algún modo continúan con las ceremonias fúnebres que el siglo XX ha celebrado respecto a la novela, el teatro, el cine, la historia y las ideologías.

O dicho de otro modo: asistimos a la supervivencia de “cadáveres exquisitos”, que gozan de buena salud y al mismo tiempo, a un aluvión de invocaciones a lo radicalmente nuevo, propia de la primera modernidad.  Pero, ¿estamos hablando de una modernidad tardía, una hipermodernidad,  un triunfo de la posmodernidad o un capitulo del que no se conocen las claves de la trama?

El fenómeno de la coexistencia de formatos considerados obsoletos y nuevos géneros y formatos emergentes, permite sin embargo detectar algunos procesos clave:

  • El efecto crossover entre las artes y las nuevas tecnologías supone una transformación general de todos los géneros y formatos. No hay género ni formato que no se vea afectado. Lo cual no significa que no existan nichos para la supervivencia de los géneros y formatos más minoritarios. Véase por ejemplo lo que está sucediendo en la galaxia audiovisual.
  • La irrupción desde hace dos décadas de dinámicas presenciales (offline) de intercambio de conocimiento donde las figuras del hacker y del geek tienen un papel original decisivo, han ido permeando progresivamente el ámbito cultural favoreciendo la emergencia de nuevos formatos que van desde las variantes del camp (foocamp, barcamp, sex camp, BookCamp, etc.) a las charlas relámpago, de los talleres de diseño con usuarios a los dilemas que plantea de la co-creación de proyectos complejos.
  • La dialéctica entre viejos y nuevos paradigmas en las distintas disciplinas y la posibilidad de alumbrar un nuevo paradigma cultural que pueda articular y vertebrar la tradición innovadora de los últimos tres siglos, con la polimorfa innovación emergente del siglo XXI.

Educación expandida

El aula, la biblioteca y el museo son espacios tradicionales de aprendizaje y conocimiento que están sufriendo una transformación profunda. Y es quizá el laboratorio, otro espacio emblemático de la modernidad, el que mejor resiste la velocidad del cambio, en parte porque lo promueve, y también debido a sus funciones específicas: investigar, experimentar e innovar. En ese sentido, los labs culturales podrían concebirse como dinamizadores de los nuevos espacios de conocimiento que están emergiendo en el siglo XXI y que, de algún modo, aceleran la salida del paréntesis Gutenberg. No obstante, convendría cierta cautela sobre el rumbo y las consecuencias de este proceso. Situados en medio del torbellino no tenemos la perspectiva suficiente para conocer la naturaleza de la transformación en la que estamos inmersos. Las diversas brechas [7] a la que nos enfrentamos dilatan la creación de una masa crítica, pero ninguna visión distópica puede ensombrecer la necesidad de continuar profundizando en la democratización de la cultura. Pensar, crear y actuar en este impasse requiere conciliar una visión de long zoom [8] con las dificultades inherentes a cada contexto. Para vislumbrar el escenario mas deseable deberíamos ser capaces de consensuar las visiones macro, con la miríada de situaciones donde construimos cada día, nuestros futuro como especie. ¿Qué tipo de humanidad estamos creando? Si la cultura se encamina progresivamente a una era post- Gutenberg, tendríamos que extraer las lecciones más relevantes de este período, admitir sus memes más fecundos y ser justos con nuestro corazón bibliofrénico [9]. Seguiremos leyendo y escribiendo, aunque los soportes de lecto-escritura cambien con celeridad, y una cognición amplificada requiera inevitablemente, integrar todos los sentidos, y también, aquello que nuestros sentidos no han logrado integrar.


[1] Gilles Lipovetsky y Jean Serroy. La pantalla global. Anagrama, 2009

[2] Joost Smiers. Un mundo sin copyright. Editorial Gedisa, 2006.

[3] Véase las conferencias de Bernard Stiegler y David de Ugarte en el ciclo I+C+i. Investigación e innovación en el ámbito cultural (www.cccb.org/icionline)

[4] Jaron Lanier. You are not a gadget. A Manifesto. Allen Lane, 2010.

[5] David de Ugarte. Los futuros que vienen. Biblioteca de las Indias, 2011.

[6] Teixeira Coelho. Diccionario crítico de política cultural. Editorial Gedisa, 2009.

[7] La brecha no solo es digital, asi como la crisis no solo es económica o financiera. En ambos casos se trata de crisis o brechas interconectadas.

[8] Vease el artículo de Steven Johnson The Long Zoom publicado en The New York Times en octubre de 2006.

[9] Joaquín Rodriguez. Bibliofrenia. Melusina, 2010

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