Entre diciembre del año pasado y marzo de 2022, tuvo lugar «Ctrl+Z», un laboratorio en el que un grupo de jóvenes se reunía en el CCCB para imaginar cómo podría ser un programa de pensamiento que incorporase las formas de hacer, los referentes y las preocupaciones de la población más joven. Acompañados por La Sullivan, y en conversación con creadores, programadores y pensadores de la ciudad, el resultado ha catalizado en «Bivac». Festival de Pensamiento y Creación Joven que se presenta en el marco de la Bienal de Pensamiento. Hemos pedido a La Sullivan que nos comparta reflexiones, preguntas y conclusiones provisionales de este proceso de trabajo.
Como todos los proyectos, este también nace con una pregunta: ¿qué pasaría si un grupo de jóvenes comisariara un festival de pensamiento? Es decir: ¿qué se transformaría si los jóvenes no fuesen receptores pasivos en el seno de una institución cultural, sino agentes que imaginan, organizan, formulan, deciden y proponen? Este es el punto de partida de «Ctrl+Z», un taller de formación que ha reunido durante más de siete meses en el CCCB a quince jóvenes de diversas disciplinas para concebir un festival de ensayo que se cuestiona, desde un buen inicio, quién lo piensa, cómo lo inventa y hacia dónde se dirige.
Más allá de cómo hemos trabajado –la mitad del proyecto imaginando e iniciando el debate con el apoyo de pensadores, comisarios y artistas; la otra mitad activando el proceso de producción del festival–, este artículo quiere dejar rastro de los aprendizajes, las preguntas en marcha y las conclusiones provisionales a las que hemos llegado: se trata de compartir el pensamiento que hemos sabido generar, de manera colectiva, cuando se invierten los roles de quién produce el conocimiento y el objetivo de las dinámicas de acceso a la gestión del saber es su transformación. Expresado en forma de pregunta: ¿por qué es importante que sean los jóvenes los que estructuren hoy la manera en que el pensamiento se presenta en el mundo? Asimismo, ¿qué significa cuestionar quién tiene el altavoz, cómo se muestra al público, qué temas se subrayan y qué formatos se priorizan?
Sin embargo, no podemos dar respuesta a estas cuestiones si no partimos de otras preguntas. Comenzamos con una tríada: ¿qué queremos pensar? ¿En qué situaciones pensamos? ¿Qué relaciones reclama el pensamiento? Tres preguntas que, de hecho, indagan en otras: ¿dónde se puede pensar? ¿Con quién pensamos? ¿Cómo se piensa? ¿Cuándo empezamos a pensar? Y, ¿qué ocurre cuando lo hacemos? Pero antes, no obstante, una gran cuestión, fundamental en el seno de un proyecto como este: ¿qué quiere decir ser joven? La respuesta, en estos momentos, no está nada clara (quizás es que ser joven es, sobre todo, hacerse preguntas).
Conscientes de que no hay una zona pura ni un sitio vacío desde donde activar un pensamiento primigenio, un festival de ensayo como este debe comenzar, necesariamente, interrogando las condiciones y las posibilidades de lo que articula. Así, nos damos cuenta de que los espacios instituidos para el pensamiento –espacios formales, institucionales– no aparecen en nuestras respuestas y, en cambio, el mapa que dibujan las réplicas es una zona incierta, entre íntima e imprecisa, cotidiana y poco social, que se aleja de dispositivos corporativos o de las entidades hegemónicas del saber. Ni academias, ni escuelas, ni universidades. El primer reto, pues, es el de trasladar este desplazamiento a un festival que tendrá lugar en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.
Conscientes, además, de que pensar y pensar bien no son sinónimos –hay comodidades, privilegios, condiciones e impedimentos–, las respuestas también se gestan alrededor de quienes nos acompañan en la apuesta de pensar: los que lo hacen como nosotros, los que no, los que ya no están, los que dejaron ovillos para deshacer y rehacer, los que nos pidieron que continuásemos con el problema, los que sabotean las posibilidades de articular el pensamiento. Un nuevo reto: coordinar una propuesta coral que, de manera comprensible, incorpore estas voces, alianzas e impedimentos en su forma de mostrarse. Que es lo mismo que preguntarse sobre la posibilidad de conjugar el saber de otra manera que no sea un espacio blindado de seguridad donde las diferencias y las fisuras no tienen cabida. Que es lo mismo que creer que en el saber absoluto y en el no-saber absoluto no hay rendijas por donde vertebrar nuevos discursos y ofrecer nuevos formatos.
