Los «dank memes»: la reacción a una Internet invivible

Surgidos en los albores de Internet, actualmente los «dank memes» pueden entenderse como la expresión absurda que condesa el espíritu de nuestro tiempo y como una manifestación de rabia que boicotea la lógica mercadotécnica de Internet.

Payaso en el desfile de primavera de Tallahassee. Florida, 1985

Payaso en el desfile de primavera de Tallahassee. Florida, 1985 | Deborah Thomas, Florida Memory | Dominio público

Los dank memes son el hazmerreír angustiado de los ciudadanos de una Internet cada vez más oscura, dicotómica y brutal, un lenguaje indescifrable en tiempos de algoritmos, la saturación creativa del último reducto galo de Internet, atrincherado y agotado, contra el imperial modelo de negocio de Silicon Valley.

La palabra dank tiene tres significados: el primero se refiere a un sitio oscuro, desagradable, húmedo y frío (como una caverna o una mazmorra), y el segundo, en la jerga del fumador, a la marihuana más olorosa, pegajosa y de buena calidad. Según el tercer significado, dank es una forma de decir que algo es muy bueno. Originariamente, decir que un meme era dank equivalía a decir sarcásticamente que era buenísimo, para señalar, precisamente, que se había vuelto demasiado mainstream, o que había desgastado su capacidad comunicativa (ya no se entendía) o humorística (ya no hacia gracia). Pero pronto los dank memes se convirtieron en un género de memes en sí mismos, que utilizaban conscientemente este desgaste como parte de una estética y un lenguaje autorreferencial propio. Eran memes que hablaban de otros memes imitando irónicamente errores de otros memes.

La cultura dank buscaba siempre el límite (autoconsciencia, autorreferencia y autodestrucción), quería huir de la comprensión de la mayoría, evitar ser digerida por el mainstream. Probablemente este rechazo a la mayoría lo provocaba el hecho de que, mientras el concepto de dank meme se iba desarrollando, Internet era invadido por el tono edulcorado y buenista de los artículos de BuzzFeed, los challenge y las cadenas prefabricadas y, sobretodo, por la llegada masiva de nuevos usuarios vía Facebook. La Internet de las redes sociales. El famoso 2.0.

Para protegerse de esta Internet blanca y artificial, los miembros más antiguos y experimentados de comunidades como reddit o 4chan se construyeron una trinchera creativa basada en el absurdo, la extrañez y la desconfianza hacia cualquier tipo de valor positivo o de fe en la humanidad. La conspiranoia, el tedio, la ansiedad y el desprecio se apoderaban de partes muy activas de estas comunidades. Series de Youtube como Don’t Hug Me I’m Scared o Asdfmovie ilustran a la perfección este estado de ánimo colectivo que, como argumenta Rachel Aoresti en un artículo publicado en The Guardian, considera que la vida moderna es absurda y que ninguna moral tiene demasiado sentido.




Ya antes de la llegada de Trump, parte de esta frustración y desconfianza inherente a la cultura internetil había generado un campo de cultivo que permitía ver las ideas más reaccionarias, racistas y misóginas como transgresoras y atractivas. Tal como apunta Angela Nagle en su libro Kill All Normies, este fenómeno era similar al uso de esvásticas o a las referencias al nazismo que hacían bandas como Joy Division o los Sex Pistols, como herramientas de provocación y transgresión social. Pero, realmente, ¿de dónde sale esta cultura de la extrañez y esta frustración que empuja la creación digital hacia la oscuridad y el tribalismo? ¿Por qué hemos vuelto de golpe a la primera definición de dank, la que describe una mazmorra o caverna fría y oscura?

De internautas a usuarios

Cuando hacemos símiles entre el mundo real y el digital, a menudo nos olvidamos de que, si el mundo que habitamos con el cuerpo se pareciera un poco a la Internet de hoy, sería una especie de casino de Las Vegas: todo el terreno en manos de corporaciones privadas gigantes, un mundo sin aceras, ni hospitales, ni plazas, ni gobiernos… apenas una ciudad, hecha exclusivamente de edificios-anuncio que necesitan nuestra atención permanente, creciente y ansiosa para sobrevivir y que, a cambio, están dispuestos a ofrecernos dosis exhaustivas de euforia, de envidia, de tristeza, de enfado o de excitación.

