Cronopolítica, o las políticas del tiempo entre las finanzas y la computación

Cómo la experiencia social del tiempo se encuentra mediada por los avances tecnológicos y las infraestructuras financieras de nuestra sociedad.

Relojeros, c. 1900

Relojeros, c. 1900 | Municipal Archives of Trondheim | Dominio público

El tiempo es un fenómeno físico, pero representado, medido y gestionado culturalmente. La idea de cronopolítica apunta a las políticas del cuándo: de qué maneras y en función de qué el tiempo es dividido en determinadas unidades; qué formas de experimentar y usar el tiempo son consideradas normales y deseables (y cuáles no); y qué modos de vida, trabajo, cuidados –y existencia, al fin y al cabo– hacen o no posibles.

En Alicia en el país de las maravillas, la protagonista sigue a un conejo blanco –siempre apresurado, temeroso de llegar tarde y constantemente atento a su reloj de bolsillo– hasta caer en una madriguera que la transporta a una dimensión en la que las reglas que rigen lo real son distintas. Esta figura también aparece en la primera película de la trilogía Matrix, donde el conejo blanco toma la forma de un tatuaje que Neo persigue hasta llegar a una fiesta y dar con Trinity, que hará de enlace con un colectivo capaz de saltar entre el plano virtual y el real.

En el primer caso, el portal entre dos planos distintos es un agujero hecho por un animal. El segundo tiene otra naturaleza, que es infraestructural y distribuida. En Matrix, lo virtual y lo real se conectan mediante las líneas telefónicas que son hackeadas por seres humanos operando sistemas informáticos.

En 2009 se publicaba un artículo científico que describía las características de un prototipo desarrollado en el CERN llamado White Rabbit. Este proyecto, que ha evolucionado desde entonces, tiene una doble función: por un lado, transferir datos rápidamente, y, por el otro, generar un estándar de sincronización ultraprecisa que se mide en sub-nanosegundos. Esa red-reloj nació con propósitos puramente científicos y fue compartida en código abierto. Poco después, otras industrias de gran inversión tecnológica como la espacial, la militar y la financiera empezaron a utilizarla.

Estandarización, tiempo y poder

Las tecnologías que utilizamos nos ayudan a dar sentido al mundo en el que vivimos y, de este modo, controlan, por detrás, el mundo que hacemos con ellas. Los calendarios y los relojes constituyen parámetros que nos dicen cuándo estamos. De un modo similar, muchos otros artefactos nos sitúan. En el siglo XIX, el telégrafo sirvió para sincronizar la extracción de recursos naturales de las colonias europeas y coordinar su transporte, manufactura y comercio. Desde las metrópolis, estas líneas de comunicación imponían una forma de entender el tiempo y la naturaleza a otras culturas y cosmovisiones. Paralelamente, con la llegada del tren a nuevas latitudes también llegaba la puntualidad mediada por la máquina y la organización industrial de la vida.

A este respecto, la socióloga Barbara Adam (Time and social theory. John Wiley & Sons, 2013) explica que la medida racional y sintética del tiempo moderno es necesaria para convertir días, ratos y momentos en unidades capaces de ser compradas y vendidas en el mercado laboral, algo fundamental en la economía capitalista. Este tiempo maquínico aliena al ser humano de los tempos naturales y se convierte en un estándar que puede ser aplicado en cualquier momento y en cualquier lugar. Es una unidad intercambiable con el poder de separar aquello «desarrollado» (es decir, más adelantado en una hipotética línea del tiempo recta que conecta el pasado con el futuro) de lo que no lo es.

Esta estandarización estructura asimismo una forma de discriminación de género profundamente arraigada. Como explica la socióloga Judy Wajcman (Pressed for Time. University of Chicago Press, 2014), el valor del tiempo se distribuye de manera desigual. El «tiempo es dinero» en las actividades productivas, generalmente asociadas a los hombres en contextos laborales, mientras que el valor de ese tiempo es invisibilizado en las tareas reproductivas y de cuidados, realizadas, aún hoy, en gran parte por mujeres.

