Café Europa revisado – díptico con intermezzo –

Café Europa, Kosmopolis, CCCB

Café Europa, Kosmopolis, CCCB © Martí Pons, 2008.

Somewhere at the crossroads of Time
There must be “Café Europe”…
Whom should you meet there but… everyone

Tadeusz Kantor

Fin de siècle

Érase una vez… Así comienza todo cuento, y este érase una vez constituye la raíz última de todo relato. No por casualidad el tiempo del verbo en los géneros narrativos es pretérito. Y puede decirse que todo relato nos conduce al mito, no solo etimológicamente, no solo, pues, por el hecho de que mythos significa relato, sino también por la etimología de la etimología, ya que etymon significa esencia. Entretanto –y este entretanto aporta una sacudida, o una rotura en la línea del tiempo, del mismo modo que la poesía aporta, según Octavio Paz, una rotura en la linealidad del discurso–, la poesía, o más exactamente la expresión lírica, o cualquier mezcla de la expresión lírica en cualquier tipo de género, incluso el escrito que apunta a la escena teatral, es más, sobre todo en este tipo de escrito, lleva a un origen performativo de la literatura, a un hic et nunc… De esta doble raíz, érase una vez e hic et nunc, surgió el Café Europa. Se concibió como un espacio de comunicación literaria en el presente, o con presencia directa, y como evocación de un espacio así que había existido en el pasado y que ya no existía. Su idea aparece primero allá por los años 90, una tarde húmeda en un café –literal, no literario– de Ámsterdam, durante una conversación de gentes de letras de mi generación, es decir, ni jóvenes, ni viejos, de diferentes zonas del continente. Se trataba de recrear el café literario de finales del siglo diecinueve a finales del siglo veinte, un espacio en el que se difuminan las lindes entre el escenario y la platea, entre las mesas a las que se sientan mezclados quienes leen en voz alta sus textos y quienes escuchan, y cualquiera puede intervenir para opinar públicamente, una especie de teatro sin el invisible cuarto muro, o en el que el cuarto muro invisible cambia de lugar constantemente, y con un decorado que contiene elementos cambiantes, como el vino que merma en la botellas, las velas que se reducen lentamente sobre las mesas o la música que discurre intermitente como intermezzo entre lectura y debate. Al contrario que algunos cafés de los nuevos tiempos que imitan al viejo como ilusión óptica autoinducida de un oasis en el desierto urbano de nuestros días, el Café Europa debía ser una escenificación explícita del viejo, un café entre comillas, una presencia expresamente ambigua –ilusión de la ilusión. A la vieja usanza y muy moderno al mismo tiempo, como dice el escritor holandés Chris Keulemans , uno de los contertulios de aquella tarde húmeda en Ámsterdam, hacia finales del siglo pasado. Un “café” en la linde del siglo, lo llamó. Un juego de espejos entre dos finales de siglo, si se me permite añadirlo.

El área cultural donde se concretó inicialmente esta idea fue Europa Central. No simplemente porque quien primero tuvo la idea durante la conversación en torno a aquella mesa fue un polaco, el poeta Krzysztof Czyzewski. Y no solamente porque él tenía medios para concretarla, como director de la Fundación Borderland (Territorio fronterizo), hogar pequeño y grande de diálogo intercultural. Y tampoco simplemente por el hecho de que Krzysztof Czyzewski, hombre de teatro tanto como de poesía, había adquirido experiencia en el teatro de calle durante los años de vigencia del estado de guerra en Polonia. Además de todo esto, podemos decir que en Europa Central, con la caída del comunismo, surgió una tendencia que podría llamar en busca de la Europa perdida, que es un intento de resucitar el universo espiritual presoviético, de la primera mitad del siglo, que era el mañana de la Mitteleuropa de los Habsburgo. En cierto sentido, el Café Europa apareció como una Europa Central en miniatura.

