«Adult only»: jacuzzi en la habitación o cómo escapar a la maldición de la vida en serio

Frente al engorroso «adulting», los hoteles sin niños ofrecen una posibilidad escapista y un imaginario alternativo.

La piscina del Raleigh Hotel, en Miami Beach. Florida, 1941

La piscina del Raleigh Hotel, en Miami Beach. Florida, 1941 | Gottscho-Schleisner, Inc., Library of Congress | Dominio público

Nacieron como moteles del amor y se han convertido en un importante segmento de la hostelería basado en una ilusión. Mientras los ritos de la etapa adulta se desdibujan debido al cambio de paradigma, hay quien necesita creer que la vida más allá de los 20 consiste en hamacas y Aperol Spritz y no tanto en pagar los impuestos municipales y pedir hora en el dentista.

Corren tiempos barroquizantes en el mundo del mobiliario de exteriores. Una tumbona ya no es simplemente una tumbona. Una tumbona puede ser también una cama balinesa de más de dos metros y medio de ancho, con espacio para cuatro o cinco personas con un bajo índice de masa corporal. También puede ser una otomana de formas orgánicas, repantingada como una oruga glotona. Hay hamacas en forma de ese, hechas de un solo gesto, como un swish que invita a descansar en lugar de a correr. Las hay con reminiscencias a la Polinesia o a la Riviera Maya, buscadamente austeras, como las sillas de un chiringuito australiano, o decadentes como en el boudoir de una salonista francesa del siglo XVIII.

En mis excursiones a las webs de hoteles, un vicio solitario como otro cualquiera, he visto cosas que no creeríais. Tumbonas con parasol integrado que semejan esas cucharas de aperitivo que se pusieron de moda en las bodas de la primera década de este siglo para consumir 30 gramos de tartar de gamba, reclinatorios que pretenden surgir de la propia madera, como si un náufrago con recursos las hubiera tallado allí mismo en un tronco usando un machete multiusos. Estas están habitualmente cerca del agua, para que el pie no tarde mucho en refrescarse.

Y todos esos modelos de hamaca, todas esas opciones de horizontalidad al aire libre se encuentran en el mismo lugar: en un hotel adult only. O en su pariente, el hotel adult friendly. Existe un código estético bastante predeterminado para esos establecimientos, que pasa por las superficies blancas, a mitad de camino entre una casa ibicenca y una clínica ginecológica privada, aunque en los últimos años el segmento ha crecido tanto que ya hay adults only de precios y estilos diversos, incluido el rústico chic, que gusta mucho de la madera clara. Pero independientemente de la estética que tengan, lo que está claro es que en su perímetro habrá al menos dos opciones de hamaca, y si es un establecimiento urbano y las hamacas solo caben en la terraza del rooftop, allí estarán. La hamaca es innegociable. La hamaca es fundamental. ¿Para qué narices va alguien a un adult only si no es para decirse: «He estado en una hamaca»?

También es consustancial al concepto el jacuzzi, o algún tipo de bañera capaz de alojar a una pareja. De hecho, cuando se escribe «hoteles adult only» en Google, la principal búsqueda asociada es «hoteles adult only con jacuzzi en la habitación». Algunos de los primeros establecimientos hoteleros que incluyeron las piletas de hidromasaje en la habitación fueron los llamados «hoteles del amor» en las montañas Pocono en Pennsilvania. Dada su relativa proximidad a Boston, Philadelphia y otras ciudades del Este, las Pocono se pusieron de moda como destino de luna de miel en los años 50 y 60 en Estados Unidos. Para satisfacer esa demanda, surgieron pequeños love shacks que se amueblaban de acuerdo a las fantasías erótico-festivas de la época, entre el primer Playboy y un número musical de la Metro: jacuzzis con forma de corazón, camas redondas, bañeras con forma de copa de champagne, chimenea en la habitación y, para los más arriesgados, espejos en el techo y servicio de habitaciones veinticuatro horas que proporcionaba chocolate, espumoso y fresas con nata.

