Dosier Cultura y sostenibilidad Premi Internacional a la Innovació Cultural

¿Puede el arte ayudar a hacer visible el cambio climático?

La colaboración arte y ciencia podría contribuir a que las obras artísticas centradas en el clima llegaran a un público lo más amplio y variado posible.

Clase de arte al aire libre en los jardines de la escuela en Penygroes, Gales 1940

Clase de arte al aire libre en los jardines de la escuela en Penygroes, Gales 1940 | Ministry of Information – Imperial War Museum | Dominio público

Aunque la realidad del cambio climático es incuestionable, la cuestión está ausente en el discurso oficial del Reino Unido y de otros países. La colaboración entre las ciencias y las artes podría ayudar a cambiar esta situación. Lucy Wood, directora de Cape Farewell y jurado de la segunda edición del Premio Internacional a la Innovación Cultural, nos habla en este artículo del compromiso social con el medio ambiente, del arte y la ciencia como esferas del conocimiento que se retroalimentan y que permiten a artistas y científicos aumentar la conciencia y la participación ciudadana en materia ambiental.

Temperaturas en ascenso, ciudades que se hunden, extinciones masivas. Es fácil ver el cambio climático como una catástrofe: frente a la abrumadora magnitud del problema, algunas personas reaccionan con desesperación y nihilismo. En otros casos, su aparente lejanía (tanto cronológica como, para muchos habitantes del norte del planeta, geográfica) puede arrastrarnos a una fácil negación, dejando la solución en manos de otros.

Esencialmente, las tecnologías y los recursos necesarios para pasar a una sociedad post- carbono ya están ahí. Lo que nos falta es un movimiento cívico amplio que tenga en cuenta la urgencia (y las grandes oportunidades que la acompañan) de esta transición. Así pues, en vez de contemplar sombríamente un futuro distópico en el que seríamos víctimas pasivas, es crucial considerar la relevancia del cambio climático en el aquí y ahora: el aire que respiramos, los alimentos que comemos, las maneras de desplazarnos. Cosas a escala humana que tenemos posibilidad de cambiar. Debemos encontrar nuevas narrativas e imaginar un futuro más justo y más limpio, en el que podamos participar activamente.

La obra seleccionada este año por la Comisión Lovelock en colaboración con el proyecto Cape Farewell, el consejo británico de Investigación del Medio Ambiente Natural (NERC) y el Museo de la Ciencia y la Industria (MSI) de Manchester, Cloud Crash, del dúo de artistas HeHe, es una muestra del papel que puede tener el arte para lograr una mayor implicación pública en lo que Sir David King, ex consejero en materia científica, calificó de “el mayor desafío de todos los tiempos”.

Diamonds in the Sky por HeHe

Diamonds in the Sky de HeHe | © Jason Lock

La Comisión Lovelock se inspira en la teoría de Gaia, del pionero de la climatología James Lovelock, que define la Tierra como un organismo capaz de autorregularse, y su premio de este año se centra particularmente en la situación de la atmósfera: en concreto, en las emisiones antropogénicas. Cloud Crash, plato fuerte del Festival de la Ciencia de Manchester, trata de hacer visible la contaminación, en especial el cambio climático, y plantea incómodos interrogantes sobre la sociedad actual.

El cometido de los científicos y el de los artistas es hacer visible lo invisible. Ya no existen aquellas nubes de polución que asfixiaban Londres hace 60 años. La contaminación de hoy suele ser inapreciable a simple vista, y por eso mismo es más insidiosa. Un reciente estudio del King’s College revelaba que 9 500 londinenses fallecen cada año por exposición a largo plazo al aire contaminado, y los niveles de contaminación en grandes ciudades como Londres, Leeds y Birmingham continuarán estando por encima de los límites legales por lo menos hasta el año 2030. La OMS estima que la exposición a la materia particulada (partículas PM10, de 10 micras o menos de diámetro) causó 3 millones de muertes prematuras en todo el mundo en 2012 debido a cánceres y a dolencias cardiovasculares y respiratorias.

Para poder entender a qué nos enfrentamos, es imprescindible sacar a la luz esta amenaza invisible. En Cloud Crash, HeHe ha tomado como punto de partida los mapas de previsiones de calidad del aire que elabora (con financiación del NERC) el Centro Nacional de Ciencias Atmosféricas (NCAS), donde se muestran con fascinante detallismo los niveles de ozono, materia particulada y dióxido de nitrógeno en todo el territorio del Reino Unido.

La nueva creación de HeHe consta de tres piezas exhibidas en diferentes puntos de la sede del MSI. En Airbag, un coche cualquiera se ha estampado contra un poste de acero en medio del patio. En una irónica inversión de su papel como agente contaminante (el coche es uno de los principales responsables de las mortíferas emisiones de dióxido de nitrógeno y de materia particulada), en este caso el vehículo se convierte en una cámara de niebla suspendida, que encierra un microclima flotante, aislado del mundo exterior. Es un objeto que suscita la reflexión y la provocación: en palabras de HeHe, “hay algo paradójico en la belleza de una atmósfera frágil, encerrada en el interior de un objeto que está transformando tan violentamente nuestra propia atmósfera no protegida”.

