Feynman y Zorthian: una amistad de tercera cultura

La historia de la amistad entre el físico y el pintor enseñó al científico la importancia de la experimentación, y demuestra que la ciencia, el arte y la creatividad no se pelean sino que suman.

Niñas mirando a través de una reja | pxhere.com | Dominio público

Niñas mirando a través de una reja | pxhere.com | Dominio público

Jirayr Zorthian, pintor armenio-americano, y Richard Feynman, premio Nobel de Física, entablaron amistad en una fiesta a finales de los años cincuenta. A raíz de una conversación decidieron que cada uno enseñaría su especialidad al otro. Esto afectó la forma de hacer y comunicar ciencia del físico, que detectó un elemento de confluencia entre su disciplina y el arte: la experimentación, la fascinación por la observación del mundo, con la creatividad que lo transforma.

Tengo un amigo que es artista. Pese a haber ganado un premio Nobel y haber participado en el proyecto Manhattan, de una de las cosas que más orgulloso se sentía aquel hombre era de ser capaz de ver la belleza de una flor, y de aprender de Jerry, su amigo artista. Sin embargo, no había sido siempre así. Según contaría más tarde él mismo en uno de sus libros, de joven era una persona monotemática. Solo tenía ojos para la ciencia. Por suerte, eso cambiaría y se adentraría en el mundo de la pintura, la música y la literatura. Pero antes de todo eso, Richard P. Feynman tuvo que transitar por un territorio todavía por explorar, aquello que yo denomino el camino cuántico del arte. Recorramos hoy un trecho de ese camino, de la mano de Feynman, un científico muy especial. Éste nació un día de 1918 en la ciudad de Nueva York, pero creció en un lugar llamado Far Rockaway, en Queens. Lo que vivió allí en su niñez le marcaría de por vida.

Entre otros aprendizajes, el niño Feynman observó que el nombre de las cosas no nos dice mucho sobre éstas, o lo que es lo mismo: es mejor pensar sobre las cosas que estar convencido de que se sabe algo sobre éstas. También aprendió, sentándose solo con un libro al fondo de las aburridas clases, o intentando ayudar a su primo a entender las matemáticas, que ser distinto no significaba ser menos capaz que los demás.

Pero lo que probablemente encauzaría a Feynman, años más tarde, en ese camino cuántico del arte fue descubrir que una buena forma de llegar a entender algo era dedicándose a experimentar. De este modo, el chico Feynman montaba transistores y arreglaba radios en su habitación, trabajó de camarero de forma poco ortodoxa pero creativa, y terminó ganando un premio Nobel. Porque en la época de Feynman, la física cuántica se encontraba en una encrucijada interesante: la de resolver complejas ecuaciones sobre las partículas elementales de la materia. Así que, mientras destacados físicos se encomendaban de forma endiablada a una ardua tarea matemática, Richard Feynman empleaba todo lo aprendido para hallar la misma respuesta, de un modo distinto. El resultado: en 1965 tres científicos compartían el premio Nobel de Física por sus descubrimientos sobre algo conocido como Electrodinámica Cuántica (QED). Y Feynman se encontraba entre ellos. La peculiaridad fue que Feynman contribuyó a la teoría QED, pero no solamente escribiendo ecuaciones. Nacían los diagramas de Feynman, los cuales se convertirían en iconos mundiales de la cultura. Desde los sellos de correos, pasando por las furgonetas de los hippies y hasta las salas de los museos se llenarían en las décadas siguientes de esos diagramas. Feynman tal vez lo no supiera todavía, pero acababa de transitar por el camino que comentábamos antes, el sendero cuántico del arte. Un camino que, como tantas cosas en la vida, no emprendería solo.

En este diagrama de Feynman, un electrón y un positrón se aniquilan, produciendo un fotón (representado por la onda sinusoidal azul) que se convierte en un par quark-antiquark, después de lo cual el antiquark irradia un gluón (representado por la hélice verde).

En este diagrama de Feynman, un electrón y un positrón se aniquilan, produciendo un fotón (representado por la onda sinusoidal azul) que se convierte en un par quark-antiquark, después de lo cual el antiquark irradia un gluón (representado por la hélice verde) | Joel Holdsworth | CC BY-SA

Richard Feynman y Jirayr Zorthian, al que todos llamaban Jerry, se conocieron en una fiesta a finales de los años cincuenta en California. Jerry era un pintor y escultor que había llegado a los doce años a EE.UU., huyendo de la masacre en Armenia, y que había conseguido formarse en la Universidad de Yale. También era famoso por las peculiares bacanales que organizaba en su rancho de Altadena, a las que acudían personajes como Charlie Parker, Bob Dylan o Andy Warhol. Con el tiempo, Feynman se convirtió en uno de los mejores amigos de Jerry, en asiduo de sus fiestas, en músico de los bongos, pero también en su profesor y alumno particular.

En uno de sus encuentros, Feynman le dijo a Jerry: «Creo que la razón de que tantas veces discutamos sin llegar a ningún sitio es que tú no sabes absolutamente nada de física, ni yo tengo puñetera idea de pintura. Así que vamos a alternar, un domingo yo te enseñaré física y el siguiente tú me enseñarás a pintar.» Así fue que en 1962, a la edad de cuarenta y cuatro años, Feynman empezó a pintar. No dejó de hacerlo hasta 1987, un año antes de su muerte. La motivación para hacerlo, más allá de su relación con Jerry, la explicaba el propio Feynman en «Pero, ¿es esto arte?», el ensayo introductorio de unos de sus más famosos libros:

Quería aprender a pintar para expresar una emoción sobre el mundo: la sensación de que todo lo que vemos es el resultado de una gran complejidad interior, como la de los átomos interaccionando. Quería recordar, a todos aquellos que la habían visto alguna vez, la gloriosa belleza del universo.

La experiencia del intercambio científico-artístico también le sirvió para pensar sobre aquellos campos a los que prácticamente le obligaron a dedicar años de su vida en el Instituto de Tecnología de California (Caltech), y a los que finalmente aportó unas obras maravillosas llenas de creatividad: la comunicación y la educación. De este modo, y gracias también a la pintura, Feynman detectó los elementos de confluencia de las artes y las ciencias: por ejemplo, la experimentación. Incluso propuso a través de qué elementos podrían beneficiarse unos campos de los otros:

El profesor de pintura intenta inspirarte para que experimentes nuevos caminos, mientras que los profesores de física gastamos demasiado tiempo diciendo a los alumnos cómo deben hacer las cosas.

Así pues, las experiencias de Feynman con el arte y con sus actores, los artistas, no hicieron más que enriquecer su forma de hacer ciencia, y también de contarla. Porque el arte probablemente amplió la forma de ver el mundo de Feynman, y le ayudó a expresar la belleza que había encontrado en él a través de la ciencia.

La ciencia, el arte y la creatividad no se pelean, solo suman. Por eso uno de los más hermosos pasajes que conozco es obra del físico Richard Feynman, y va dedicado a su amigo Jerry. Se llama «Oda a una flor», y no puede tener un comienzo mejor: «Tengo un amigo que es artista.»

Richard Feynman: Ode on a Flower

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  • Guillermo Muñoz | 07 mayo 2018

  • Víctor Linares | 21 mayo 2018

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