Una chica tomando el Sol en una silla con soportes flotantes para bebidas y accesorios para la mesa de juego. 1961

Una chica tomando el Sol en una silla con soportes flotantes para bebidas y accesorios para la mesa de juego. 1961 | Bob Sandberg, Shorpy

Aquellos hoteles de las Pocono, y los que surgieron en los 70 en el Caribe y en la Riviera Maya mexicana, aún no se conocían como adults only sino como couples only. La distinción se ha borrado porque apenas existen ya hoteles que se definan como «solo para parejas» y porque en la práctica a los hoteles solo para adultos van sobre todo parejas, tanto homosexuales como heterosexuales. No suele ser habitual reservarlos para unas vacaciones en solitario o en grupo, porque todo en los establecimientos solo para adultos está pensado para poner en práctica durante unos días una idea muy particular de la adultez, lo que la escritora Jane Smiley definió de manera brillante como «la edad del desconsuelo», la que podría tener un niño de once años con una imaginación un tanto calenturienta, más que una persona que esté familiarizada con el concepto de impuestos municipales.

Existe un hotel Adults Only en Tenerife que ofrece la posibilidad de tomar el desayuno en una bandeja flotante en la piscina, que, por supuesto, es una infinity pool. Como es un desayuno temático canario, que incluye tortitas de plátano, tartar de tomate y aguacate y tortilla de papa y batata con mojo, esta opción no requiere untar mantequilla en una tostada desde una colchoneta hinchable, lo que es una suerte, porque una actividad como esta parece exigir una destreza y una coordinación ojo-mano al alcance de pocos adultos. Como persona especialmente torpe, lo de servir el café y la leche mientras flotas en una piscina no quiero ni pensarlo.

La industria hotelera, amenazada por la popularidad de los alquileres vacacionales, tiene que dedicar horas extra a pensar este tipo de amenidades que les brinden una ventaja competitiva, aunque por lo general la oferta de los adults only pasa por las noches con espectáculo en hoteles todo incluido, los masajes y tratamientos de todo tipo –el masaje a dos para parejas en camillas vecinas, un clásico. Y si es con vistas al mar, mejor– y los restaurantes temáticos.

Además del jacuzzi en la habitación, otra búsqueda muy habitual en Google es: «¿qué pasa en los resorts para adultos?» y «¿son los resorts solo para adultos mayoritariamente nudistas?». De nuevo, es como si un niño de once años se hiciera todas esas preguntas: detecta una kinkiness, un frenesí, pero necesita que alguien le aclare qué está pasando exactamente en los bordillos de esas piscinas infinitas. Aunque genere dudas –«adults only significado», se preguntan también, sin muchos rodeos, un buen número de usuarios de Google–, en realidad es un triunfo del branding que el sector haya conseguido trasladar esa idea vagamente risqué a todo su producto, que en el fondo es una fantasía muy elaborada, como ese resort que hay en Groenlandia donde se supone que vive Papá Noel.

En apariencia, los hoteles solo para adultos ponen en bandeja (flotante) a sus clientes la posibilidad de no convivir con niños durante unos días. Ni con los suyos, si los tienen, ni con los de los demás. De manera que no haya por allí personas pequeñas y dependientes que exijan Cornettos y lleven manguitos y estropeen la fabulación que tanto ha costado construir. Implícitamente, también prometen un mundo sin ancianos, aunque la única vez en mi vida que me alojé –no pregunten– en un alojamiento calificado como adults only en la localidad maresmenca de Santa Susanna, la media de edad de los huéspedes superaba los 70 y había un aparcamiento de sillas motorizadas delante del bufet de desayuno a disposición de los clientes.