Airbag de HeHe

Airbag de HeHe | © Jason Lock

Por su parte, Diamonds in the Sky, que puede verse en la sala del Aire y el Espacio, es una experiencia audiovisual envolvente, que imagina una nube de partículas contaminantes dirigiéndose hacia el edificio Beetham, el emblemático rascacielos que simboliza la reinvención postindustrial de la ciudad de Manchester. Esta pieza de videoarte, basada en los mapas de contaminación, destaca con colores saturados elementos invisibles como el ozono, el dióxido de nitrógeno y la materia particulada, representando cada partícula por millón con un píxel.

Finalmente, Burnout plantea incómodos interrogantes sobre el sector del arte y su contribución al cambio climático. Una maqueta a escala de la Tate Modern emite nubes de vapor: como si fuera al mismo tiempo un museo de arte y una activa planta generadora de energía. Entre 1952 y 1981, el edificio original fue sede del Bankside, la gran central eléctrica de Londres, que generaba energía a partir de combustibles fósiles, mientras que hoy en día no es raro que la Tate Modern sea calificada de “planta generadora de arte”. En este caso, Burnout se enfrenta tanto al pasado del edificio como a la actual complicidad entre el sector artístico y la industria de los combustibles fósiles. Pese a la reciente decisión de la Tate de prescindir del patrocinio de British Petroleum (BP) después de una relación de 26 años, este tipo de colaboraciones proliferan en el sector. Por ejemplo, el patrocinio concedido por BP a la exposición “Sunken Cities”, colaboración que ha sido calificada de “controvertida y paradójica” por diversos grupos de presión, como “BP or Not BP”, y que ha llevado a Greenpeace, en una campaña del mes de mayo, a rebautizar la exposición como: “Sinking Cities – Flooding our World”(Ciudades que se hunden: Hundimiento de nuestro mundo).

Por encima de todo, Cloud Crash explora un tema clave: que la creación y el consumo de cultura, del tipo que sea, son también una forma de consumir energía, aunque sea aseptizada. Algunas organizaciones, como Julie’s Bicycle, están haciendo una labor brillante que ha ayudado a que el sector artístico reduzca su impacto en el medio ambiente. Sin esto, hasta las iniciativas públicas más positivas y las obras de arte más logradas en relación con el cambio climático tendrían algo de victoria pírrica.

Burnout de HeHe

Burnout de HeHe | © Olivia Hemingway

Artistas y científicos están destinados naturalmente a colaborar: unos y otros se dedican a explorar y también a narrar, en busca de nuevas maneras de entender y expresar (y por lo tanto cambiar) el mundo que les rodea. Así, en lo que respecta al árido (o intimidante) lenguaje de la climatología, su unión podría resultar particularmente fructífera. Los artistas pueden reaccionar a los datos sobre el medio ambiente con trabajos que susciten una verdadera implicación. Al plantear estas cuestiones de una forma más indirecta e innovadora, con humanidad y con humor, sus obras pueden llevarnos a un plano más animal, incluso celular, y de este modo, es de esperar, exigir nuestra reacción.

No hay que olvidar que el diálogo entre artistas y científicos se da en las dos direcciones. La creatividad innata de los artistas también puede estar presente en la labor científica. El reciente llamamiento del NERC a un mayor compromiso público celebra este diálogo, ya que se pretende apoyar obras que susciten el interés de la opinión pública británica por las cuestiones más relevantes de la actual ciencia medioambiental, mejorando a su vez la implicación de la comunidad científica especializada, sobre todo por medio de ayudas para que estudiantes de doctorado y jóvenes investigadores perfeccionen la forma de abordar y presentar los resultados de sus investigaciones. El arte puede estar al servicio de la ciencia, en la misma medida que a la inversa.

En lo que se refiere a la climatología, se trata básicamente de encontrar el lenguaje y el tono adecuados, reformulando el problema como una oportunidad y no un sacrificio, convirtiendo lo intangible en tangible y creando capacidad de actuar donde antes había apatía. Sobre todo, es necesario acercar a todos la cuestión del cambio climático, ámbito en el que aún queda mucho por hacer. Es esencial que las obras artísticas centradas en el clima lleguen a un público lo más amplio y variado posible. La diversidad tiene una importancia primordial en la batalla por el clima, ya que puede favorecer el compromiso generalizado que se requiere en toda la sociedad.

Cloud Crash se exhibirá en la sede del MSI entre el 20 de octubre de 2016 y el 4 de febrero de 2017.

El texto es una adaptación del original publicado en The Guardian el 28 de octubre de 2016 con motivo de la inauguración de la exposición «Cloud Crash».

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