Feministas aguafiestas

Cuando la consciencia feminista se asocia a una forma de desdicha, ¿podemos pensar la felicidad de la mujer al margen de los ideales sociales dominantes?

CC BY-NC Bea Lozano, 2018

CC BY-NC Bea Lozano, 2018

Las obras de Sara Ahmed ayudan a establecer lazos entre la teoría feminista y la vida feminista. Ahmed cuestiona poner en el centro la disputa por la felicidad construida a partir de un determinado ideal social. Este enfoque habría facilitado la construcción de dos figuras: por un lado, la del ama de casa infeliz, que construiría a su vez una nueva fantasía en torno a la emancipación del hogar sin tener en cuenta quien tiene derecho a ella; por el otro, la de la feminista aguafiestas, que habría servido para que algunas autoras elaboraran un discurso reaccionario ante el feminismo, entendido como aquello que no permite a las mujeres ser felices. ¿Qué es lo que nos lleva a pensar la propia consciencia feminista como una forma de infelicidad? Publicamos, por cortesía de Caja Negra Editora, un avance del nuevo libro de la autora, La promesa de la felicidad, en el que ahonda en esta perspectiva.

En 1960, el malestar que no tiene nombre reventó como un forúnculo, destrozando la imagen de la feliz ama de casa estadounidense. En los anuncios de televisión, las hermosas amas de casa seguían sonriendo […]. Pero de repente se empezó a hablar de la infelicidad real del ama de casa […], aunque casi todo el mundo que aludía a aquel tema hallaba alguna razón superficial para restarle importancia.

Betty Friedan, La mística de la feminidad

 

En La mística de la feminidad, Betty Friedan identifica un problema que no tiene nombre y expone aquello que se agazapa, latente, tras la imagen de la feliz ama de casa estadounidense.[1] Lo que se ocultaba bajo este ideal revienta, como un forúnculo, y deja al descubierto la infección que yace tras su radiante sonrisa. Friedan expone así los límites de esta fantasía pública de felicidad. El ama de casa feliz es una figura de fantasía que encubre los signos del trabajo con el signo de la felicidad. La afirmación de que las mujeres son felices y de que esta felicidad radica en las tareas que hacen permite justificar una división del trabajo en función del género; no como un producto de la naturaleza, la ley o el deber, sino más bien como la expresión de un anhelo y un deseo colectivo. ¿Qué mejor forma de justificar una distribución desigual del trabajo que afirmando que hace felices a las personas que lo realizan? ¿Qué mejor forma de asegurar el consentimiento de algunas personas a desempeñar un trabajo gratuito o mal remunerado que describiendo dicho consentimiento como el origen de un sentimiento positivo?

Y aun así, ¿a quién o qué vemos en esta imagen de la feliz ama de casa? Como bien señala Friedan, se trata de una fantasía. No obstante, incluso como fantasía, se adapta mucho mejor a la situación concreta de algunas mujeres que a la de otras. Después de todo, por aquella época había muchas que no eran amas de casa. Para algunas, trabajar en el hogar probablemente fuera una aspiración, no una realidad. En su artículo «Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista», bell hooks señala este carácter exclusivo de la feliz ama de casa, aun entendida como fantasía:[2]

Cuando Friedan escribió La mística de la feminidad, más de un tercio de las mujeres formaban parte de la fuerza de trabajo. Aunque muchas mujeres deseaban ser amas de casa, solo quienes tenían tiempo libre y dinero podían formar sus identidades a partir del modelo de la mística femenina.

CC BY-NC Bea Lozano, 2018

CC BY-NC Bea Lozano, 2018

De hecho, la solución de Friedan a la infelicidad de las amas de casa –emanciparse de las tareas del hogar– tuvo consecuencias directas para aquellas mujeres que no podían dar forma a sus identidades a partir del modelo de la mística femenina. Como señala hooks, «en su libro no decía quién tendría entonces que encargarse del cuidado de los hijos y del mantenimiento del hogar si cada vez más mujeres, como ella, eran liberadas de sus trabajos domésticos y obtenían un acceso a las profesiones similar al de los varones blancos». Si bien la fantasía de la feliz ama de casa oculta los signos del trabajo doméstico bajo el signo de la felicidad, la fantasía del ama de casa que conquista la felicidad liberándose del hogar también oculta el trabajo de otras mujeres, que probablemente se vean obligadas a hacerse cargo de las cacerolas.