Lavandería. Örebro, Suècia, 1965

Lavandería. Örebro, Suècia, 1965 | Örebro läns museum | Dominio público

Lo que ofrecen en realidad, al menos las versiones sofisticadas de esos establecimientos, las fincas de césped sin mácula y las fantasías selváticas al borde del mar, es conferir durante unos días a la palabra adulto un significado lo más alejado posible de adulting, ese verbo un tanto irritante que cambió de significado a mediados de la década pasada. En los 80, según registra una entrada etimológica del diccionario Merriam Webster, el verbo to adult se usaba (poco) y hacía referencia al hecho de cometer adulterio. Ya a finales de los 90 empezó a utilizarse en inglés –una lengua siempre más plástica y abierta al neologismo– con la idea de «hacer más adulto». Se hablaba, por ejemplo, de adultecer las salas de cine con sillones anchos y opciones de comida. En 2013, la periodista Kelly Williams Brown publicó un libro titulado Adulting: How to Become a Grown-up in 468 Easy(ish) Steps, que recogía entradas de su blog (el libro-basado-en-un-blog es otra importante reliquia de esa época) y donde el significado de la palabra ya estaba tipificado tal como se emplea ahora: «comportarse como un adulto, específicamente hacer las cosas, a menudo cotidianas, que se espera que haga un adulto. Esto incluye actividades como tener un trabajo y vivir de manera independiente, pero también llevar ropa a la tintorería y acordarse de recogerla, pedir cita en el dentista y acudir a ella, registrar un coche, quitar hierbajos del jardín», según el propio Merriam Webster.

Nótese que la definición incluye las palabras trabajo, tintorería, dentista, coche y hasta jardín. La fantasía de propiedad que plantea el diccionario recuerda a esos memes en los que se compara lo que hace una persona a los 25 o a los 30 con lo que hacían sus padres a esa misma edad, y en ella los padres por arte de magia siempre tienen a su nombre varias casas y vehículos.

El libro de Kelly Williams Brown que sustentó la idea del adulting para los millennials –un término que por entonces aún se usaba en los medios como sinónimo de «jóvenes»– era una mezcla de consejos prácticos del tipo «cambia las ruedas de tu coche antes de que se estropeen» (de nuevo, ¿qué coche?) o «limpia las baldas de la nevera cada mes», y otros de interacción social, como «no trates a tus amigos como terapeutas gratuitos» o «aprende a hablar de naderías con los vecinos». El vertical The Cut entrevistó a su autora hace unos meses cuando se cumplieron diez años de la publicación del libro, que alcanzó un éxito notable y se convirtió, a decir del artículo, en una parte esencial del «zeitgeist de la era Obama», cuando los medios empezaron a abordar cómo iban a alcanzar los jóvenes lo que los boomers habían dilapidado. Escribir un libro sobre cómo ser adulto permitió a la autora entrar en la edad adulta por todo lo alto: con un contrato con la productora de J.J. Abrams para convertir su libro en una serie, giras de conferencias y la clase de brillo mediático que se proporciona a los autores de un fenómeno pop. En 2017 publicó una edición ampliada, con aún más pasos que seguir para ser adulto: 536 nada menos.

Aplicárselos, o intentarlo, no salvó a Kelly Williams Brown de lo inevitable. Sufrió, según confesión propia, una «quiebra catastrófica del yo». Lo resume así: «Me divorcié, eligieron a Trump presidente, me rompí el codo y me fracturé el hombro, mi padre contrajo cáncer, mi abuela murió, mi gato murió, caí en una depresión profunda, hice un quiet quitting de mi trabajo como la chica del adulting».  Para colmo, la premisa que había vendido –que siguiendo esos 500 y pico pasos uno despejaba el camino hacia una vida estable y feliz– parecía estar fallando. «Cuando me ocurrían cosas malas, que me pasaron, se convertían en algo más. Si pedía ayuda y admitía que no estaba bien, ¿anulaba eso el eje central de mi carrera?», se pregunta.

De tan obvia, la parábola casi parece grosera: al tratar de definir qué es la adultez, la adultez le sucedió. Y fue mucho peor de lo esperado. Williams Brown afirma que si escribiese el libro ahora incluiría un capítulo sobre cómo, en la edad del desconsuelo, «sigues adelante, incluso cuando sientes en lo más hondo que no puedes», que es una definición de adulting más deprimente pero también más ajustada que lo de llevar una camisa limpia a una entrevista de trabajo y no dejar la declaración de la renta para la última semana, aunque también menos fantástica que un desayuno en una infinity pool.

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