Instituciones del futuro

Internet posibilita unas instituciones públicas más transparentes y porosas, pero la transformación no ha hecho más que empezar.

Esqueletos de Mamut en el Field Columbian Museum, 1898

Esqueletos de Mamut en el Field Columbian Museum, 1898 | Field Columbian Museum | Sin restricciones de derechos de autor conocidas

La sociedad conectada a la red exige cada vez instituciones más abiertas y colaborativas, capaces de establecer una relación más directa con los ciudadanos que permita evolucionar en términos de democracia digital. A pesar de las reticencias al cambio y las dificultades que comporta, es necesario que los organismos públicos se redefinan si no quieren ser desplazados en sus funciones por agentes externos.

Uno de los asuntos frustrantes de los debates sobre el futuro de la tecnología es que a menudo acaban reduciéndose a una serie de dicotomías (esto o lo otro, bueno o malo) en lugar de intentar apreciar la totalidad de matices implicados en el cambio tecnológico y en nuestra relación con la tecnología.

Los predicadores suelen caer en la trampa de creer que la nueva tecnología traerá cambios revolucionarios para la sociedad e incluso para la naturaleza humana. Los pesimistas predicen con frecuencia panoramas desoladores en los que todo lo que hemos aprendido o valorado se ha esfumado por el impacto de una nueva tecnología.

Como Matt Locke explica en este artículo, a menudo somos incapaces de predecir el futuro con precisión porque tendemos a basarnos en nuestra experiencia hasta el momento, una experiencia que está demasiado limitada como para ayudarnos a hacer predicciones certeras sobre lo que traerá el futuro.

La realidad del cambio que Internet ha supuesto para nuestras instituciones es compleja y, en muchos aspectos, inesperada. Aun así, algunas de las pautas de ese cambio están empezando a hacerse visibles, de modo que es un momento interesante para esbozarlas.

Es una creencia muy extendida que Internet cambiará nuestras instituciones públicas, con tendencia a hacerlas más abiertas, transparentes y colaborativas.

Un estudio de 2010 del Pew Research Center concluyó que:

Un grupo de encuestados altamente implicados, que incluía a 895 críticos y trabajadores del sector, participó en una encuesta voluntaria en línea. En esta muestra de un grupo variado de expertos, el 72% estuvo de acuerdo con la siguiente afirmación:

  • «Para el 2020, las nuevas formas de cooperación en línea harán que los gobiernos, las empresas, las organizaciones sin ánimo de lucro y otras instituciones convencionales sean significativamente más eficientes y receptivas».

Pero, ¿hasta qué punto es esto cierto? ¿Cómo afecta en realidad la creciente interconectividad propiciada por Internet a nuestras instituciones, a sus funciones y a su relación con el público al que sirven? Algunas de las áreas en las que habitualmente se espera que las instituciones se adapten a una sociedad conectada a Internet son:

  • Transparencia: Comprometerse a asumir sus responsabilidades y rendir cuentas; publicar los detalles de las decisiones y los procesos de toma de decisiones.
  • Porosidad: Acabar con las barreras entre la institución y los usuarios. Implicar al público y otros agentes relacionados en el trabajo de la institución.
  • Apertura: Adoptar principios de open data y poner a disposición del público más información interna.
  • Colaboración: Comprometerse a trabajar con agentes, clientes y público del sector de un modo verdaderamente colaborativo, creando trabajo y valor de manera conjunta.
  • Comunicación: Comunicación más rápida y receptiva a través de correo electrónico, páginas web, servicios de mensajería y redes sociales.

Todo esto se debe en parte a la ética original de muchos de los servicios y comunidades surgidos a raíz de la World Wide Web, que todavía inspiran a muchos de los pensadores, activistas y herramientas más influyentes (entre ellos W3C, Mozilla, Wikimedia Foundation, FLOSS, Linux, etc.).

Y se debe también a que nuestra experiencia de la red como usuarios individuales ha ido permitiendo cada vez más estos intercambios abiertos, e incluso ha dependido de ellos. A través de las redes sociales, por ejemplo, nos hemos acostumbrado a que las respuestas se den en tiempo real, nos hemos acostumbrado a confiar en la información y a compartirla para financiar proyectos e ideas, y nos hemos acostumbrado también a cierta filosofía basada en una organización de abajo a arriba, no jerárquica y no comercial.

Cuando hablamos de instituciones públicas, nos solemos referir a gobiernos, agencias estatales, ayuntamientos, servicios, emisoras y demás organizaciones cívicas. Pero tal vez sería más útil adoptar un enfoque más amplio. En lugar de asociar la institución con una organización en particular, podríamos pensar en cómo la tecnología está cambiando el papel que desempeña una institución o el espacio que tradicionalmente ha ocupado, al igual que cambian nuestras expectativas sobre lo que es y debería ser tal institución.

Creative Commons guiando a los contribuyentes

Creative Commons guiando a los contribuyentes | Wikipedia | CC BY- SA 3.0

La semana pasada, por ejemplo, fuimos testigos de las críticas al gobierno de Trump que el director ejecutivo de Facebook colgó en su red social. Hemos visto a grupos de oficiales disidentes de varias agencias (@NotAltWorld, @ALTUS_NPS, @RogueNASA, etc.) hacer uso de Twitter para ofrecer una voz alternativa sobre sus servicios cuando las cuentas oficiales de esas agencias han sido silenciadas o censuradas.