Relojeros, c. 1930

Relojeros, c. 1930 | Public Record Office Victoria | CC BY-NC

Globalización, redes y datos en la cronopolítica industrial

Las dinámicas imperialistas de los siglos XIX y XX pavimentan el terreno sobre el que se erige la globalización. A las infraestructuras telefónicas, redes de carreteras y rutas marítimas se suman las informacionales para multiplicar la intensidad y la velocidad de movimiento de personas, datos y mercancías. Los avances tecnológicos que se derivan de las guerras mundiales permiten desarrollar una nueva escala de tiempo más precisa que en 1972 se convierte en estándar global: el Tiempo Atómico Internacional (TAI). En este mismo período la industria de la computación empieza a florecer, se consolidan los primeros fondos de inversión que financiarán a Silicon Valley y ARPANet –una primera versión de Internet dirigida a la investigación universitaria y a la defensa en EE. UU.– empieza a utilizarse. Esta triangulación, en un contexto en el que el presupuesto militar, animado por la paranoia de la Guerra Fría, llenaba de recursos todo tipo de laboratorios de I+D, fijó las coordenadas para una nueva era cronopolítica que hundía sus raíces en la temporalidad de la revolución industrial.

El tecnocapitalismo contemporáneo sería inconcebible sin la noción lineal, secuencial y causal del tiempo industrial, que sienta las bases de las actuales tecnologías de control predictivo. Los sistemas de datificación requieren procesos de marcaje (timestamps) para establecer cuándo han sido producidos esos datos, lo que a su vez es fundamental para el aprendizaje automático y para la coordinación de distintas funciones dentro de una red.

Ejemplo de timestamp

Ejemplo de timestamp

Computación, finanzas y velocidad

También desde la década de los setenta, la industria de la computación y el sector financiero han evolucionado retroalimentándose. Esto puede explicarse por dos razones: la primera es la ingente cantidad y diversidad de datos que el sector financiero gestiona para tomar sus decisiones de inversión y que lo ha convertido, desde los años ochenta, en uno de los principales usuarios de sistemas de inteligencia artificial. La segunda, la necesidad de disminuir el tiempo entre la toma de decisiones y la ejecución de la operación financiera. En la medida en que tener la mayor velocidad y capacidad de procesamiento marca diferencias billonarias, el sector financiero inyecta grandes flujos de capital en la industria tecnológica.

En este marco se da la carrera de la negociación de alta frecuencia (High Frequency Trading), que ha provocado que hoy en día más del 50 % de las operaciones en los mercados financieros sean ejecutadas por algoritmos. El sociólogo del conocimiento y las finanzas Donald MacKenzie (Trading at the Speed of Light. Princeton University Press, 2021) explica que la rentabilidad en la compraventa de valores en este mercado algorítmico depende, por encima de todo, de la rapidez de las operaciones. Para ello, se necesita construir un tejido infraestructural que permita esa hipervelocidad y que requiere inversión en el desarrollo de nuevas tecnologías, como antenas para la transmisión de datos por microondas o la adaptación de nuevos protocolos de sincronización como el proyecto White Rabbit, que permite mejorar la exactitud y la precisión dentro y entre los lugares que ejecutan las operaciones.

Las consecuencias de esta carrera tecnológica que premia a aquellos capaces de especular más rápido desbordan el propio sector financiero. El sociólogo Max Haiven (Cultures of financialization: Fictitious capital in popular culture and everyday life. ‎Palgrave Macmillan, 2014) explica cómo medidas, ideas, metáforas, narrativas y valores típicos del mundo de las finanzas transforman otras áreas de la sociedad, como la gestión de lo público, la educación o las relaciones interpersonales. Especular financieramente implica gestionar incertidumbre en una lógica según la cual, cuanto mayor es el riesgo, mayor será el beneficio potencial.

En el actual contexto de creciente incertidumbre y escasez temporal, espacial y de recursos, la lógica de las finanzas se filtra en el tejido cultural haciendo de la especulación, en tanto orientación instrumental a futuro, un modo generalizado de gestión de la experiencia social del tiempo. La cronopolítica de lo urgente (por ejemplo, en los tempos menguantes para mitigar consecuencias aún más catastróficas del cambio climático) se suma a la cronopolítica financiera-computacional en la gestión de lo económico.