Comisariar desde lo joven, entonces, debe tener algo de invitación al pensamiento. Un ofrecimiento a cortocircuitar inercias y a traficar contra los postulados de la normalidad. También una invitación a recuperar nuestra condición de seres pensantes y de habitar el lugar que no somos, transcendiendo identidades y afirmaciones categóricas: comenzar a relacionarnos con lo que no deseamos, y también con lo que no esperábamos y con lo que no nos esperaba a nosotros.
Así llegamos a la idea de refugio, que es el espacio de protección temporal y vulnerable que recoge ante el peligro o la intemperie y, en este contexto, el concepto a partir del cual hemos articulado lo que será el festival. Un refugio es una construcción que protege pero que no tiene la voluntad de perdurar en el tiempo como si fuese una gran construcción que batalla contra la historia. El festival debe ser un refugio porque no debe obviar, en ningún momento, la tensión con lo que queda fuera –lo que nos espera–: algo parecido a observar la tormenta desde una cubierta inestable, a sentir la nevada desde una tienda frágil o a escuchar los truenos desde una barraca de madera. Un concepto, el de refugio, que combina la potencia de una utopía temporal, que tiene final –es decir: un ensayo de lo que se quiere y se desea–, con el gesto transformador de la creación activa que contesta, transforma, propone e imagina. El refugio, nos decimos, encarna los relatos de las narratopías de futuro, que tienden a quedarse solos en el discurso sin acabar de crear un compromiso con la realidad palpable, cotidiana, del mundo.
Es más: el refugio acoge en su condición frágil la naturaleza delicada de lo que emerge. Decidimos, sin embargo, concebir la emergencia más allá de la alarma y la irrupción de la crisis: emergencia es lo que crece inesperadamente, lo que brota sin norma, lo que ensaya su propia condición de un momento a otro, contra los límites. Aquí se crea otro vínculo con la naturaleza joven del festival: ¿no es ser joven, de hecho, un estado de emergencia permanente? Ni edades, ni convenciones, ni relatos petrificados: ¿no es ser joven la promesa frágil de un cobijo que no dura y que, al mismo tiempo, necesita imaginar para convivir con su condición delicada? De la pregunta, hacemos concepto, y es así como llegamos a la imagen del vivac, mínima expresión del cobijo temporal y ejemplo de intervención para protegernos que no altera el mundo, sino que se adapta, se comunica.
«Bivac» deviene así el nombre del festival que queremos crear. En un contexto de provisionalidad permanente, de presente absoluto, de rapidez y de relato apocalíptico hecho carne, consideramos que hacer vivac es una forma humilde de intervenir en el mundo y de transformarlo sin imponer la histórica huella humana que busca permanecer, adulterar y controlar en nombre del beneficio propio. También porque creemos que lo que no dura es también participación activa, que el pensamiento no debe querer imponerse y que el umbral entre la comodidad y la incomodidad, el hogar y la intemperie, es un espacio y un tiempo donde se piensa mejor.
Estas son solo algunas de las ideas que hemos transitado durante los meses que ha durado este proyecto. Como explicábamos al principio, aquí queríamos dejar rastro de una parte del proceso de gestación colectiva que ha cristalizado en una forma concreta. No hablamos de las metodologías, ni de los invitados, ni de los obstáculos, ni de los balances, solo de las preguntas que han catalizado nuestras formas de trabajo y algunas respuestas provisionales a las que hemos llegado. Creemos, no obstante, que hemos descubierto –al menos intuido– algunas de las cosas que hacen de este proyecto y de este festival un evento particular y especial y que, reducidas a una frase escrita con sencillez, pueden parecen una obviedad: un festival de ensayo y pensamiento solo se puede construir ensayando y pensando. Y es este escrito un testimonio, también un pedazo, de la evidencia puesta a prueba.
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