La misma importancia tiene que este “café” literario –aquí, quizás deba decir que la presencia conjunta de este adjetivo y de las comillas constituye un pleonasmo– se concibió como “café” itinerante, o Flying Café Europa, como lo calificó Keulemans. De la sede de la Fundación Borderland, una pequeña ciudad en la frontera polaca con Lituania y Bielorusia, se trasladó a Liubliana y a Bucarest, pero también más allá de Europa Central, a Estocolmo y a Ámsterdam. O también fuera del continente, a Iowa, por qué no, ya que América, como dice Borges, es una Europa navegando libre, y esta es una de las primeras travesías de este “café” allende los límites del continente. Sailing Café Europa. Los autores participantes en estos desplazamientos eran una mezcla del núcleo impulsor, de aquellos que dialogaron para crearlo, una tarde húmeda de finales del siglo pasado en un local cercano al puerto de Ámsterdam, y diversos autores del país anfitrión… En 2002, el Café Europa llegó, o desembarcó, en Barcelona…

Intermezzo

A finales del año 2002, en el CCCB se organizó la primera edición de un festival de literatura llamado Kosmopolis. A quienes hemos trabajado para este festival, nos pareció natural que el Café Europa formara parte de él, y las razones de esta inclusión que nos pareció natural se comprenden si tenemos en cuenta la naturaleza del propio festival. Y las que he escrito líneas arriba. Y las que siguen. Es más, pensamos que el Café Europa fuera adoptado, que fuera parte de este festival en lo sucesivo. En la primera edición, el tema, en torno al cual giraban las lecturas públicas y el debate, fue “Ars Poetica 2002”, mientras que el formato fue el clásico, fin de siècle. Entretanto, y esta palabra apunta de nuevo a poner en entredicho el orden del tiempo, fue precisamente este formato la novedad más sorprendente… Pero –o mejor, por ello–, si se repitiera, no sería novedad y aún menos sorprendente. Se tornaría en rutina. La adopción requería adaptación, requería cambio constante. Hasta entonces, el Café Europa, al ser un “café” itinerante, era nuevo en cada sitio por su formato. Desde entonces en adelante, tendría reapariciones periódicas en el mismo lugar. El cambio necesario tendría que adaptarse, poco a poco –buscando unas veces en una dirección y otras en otra–, a los flujos contemporáneos y a las trayectorias cambiantes del festival Kosmopolis, adaptándolas mientras tanto a su propio microcosmos.