Lejos queda ya la libertad creativa e inocente de la primera Internet, en la que no éramos usuarios consumidores sino internautas exploradores. Por aquel entonces, conectarse a Internet era descubrir un universo lleno de microburbujas flotando en todas direcciones. Ahora ya no nos conectamos a ningún sitio, habitamos nuestra identidad digital de forma permanente y pasiva. Antes navegábamos por webs pequeñas y manufacturadas con poca maña, webs caseras que eran, todas, solo una migaja de su propio potencial comunicador. La referencia más ejemplar de esta Internet diversa y heterogénea es Geocities. Ahora ya no navegamos: ahora abrimos la aplicación o la red de turno para comprobar si tenemos notificaciones.

Internet era un sitio amplio y heterogéneo, lleno de experimentos creativos y naif, y había expectativas reales de mejorar la experiencia de vivir: un fórum era la posibilidad del calor universal cuando te sentías solo, recibir un mensaje de correo electrónico era tan emocionante como recibir una carta, y el ritmo de navegación no permitía correr demasiado, así que todo el mundo tenía tiempo para escribir y leer blogs. Si saltamos a la Internet de hoy, nos daremos cuenta de que la especialización del modelo de negocio ha convertido el paisaje de Internet en un espacio homogéneo, sin vacíos entre grandes plataformas, con el lenguaje y la imaginación secuestrados por gigantes que compiten los unos contra los otros para llamar nuestra atención.

El proyecto artístico «Cameron’s World», que recupera textos e imágenes de las páginas de Geocities de entre 1994 y 2009 gracias a la tarea de archivismo digital de Archive.org.

Ratones y algoritmos

Las redes sociales nos sedujeron ofreciéndonos facilitar la comunicación mediante la centralización de todo el flujo comunicativo en un único espacio. Sean Parker, expresidente y fundador de Facebook, ha reconocido recientemente que esta promesa de «unir el mundo» ocultaba otra intención ya desde el principio: distraernos y explotar nuestras vulnerabilidades. Este objetivo oculto se ha hecho explícito poco a poco, a medida que, para mantenernos atentos, las plataformas han evolucionado no para mejorar la libre circulación de usuarios y mensajes, sino para aumentar la adicción y el consumo compulsivo.

Twitter, Instagram, Youtube, Facebook o Tik Tok han incorporado técnicas y diseños del mundo de los casinos –como el gesto de scroll elástico que emula una palanca de máquina tragaperras. También han descubierto que la forma más rápida de mantenernos atentos es hacernos enfadar, sentir envidia o tristeza. La especialización toma formas aún más extremas con el auge del uso de los algoritmos que, poco a poco, van sustituyendo nuestra decisión sobre lo que queremos hacer, ver o consumir. Las cronologías de las redes sociales han pasado de ser la representación de nuestra selección personalizada a ser ríos hiperoptimizados de contenido que procesos opacos eligen por nosotros. Solo nos queda el gesto: scroll y tap, scroll y tap. Somos ratoncillos.

El caso más exagerado de este nuevo estadio es Tik Tok. La tercera red social más grande del mundo (500 millones de usuarios) tiene muy poco en cuenta los usuarios que uno ha decidido seguir. Si el vídeo que hace un usuario no tiene demasiado impacto entre los primeros usuarios a los que se los aparece, la plataforma lo aparca y lo aísla. Es ruido. Esfuérzate por hacer algo más divertido y atractivo, parece decirte. Lo que acaba haciendo la plataforma es acumular la atención en unos pocos nodos que se convierten en virales y repartir ansiedad y aislamiento entre los otros. Este control opaco de lo que ven los usuarios da lugar, además, a nuevas formas de censura. Tik Tok, propiedad de una empresa china, aísla contenido político o que hace referencia a puntos calientes del país, como las protestas de Hong Kong o el Tíbet.

Identidad performática y autoengaño

Tal como cuenta Jia Tolentino en «The I in the Internet», el primer ensayo de su último libro, Trick Mirror, Internet se ha convertido en una «máquina del autoengaño» que basa su economía e infraestructura en la comercialización de nuestra identidad personal. Dice Tolentino que «la identidad, según Goffman, es una serie de afirmaciones y promesas. En Internet, una persona altamente funcional es aquella que puede prometerlo todo, en todo momento, a una audiencia en constante crecimiento». Hemos venido a Internet a decir que existimos.

