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Tras el éxito de su primera novela, la escritora Alana S. Portero afirma sentirse parte de un espacio privilegiado. Pero el camino no ha sido fácil. La mala costumbre llega tras años de trabajo, entre cuidados, poemas y columnas en medios de comunicación. Entre la ficción y el activismo: así se ha desarrollado la escritora madrileña.
La escritora madrileña Alana S. Portero explica que cuando su cabeza puso en marcha La mala costumbre (Seix Barral, 2023) pensó que esta primera novela trataría sobre la infancia. A medida que avanzaba, el libro le pedía ser algo más. Al final, acabó convirtiéndose en una ficción que narra el viaje de crecimiento de una niña de clase obrera. El protagonismo de la novela es, sin embargo, compartido: no hay una sola protagonista, pues esta no puede entenderse al margen del entramado social, histórico y político que se desarrolla a su alrededor y conforma una identidad, en lo personal y en lo comunitario. Estamos en los años ochenta, en el barrio de San Blas, situado al este de Madrid. Junto a la narradora van desfilando personajes –esencialmente femeninos y fuera de la normatividad–, espacios y episodios; un juego de equilibrio entre la belleza, la ira y la dignidad. En La mala costumbre no existe el dilema o la contradicción entre lo obrero y lo trans, entre si vivíamos mejor antes que ahora, porque es un ejercicio de exposición directa, un despliegue de realidad colectiva que afecta a todas las vecinas por igual, y donde la necesidad material que atraviesa a todos los personajes –el impulso hacia una vida digna, hacia una vida mejor– se expresa al mismo tiempo como rabia y ternura, amistad y desacato, resentimiento y amor.
«La mala costumbre fue escrita a golpes de inspiración, recuerdos y notas que fui acumulando durante cuatro años, casi cinco», explica Portero en una charla que tiene lugar la mañana siguiente de su paso por el festival de literatura Kosmopolis en el CCCB. «Fui escribiendo pequeños fragmentos, fijando la estructura en mi cabeza, hasta 2022, que fue cuando pude parar. Le había dado tantas vueltas y tenía tanto material acumulado que tenía la novela clarísima». Hasta el punto de que en un mes el libro estaba escrito. «298 horas de trabajo intenso», apostilla la escritora, que contaba cada minuto de dedicación para sentir que avanzaba, «del mismo modo que contaba las palabras que llevaba; de alguna manera me tranquilizaba».
Esta metodología de construcción literaria, que va surgiendo poco a poco, como un ascenso hasta el lugar indicado, puede también aplicarse a su carrera literaria. «La mala costumbre es un poco el estrato final de mis años escribiendo poesía, columnas y participando en antologías. Para mí este libro supone un antes y un después; es una publicación que no tiene nada que ver con lo anterior a nivel de repercusión mediática y personal». Bastarían los datos para ejemplificar este éxito: antes de su publicación en castellano, fue la novela más comentada en la Feria de Fráncfort; se han vendido los derechos para la traducción del libro a once idiomas y, como consecuencia, la escritora se encuentra a día de hoy inmersa en una gira por Europa y Latinoamérica. La mala costumbre ha encontrado un lugar privilegiado en las listas de lo más vendido, en las críticas literarias convencionales y en las que discurren por las redes sociales.
El prestigio de la novela podría medirse también atendiendo a las charlas posteriores: las mujeres que aparecen en estas páginas han conseguido abrir sus propios temas de conversación. «Las mujeres trans que aparecen en La mala costumbre, que además son trabajadoras sexuales, representan un homenaje muy claro a las mujeres más maltratadas de nuestra historia reciente». Si un día fueron expulsadas de todas partes, debido especialmente a la ley de peligrosidad social –en vigor hasta 1995–, darles un espacio en la ficción es dignificarlas. «Las que sobreviven son pura lección de vida y de feminismo. Me parece que la historia de nuestra cultura no está completa sin ellas, me apetecía quitar el enfoque del ensayo y la columna e incorporarlas a una novela, que es como se aprenden las cosas. Creo que merecen estar presentes mucho más allá del alivio cómico o del fetiche». También se fijó en ellas el director de cine Pedro Almodóvar, que le sugería al presidente del Gobierno en un artículo que leyera el libro de Alana S. Portero, «para que se haga una idea de cuánto sufrimiento, cuánto dolor, cuánto riesgo hay en el hecho de nacer en un cuerpo equivocado».
Todas estas cifras, anécdotas y metas cumplidas se han traducido para Portero en una tranquilidad a medio plazo, «el saber que puedo escribir con calma en un tiempo prudencial, y que es posible tener una carrera. Esto era algo que se me escapaba, o que pensaba que no estaba a mi alcance: tener una carrera literaria es un privilegio». Pero el viaje de la heroína no es tan sencillo como parece; igual que para la protagonista de la novela no sirve el guion del típico relato de autosuperación. «Las expectativas son algo que, al principio, pesan muchísimo. A mí me hizo pasarlo mal antes de la publicación del libro», explica la escritora sobre cómo ha sido vivir en primera persona el revuelo formado antes y durante la publicación de La mala costumbre. «Había un movimiento mediático en mi opinión inabarcable, un foco de atención muy grande, y a mí esto me creó muchísima inseguridad. Porque, entre todas las cosas, yo soy insegura con mi trabajo y lo seré siempre, por mucho esfuerzo que le ponga y por mucho que lo defienda, que no está reñido».
Aunque admite que lo pasó fatal hace unos meses, ahora afronta con más calma la escritura de su siguiente trabajo: «Lo que hice fue empezar enseguida; me puse a escribir mi segunda novela el día que presenté La mala costumbre aquí, en Barcelona. Esa misma noche, cuando llegué al hotel. Hablé con Alba Carballal, que es compañera en Seix Barral y una escritora maravillosa, y ella tenía un consejo que le dio Eduardo Mendoza: “la segunda novela quítatela de encima en cuanto puedas”».
Entre tanto, Alana S. Portero expone que siempre le queda tiempo para leer, porque solo así es capaz de continuar. «Escribiendo La mala costumbre tenía a mi lado todo el tiempo Fuegos de Marguerite Yourcenar, que es uno de mis tres libros preferidos del mundo. También diría que es mi escritora favorita, por ese equilibrio que ella tiene entre lo filosófico, lo mitológico y lo literario. También leía Entre visillos de Carmen Martín Gaite, me parece una de las novelas más inteligentes que se pueden leer en esta vida. Esa observación entre visillos que da pie a la novela a mí me sirvió mucho como punto de vista para ver el mundo desde fuera. Y por último, El hombre que se enamoró de la luna de Tom Spanbauer [de Tom Spanbauer], que es otra de mis novelas favoritas y cuenta muy bien la tensión de género».
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