No hay duda de que Internet ha transformado la sociedad y sus hábitos. La forma en que producimos y consumimos contenidos ha mutado, y el mundo editorial no es una excepción. Mientras el trabajo de escritor se ha expandido más allá de la escritura, nuevos actores irrumpen en el terreno de la creación literaria planteando nuevas formas de entender la autoría. A la vez, el libro impreso deja de ser el principal soporte de lectura y ganan fuerza las nuevas ventanas digitales. Ante esto, el sector editorial se ve obligado a adaptarse a un nuevo escenario que aún se está definiendo.
Ya no es novedad que los avances tecnológicos de las últimas décadas, que se iniciaron con la revolución industrial, han causado cambios sustanciales en la humanidad. Hemos asistido a un cambio cualitativo y cuantitativo en las esferas económicas, sociales y culturales. En apenas más de un siglo se ha avanzado más que en cientos y cientos de años.
Sin embargo, una revolución más estaba por llegar: Internet, su popularización y la interconexión. Muchas barreras han dejado de existir, la comunicación se expandió y multiplicó, y la información comenzó a circular muchísimo más rápido que antes.
La capacidad de producción de textos, vídeos, imágenes, música, etc. (contenidos) se vuelve imparable y algunas industrias empiezan a tambalear o, por lo menos, su modelo de negocio se vuelve obsoleto ante la nueva realidad.
Este es el caso de la industria editorial si no da un golpe de timón y cambia el rumbo ya. La industria editorial se va quedando obsoleta, al igual que su negocio, basado en una concepción de los derechos de autor del siglo pasado y en un modo de producir y hacer circular su producto, el libro, que necesita importantes y urgentes ajustes para ser rentable.
Cabe hacerse varias preguntas cuando se aborda este tema. ¿A qué nos referimos cuando hablamos de contenidos? ¿A qué llamamos libro en la actualidad? ¿Es la industria editorial realmente consciente del cambio de hábitos de la población? ¿Por qué se produce más de lo que el mercado demanda? ¿Cómo ha afectado la autopublicación al negocio de la edición?
Por contenido nos referimos a una obra, a un diamante en bruto antes de ser pulido, editado, trabajado, reinterpretado, decodificado, etc., para convertirse en un libro, una película, un audiolibro, una página web, un curso o cualquier otra modalidad o soporte. El libro es un formato, un soporte, un vehículo —un continente—; uno de los tantos empaquetados que puede revestir un mismo contenido.
Las preguntas son muchas y podrían ser interminables. Aquí queremos centrarnos en los cambios producidos en la creación de contenidos y en cómo consumimos y disfrutamos ese contenido. Cómo los formatos o soportes de ese contenido se transforman en ventanas de lectura.
La tradición
Tradicionalmente, «el diamante en bruto» partía, motu proprio, de un autor o bien un editor le solicitaba que produjera un determinado texto, imágenes, etc. (obra por encargo). Esta tarea creativa devenía en la obtención de copias originales (por ejemplo, en el caso de las fotografías e ilustraciones) o en un manuscrito (en el caso de los textos). Estos originales, una vez acabados y ya en la editorial, entraban en el proceso de edición editorial.
Si nos centramos en el texto, en el manuscrito, este recibía una sucesión de correcciones mientras pasaba por las fases de diseño, composición y pruebas de imprenta. Una vez editado y trabajado ese texto (contenido), se volcaba sobre papel mediante la impresión. El objeto resultante de este proceso es lo que se llamaba libro.
Así ha sido casi todo el siglo pasado y así sigue siendo hoy. Sin embargo, los matices aplicables a cada paso y fase son enormes. Matices que tiñen la producción de ese texto, así como los procesos, los formatos y el consumo de ese contenido.
La creación del siglo XXI
La romántica imagen del escritor sentado en su escritorio, rodeado de libros y escribiendo de forma apasionada en su máquina de escribir ya sabemos que es idílica.
Hoy un autor no solo escribe, sino que también administra y alimenta un blog, gestiona sus redes sociales y organiza y dicta talleres en línea y fuera de línea, solo por mencionar algunas tareas. La gran mayoría de las veces vive de otro trabajo que no es el de escribir. Es decir, el primer cambio lo percibimos en quien produce el contenido: su creador.