En esta intersección aparecen extrañas interferencias maquínicas. Como explica la filósofa Amy Ireland (Filosofía-ficción. Holobionte, 2020), el tiempo computacional funciona en una escala temporal alien que desborda nuestras coordenadas de interpretación. Por poner un ejemplo, los asistentes virtuales tienen que dilatar su tiempo de respuesta para que su interacción parezca más humana. Al respecto, Ireland indica que cualquier evento que dure menos de una décima de segundo se vuelve invisible. Y así, nos vemos obligados a desarrollar máquinas para comprender las coordenadas temporales en las que funcionan las máquinas que hacemos. Añadiendo otro agente mediador entre el mundo que hacemos y el mundo que existe previamente, nos alejamos aún más de la capacidad soberana de administrar la temporalidad humana.

Taller de reparación de relojes, 1942

Taller de reparación de relojes, 1942 | US National Archives | Dominio público

Diseñar la cronodiversidad

La cronopolítica moderna (racional, instrumental, lineal, causal y cada vez más acelerada) se ha extendido por el planeta al mismo tiempo que las redes logísticas e informacionales. Más recientemente, estas mismas infraestructuras han diseminado la cultura de la financiarización y la ideología de la innovación de Silicon Valley. Estas visiones, materializadas en formas tecnológicas muy específicas pero que se presentan como universales, reproducen las visiones de una élite que ha logrado colonizar una parte enorme de la organización cronológica, productiva y afectiva de la sociedad global.

Voces como la del filósofo Yuk Hui (Fragmentar el futuro: ensayos sobre tecnodiversidad. Caja Negra, 2020) realizan un llamamiento a incorporar la diversidad cultural al desarrollo tecnológico para evitar que los futuros que produzcamos con nuestras máquinas sigan avanzando hacia la homogeneización que vivimos actualmente. Del mismo modo, el pensamiento decolonial reclama no solo el derecho sino la necesidad reconocer el valor de otras cosmogonías (que traen implícitas, a su vez, otras cronopolíticas) para hacer frente al antropoceno. En una línea similar, la teoría decrecentista reivindica, desde la economía ecológica, la necesidad de otros estándares económicos (por ejemplo, más allá del PIB) que permitan hacer visibles otras actividades productivas. Reconociendo la inmensa complejidad de los sistemas de los que formamos parte, el decrecimiento busca abrir espacio para que emerjan otros ritmos que llevarán a otras formas de encuentro. En el centro de su argumentario, esta posición invoca una cronopolítica más pausada y atenta.

A caballo entre los siglos XIX y el XX, el escritor Oscar Wilde y el economista John Maynard Keynes asumían que la automatización liberaría tiempo de trabajo. En ese sueño cronopolítico, vieron en las máquinas un portal que, sin embargo, llevó a un lugar de características opuestas. Los objetos técnicos e intelectuales, ya sean tendidos telefónicos, estándares temporales, antenas de microondas o indicadores económicos, (re)producen mundos y abren portales hacia otras dimensiones. Y sin embargo, y hablando con Wajcman, la cultura de la inmediatez no nos permite generar nuevos imaginarios acerca de lo que es la buena vida.

Diseñar cosas, formas de hacer y de entender, es también diseñar maneras de representar y experimentar el tiempo. Estas cosas, a menudo, funcionan como White Rabbits, entidades que nos llevan a otros lugares que funcionan con otras reglas. En un momento en que parece que el tiempo se acaba, la cronopolítica abre un punto de entrada (o de fuga) útil para comprender cómo nuestra organización sociotécnica ha hecho el mundo en el que vivimos. En un sentido más propositivo, pensar en un diseño cronodiverso quizás nos ayude a resistir la homogeneización temporal obsesiva y apresurada de las tecnologías corporativas y a experimentar con otros ritmos que abran otras formas de estar y ser.

Este articulo tiene reservados todos los derechos de autoría

Ver comentarios0

Deja un comentario

Cronopolítica, o las políticas del tiempo entre las finanzas y la computación