Tolentino utiliza la idea del sociólogo Ervin Goffman según la cual la identidad siempre va vinculada a una performance. Nuestras interacciones diarias se basan en el papel que desarrollamos frente a los otros. Por ejemplo, cuando vamos a comprar o tenemos una entrevista de trabajo, ofrecemos una determinada versión performática de nuestra identidad, y la performance se transforma según la audiencia de cada momento. Cuando nos retiramos a casa, dice Goffman, estamos en el backstage de nuestra identidad, donde por fin podemos dejar de actuar, podemos digerir y descansar.

La vida se ha convertido en una experiencia asfixiante para mucha gente porque, según dice Tolentino, Internet rompe con este ecosistema, y nos obliga a mantener constantemente, aunque estemos en casa en pijama, la misma performance inacabable para un público masivo y anónimo. Internet se ha cargado el backstage y la digestión. Ya nunca bajamos del escenario.

Magnificación y saturación

Además, el diseño y el formato de los espacios en los que performamos nuestra identidad en línea nos obligan a exagerar el mensaje para llamar la atención y generar algún tipo de reacción en nuestro entorno. Otra vez Tolentino: «No hay engagement sin magnificación». Esta idiosincrasia altera el ambiente normal de las interacciones y provoca que todo el mundo esté más predispuesto a, por ejemplo, inflamarse, sentirse irritado o indignarse, como formas predilectas de generar tránsito y atención.

Además, para colmo, la lluvia de notificaciones en todas las pantallas nos recuerda la necesidad de atender sin parar esta performance y destroza nuestra capacidad mínima de concentrarnos, de descansar y de digerir los estímulos que recibimos. Contra este horror vacui de inputs e interacciones, la alternativa generada hasta el momento, la del minimalismo digital, es una respuesta diseñada no para hacernos la vida más fácil sino para hacernos más eficientes a la hora de trabajar y no reducir nuestro rendimiento laboral.

RT ≠ endorsement

Por último, la adaptación forzada de nuestras ideas, reflexiones políticas y pensamientos a las limitaciones de los formatos de las redes sociales ­–stories que duran veinticuatro horas, etiquetas que fragmentan toda ideología en pedazos, limitación de caracteres, censura estructural– dificulta la propagación de ideas complejas y de matices. De la misma manera, la solidaridad en línea se ha sustituido por una expresión performativa de la solidaridad, adaptada a las lógicas de la mercadotecnia de la identidad: añadir el lazo al perfil, usar la etiqueta de turno o retuitear contenido político viral han sustituido la potencial necesidad de participar en la protesta del mundo offline. Aunque es cierto que, pese a todo, Internet ofrece una alternativa de acción política a quien, por su condición o situación, no puede participar activamente de la acción política en la calle, también es cierto que la moral en línea desincentiva, en general, cualquier tipo de acción política consecuente a quien sí puede.

No solo esto, sino que, además, esta ausencia de matices provocada por el propio diseño limitante de las redes ha permitido que ideologías de extrema derecha que habían quedado marginadas del debate social puedan desplegarse con más facilidad, aprovechando la velocidad de la interacción y la frustración generalizada para introducir discursos de odio en la normalidad de la vida digital.

Dank

Contra toda esta realidad invivible, los dank memes pueden ser entendidos a la vez como la expresión que mejor condensa el espíritu de nuestro tiempo y como una expresión de rabia que boicotea la lógica mercadotécnica de Internet: al conformar mensajes indescifrables y ruidosos, son esencialmente antialgorítmicos. En su secreta producción e interpretación, no son domesticables ni pueden venderse.

Los dank memes son el punto de fuga y el grito de Munch de una sociedad agotada de todo, de sí misma y de no poder parar de consumir y consumirse, pero que resiste, acorralada, a través de la carcajada histriónica, consumida por una Internet que tenía que ser un universo de imaginación y utopía y se ha convertido en un sitio asfixiante e invivible, que no solo va conquistando cada rincón de nuestro día a día, sino que, además, cada vez se hace más inseparable de nuestra forma de sentir, pensar y querer, de quienes somos y por qué seremos recordados.

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  • Blck | 21 noviembre 2019

  • Dani | 23 noviembre 2019

  • Al Barretto | 13 enero 2020

  • Felipe Mapache | 03 julio 2022

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