Entre las tantas actividades que realizan los autores actuales podemos encontrar que también participan en la creación de obras colectivas a través de Internet. Así hallamos el fenómeno fanfiction («ficción de fans») que consiste en la escritura de relatos de ficción por parte de aficionados a una obra literaria.
Estas narraciones —donde intervienen muchos autores desde distintos lugares del mundo, conectados a Internet— toman los personajes, las situaciones y/o las localizaciones de la historia original para transformarlos, ampliarlos, completarlos, reconstruirlos o reinventarlos.
Plataformas como Wattpad, Goodreads, Fanfiction.net, Fanfic.es permiten la interacción de fans de la literatura que, por un lado, la consumen y, por el otro, la transforman para generar nuevas obras literarias.
Este fenómeno planta cara a la concepción de copyright y a la gestión de la propiedad intelectual, y constituye un desafío para la industria editorial si pretende publicar una obra colectiva de estas características.
Otra de las tareas que hacen los autores actuales es escribir a lo loco, sin importar la calidad, y medirse frente a otros autores. Esto lo pueden hacer durante un mes al año, en noviembre. Este programa se llama NaNoWriMo (National Novel Writing Month), se realiza en todo el mundo y consiste en producir y producir; el único objetivo es crear contenido.
Para ello, cada 1 de noviembre los autores deben comenzar a escribir y antes de la medianoche del 30 de noviembre tener escritas al menos cincuenta mil palabras de una novela. Los wrimos (participantes de NaNoWriMo) se reúnen físicamente a lo largo del mes para ofrecerse apoyo, darse ánimos y realizar pequeñas competiciones y juegos relacionados con la creación.
Estos autores modernos también tienen un blog donde publican contenidos que generan ex profeso para él. A su vez, una entrada en ese blog puede ser el disparador de un curso en línea; un curso que, a su vez, se alimentará de otras entradas de este blog y de artículos de otras bitácoras. Y todos ellos pueden constituir el corazón de un libro, impreso y digital.
Se podrían nombrar muchos más ejemplos de producción de contenidos y de nuevas vías de generarlos. Ante esta realidad, la industria editorial no puede quedarse indiferente y tiene que repensar su negocio sobre la base del contenido y no tanto sobre el libro, sobre el soporte.
Por suerte, ya contamos con algunos ejemplos que se inscriben en esta línea: Planeta Hipermedia, Editorial Médica Panamericana, Campus Cep y Tiching.
Múltiples soportes de lectura
Frente a la producción múltiple y variada, también encontramos que el consumo de textos, fotografías y material audiovisual es polifacético. Hoy leemos más que nunca, pero no necesariamente libros. Tenemos a nuestro alcance, y prácticamente a coste cero, multitud de páginas web, repositorios y blogs que poseen contenidos interesantes y valiosos, algunos incluso iguales o superiores a los de un libro.
Podemos leer noticias en el móvil instantes después de producirse un hecho; también en cualquier periódico en línea o una red social como Facebook o Twitter. Podemos enviar y recibir información a golpe de clic a través de una tableta. Consultamos obras en línea, realizamos un curso e impartimos un webinar en el ordenador de mesa. Decenas de otras acciones las realizamos en el portátil.
Leer trasciende el libro impreso, leer es un acto que va más allá del formato, del soporte y de la industria editorial. Hoy leemos mediante diferentes ventanas; un libro impreso es tan solo una de ellas. De hecho, generado en un blog o en un curso; a la inversa, un libro puede ser el disparador de un taller o un seminario que, a su vez, puede impartirse tanto en línea como de forma presencial.
Asistimos a una era en la que se lee muchísimo, por la circulación de la información, por el alcance a distintos medios —incluidas las redes sociales—, por el alto grado de alfabetización de la población, etc. Por lo tanto, la lectura no está en crisis ni decae; la industria editorial y la manera en que entiende la creación y el consumo de contenidos, sí.
Aquí radica el desafío del sector editorial: cómo digitalizar, no ya el libro, sino la empresa; cómo aprovechar el contenido con el que genera y trabaja para ofrecer nuevas formas y ventanas de consumo; cómo decodificar los hábitos de los lectores de este siglo y ofrecerles un producto a la altura de sus expectativas.
Fabia | 14 enero 2019
molto interessante
andreia | 15 enero 2019
el artículo es estupendo. felicitaciones!
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