Las redes sociales, como empresas privadas dedicadas a recopilar y monetizar a toda costa la información de sus usuarios, no parecen las mejores candidatas para asumir las funciones de oficios como el periodístico o el legislativo. Y, sin embargo, no podemos negar que funcionan cada vez más como un lugar para el debate y la movilización políticos. Más allá de lo que pensemos sobre la calidad de este debate, sobre su potencial de abuso y sobre la probabilidad de que esas movilizaciones conduzcan a cambios duraderos, las empresas de medios sociales se están viendo obligadas a considerar (aunque sean reacias a ello) el papel que deberían desempeñar en la sociedad civil.

Este proceso generará una serie de nuevos problemas relacionados con el conflicto entre el ánimo de lucro y los intereses de los accionistas, por un lado, y el papel político que cada vez más los usuarios esperan de las redes sociales, por el otro. Los usuarios ya no solo buscan poder expresar sus opiniones, sino que además se utilice el poder corporativo para promover el cambio político en representación suya. Los directores ejecutivos que no parecen responder con acierto a esta demanda están siendo objeto de críticas, aunque todavía está por ver si los usuarios podrían llegar a trasladar sus proyectos (y, sobre todo, sus datos) a otros medios.

Al mismo tiempo, las instituciones públicas tradicionales podrían tener fuertes incentivos para volverse menos transparentes y menos porosas a medida que las comunidades en línea esperan más de ellas. En una era en la que los secretos y la información filtrada se han convertido en sucesos habituales, y en la que la seguridad cobra cada vez más importancia, muchas instituciones se esforzarán más que nunca para intentar preservar su información interna y su conocimiento.

Especialmente ante un panorama de gasto social recortado y cinismo sobre el valor de los expertos, muchas administraciones públicas se sentirán amenazadas y podrían llegar a obsesionarse con la pérdida de su conocimiento exclusivo, lo que las llevaría a custodiarlo con más recelo, previniendo la colaboración innovadora con otras entidades o con el público para mejorar la eficiencia de sus servicios.

En una era de información conectada y automatización, no hay que infravalorar los incentivos en contra de la transformación digital y la apertura que surgen allí donde la eficiencia y la productividad puedan conducir a una reducción de gastos, personal y autoridad. Hay también otras críticas constructivas basadas en la preocupación legítima de que el conocimiento de las masas pueda, a fin de cuentas, no ser tan efectivo como el saber profundo y subjetivo de los expertos.

Incluso aquellas instituciones que no quieren hacer sus servicios e información más accesibles se enfrentan a desafíos prácticos considerables para defender esa postura, especialmente si carecen del conocimiento o los recursos internos necesarios.

El original ensayo de Julian Assange que describe los objetivos de WikiLeaks fue un intento de esbozar una teoría cognitiva de la información compartida entre organismos administrativos. En él subrayaba que las organizaciones, para reaccionar ante las filtraciones, podrían intentar controlar la información de manera aún más estricta. Los potenciales efectos negativos de la información filtrada para las agencias gubernamentales se han descrito claramente.

Es evidente que filtrar información de forma descontrolada no es lo mismo que compartirla estructuradamente con el público para alcanzar objetivos comunes. Aun así, la «mentalidad institucional» de algunas organizaciones podría dar pie a la preocupación de que esa diferencia no sea lo bastante clara y de que la apertura suponga un riesgo real.

Pero también hay ejemplos de co-creación y colaboración innovadora entre las instituciones y los agentes del sector o el público general, muchos de ellos inspirados por el creciente movimiento de los commons (bienes comunes) y el modelo de las redes de distribución entre pares (el llamado peer-to-peer). Nos referimos a iniciativas como el Open Ministry de Finlandia, que hace encuestas a gran escala sobre la legislación, o el proyecto Bologna Città Collaborativa, que gestiona iniciativas colaborativas entre los residentes de Bolonia y las autoridades, además de otros proyectos en desarrollo de «democracia digital» o «e-democracy», como Pol.is, WAGL y Your Priorities.

El gobierno de Reino Unido, tras la decisión de la Oficina del Gabinete de hacer que los servicios se brinden «primero en digital», ha simplificado notablemente y puesto a disposición pública información gubernamental y servicios de toda clase, desde la renovación de un pasaporte hasta la comprobación de una residencia fiscal o la consulta de estadísticas. Data.gov.uk es un repositorio gubernamental en línea que pretende mejorar la disponibilidad de la información de dominio público entre los ciudadanos.

Encuentros con la alcaldesa: Can Peguera y Turó de la Peira

Encuentros con la alcaldesa: Can Peguera y Turó de la Peira | Ayuntamiento de Barcelona | CC BY-ND 2.0

En Barcelona, el ayuntamiento de Ada Colau ha hecho visibles esfuerzos para involucrar a la ciudadanía en el proceso de toma de decisiones relativas a un amplio abanico de asuntos, desde los sistemas de transporte hasta la regulación del espacio público, aunque todavía es necesario comprobar en qué medida se puede llevar a cabo el proceso diario de administración y gobierno a través de consultas ciudadanas.

Una cosa parece segura: si las instituciones tradicionales no se adaptan para responder a las necesidades de sus respectivas comunidades, tarde o temprano habrá organizaciones externas, o grupos y redes de personas (cuando no una combinación de ambas) que asumirán sus papeles. Y, como hemos visto con las cambiantes contribuciones de los medios tradicionales y las redes sociales al proceso político, el papel de las instituciones existentes puede ser arrebatado por los sustitutos más inesperados e interpretado de las maneras más impredecibles.

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