New Millenium

Flujos contemporáneos… cambio permanente… adaptación y cambio del cambio… El Café Europa, al menos en tanto que idealidad pretendida, entraña cierta similitud con la creación literaria, o poética –si no constituye un pleonasmo, dado que poiesis significa creación–, por cuanto el “café” es género, o modalidad, o módulo de la comunicación literaria. Y, en este campo de la creatividad y la comunicación, el cambio no tiene el carácter del flujo del tiempo. De este modo, fin de siècle o New Millenium contienen cargas semánticas más allá de las referencias cronológicas. Se trata de cambio que, con demasiada frecuencia, se lleva a cabo mediante espasmos, ora con movimientos apenas perceptibles adelante-atrás, como el caracol, ora como una serpiente mitológica gigante y ciega que devora el tiempo y después lo vomita, arrojándose en direcciones imprevisibles. Ciertamente, el cambio en el terreno de la literatura y el fruto de los esfuerzos encaminados al cambio, son imprevisibles ya sea racionalmente, ya sea por medio de los destellos intuitivos que coronan la acumulación de algo llamado évolution créatrice… En los esfuerzos por aportar cambios al Café Europa –a este artificio complicado y frágil, con rasgos de un teatro donde la dramaturgia y las dramatis personae tienen una indeterminación heisenberguiana multiplicada gracias a su interacción, mientras que sus posiciones, autores, o coautores, y público, son intercambiables– en relación con los esfuerzos por aportar cambios, pues, inicialmente he sido bastante dubitativo. Las demandas de renovar el Café Europa llegaron de Juan Insua, director o principal constructor de un artificio mucho más complicado, como es el festival Kosmopolis, en el cual se ha incluido, adoptado y adaptado el Café Europa. Estas demandas reiteradas me llegaban durante las conversaciones que manteníamos de vez en cuando y a lo largo del intercambio de mensajes electrónicos, en los que las discusiones sobre los problemas de carácter práctico se entrelazaban con discusiones sobre fenómenos literarios sin relación directa con nuestro trabajo común, entrelazamientos que ejercían al parecer de pausa necesaria, como para tomar un respiro, o “inspirarnos”, y debo añadir que en tales disgresiones aparecía y reaparecía como por voluntad propia el fantasma de Borges… Quizás esto que acabo de escribir constituye una disgresión sobre la disgresión. De cualquier modo, la repetición obsesiva en mi cabeza de un verso de Borges, del poema “Spinoza”, las tardes a las tardes son iguales –esto lo escribo como el original, no lo traduzco al albanés– es quizás una traslación inconsciente que hacía de las demandas y sugerencias de Juan Insua en el sentido de que las tardes del Café Europa no fuesen iguales a las que fueron. En sintonía con estas demandas y sugerencias, estaban las que llegaron –entre tanto– “desde dentro” del núcleo inicial de la creación del Café Europa, de Krzystof Czyzewski, el primero en concebirlo como reencuentro de una tradición perdida de fin de siècle. Y en esta sintonía, en esta convergencia significativa de puntos de vista para lanzarse desde el fin de siècle al New Millenium, me es prácticamente imposible determinar la “autoría” y el “copyright” de las propuestas renovadoras, a veces explosivas, de cada uno de ellos, y de otros –lo que no es simplemente un “etc.” –, es más, si lo hiciera, entraría en contradicción con la naturaleza del Café Europa, el cual ha sido producto de una convergencia, expresión metonímica de la coautoría. De Krzystof, puedo mencionar, de todos modos, la propuesta de que hay que dejar el Café Europa, cuanto más mejor, a los jóvenes. Esto tiene que ver, entre otras cosas, con el hecho de que su público, como del festival en su conjunto, lo componen sobre todo jóvenes, y el Café Europa es de tal manera que, como se ha dicho, la posición del público y la de los autores, o mejor los coautores, son en cierto modo intercambiables. Anteriormente, se había invitado a escritores jóvenes para que participaran en las lecturas y las tertulias, pero ahora se trata de que participen también en la elaboración del programa. Es sabido, y no digo nada nuevo, que la juventud no aporta la novedad automáticamente, o biológicamente como la naturaleza, pero el Café Europa no debía quedar como prerrogativa de la generación que lo concibió al principio de todo, y la presencia de los más jóvenes se entendió como una de las posibles vías del cambio… Esfuerzos por aportar el cambio se han hecho también en otras direcciones, como por ejemplo en la edición de 2005, café@europa, dando un lugar central a la expresión electrónica de la literatura, abriendo un blog para un intercambio previo de ideas, algunas de las cuales se retomaron después para su discusión durante la sesión del Café Europa, en la que se desarrolló un diálogo online con una escritora que no estaba presente, pero que es buena conocedora de la problemática de la literatura en Internet. Mientras que en la edición de 2008, junto con la poesía-libro, o que aspira a la impresión, se puso el acento en la poesía oral, género en el que el principio hic et nunc se despliega de la manera mas completa y que, por ello, armoniza con las características de un espacio de comunicación como el Café Europa. Y, de este modo, el Café Europa revisado nos conduce a los diferentes tipos de la poesía preformativa contemporánea, con un aquí y ahora tanto en el sentido de la presencia simultanea en la comunicación, como en el sentido de la actualización máxima en relación con los influjos de las corrientes creativas del presente. O sea, tenemos una coincidencia del formato, o de la forma del Café Europa, con su contenido, o la forma es también contenido, lo que al fin y al cabo constituye un lema, escrito y no escrito, de la vanguardia. De la de ayer, del siglo pasado, y de la –tal vez entre comillas– de hoy… Además de la apertura a los jóvenes, el Café Europa revisado, transformado y transformable, exige también la apertura hacia los flujos que vienen de otros continentes, como hacia la herencia de la poesía beatnik –recordemos que Howl de Allen Ginsberg constituye un momento de giro o de retorno a la poesía oral– y también hasta las experiencias recientes –relativamente– como el spoken word en el “café” del tipo nuyorican, actualizándolos. O, por ejemplo, invitando a autores africanos de géneros poéticos performativos; las relaciones entre el arte africano y la modernidad artística de las “metrópolis” son extraordinariamente interesantes para explorarlas y reactualizarlas. O cualquier mezcla entre áreas físicamente lejanas del planeta. Cosa que responde cada vez más al paisaje cultural europeo, paisaje cambiante y, permítaseme recordarlo, diferente del de la Europa identitaria tautológicamente idéntica a sí misma, de la Europa fortaleza o bunker. Otra vía o manera de apertura es la del entrelazamiento del “café” físicamente presente, on stage, con su prolongación virtual, online (en la medida en que no distraiga la atención de la dimensión “real”), lo que comenzó en café@europa, y que espero que pueda continuar mediante la comunicación con redes sociales dentro y fuera del continente, y con la ampliación de los lazos interactivos en general, dentro del “café” y fuera… De todos modos, probablemente habrá cambios importantes que no estoy en condiciones de prever, como tampoco es posible prever los movimientos del monstruo ciego mitológico que devora el tiempo y después lo vomita, arrojándose ora en una dirección, ora en otra…

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