Al rastrear la figura de la feliz ama de casa, debemos tener en cuenta qué hace esta figura y de qué manera logra asegurar ideas no solo acerca de la felicidad, sino también acerca de quién tiene derecho a ella. Las feministas blancas liberales como Betty Friedan nos enseñaron que la proximidad a la fantasía de la buena vida no suponía acercarse a la felicidad. Sheila Rowbotham describe de qué manera «en la escritura de los primeros años hay una lucha por afirmar una identidad separada y desafiar la casa como fantasía de felicidad».[3] Por su parte, las feministas negras como bell hooks nos enseñan hoy que algunas mujeres –negras y de la clase obrera– no tenían siquiera el derecho de acercarse a esta fantasía, lo que no quita que quizás hayan servido de instrumento para que otras se aproximen a ella. Podríamos pensar, entonces, no tanto acerca del modo en que se distribuye la felicidad como tal (lo que implicaría, en parte, dejar de lado aquello que justamente era decisivo en la crítica de esa infelicidad oculta bajo la figura de la feliz ama de casa que planteó el feminismo de la segunda ola), sino de qué manera se distribuye la proximidad relativa a las ideas de felicidad. Incluso podríamos plantear que lo que se distribuye de manera desigual, más que la felicidad propiamente dicha, es el sentimiento de tener (o no) aquello que debería hacernos felices (es decir, la promesa de una sensación, o la sensación de una promesa).

En estos últimos años, ¿acaso la figura de la feliz ama de casa ha sido reemplazada por la de amas de casa desesperadas? Si bien hay una diversificación de los afectos ligados a la figura de la feliz ama de casa (situación que le confiere una vida afectiva más compleja), esto no necesariamente deja de lado la felicidad que supuestamente reside en «eso» que ella hace, aun en descripciones de relativa infelicidad. De hecho, la infelicidad puede funcionar como un signo de frustración, de sentirse limitada o a la espera de poder hacer aquello que a una la haría feliz. De esta forma, las imágenes de una relativa infelicidad podrían contribuir a restaurar el poder de aquella imagen de la buena vida, convertida en nostalgia o lamento por lo perdido.

CC BY-NC Bea Lozano, 2018

CC BY-NC Bea Lozano, 2018

La feliz ama de casa conserva toda su fuerza como parámetro de los deseos de las mujeres, e incluso podríamos decir que en los últimos tiempos ha hecho un retorno triunfal. Veamos, por caso, el siguiente pasaje del libro Happy Housewives [‘Amas de casa felices’], de Darla Shine: «Quedarte en casa dentro de una vivienda cálida y confortable, enfundada en tus pijamas y pantuflas de peluche, bebiendo café mientras tus bebés juegan en el suelo y tu maridito trabaja duro para pagarlo todo, eso no es desesperante. ¡Madura! ¡Basta de quejarte! ¡Date cuenta de lo afortunada que eres!».[4] Ante los ojos de sus lectoras, Shine conjura una imagen muy específica de aquello que hace felices a las amas de casa. Al conjurar esta imagen –del ocio, la comodidad y la tranquilidad–, las invita a retornar a cierto tipo de vida, como si aquella imagen fuera la realidad a la que las mujeres renunciaron al hacer suya la causa feminista: su fantasía de la feliz ama de casa es una fantasía blanca y burguesa del ayer, la nostalgia de un pasado que para la mayoría de las mujeres nunca fue un presente posible, y menos hoy. Shine afirma que las mujeres decidieron «estar desesperadas» y han sido traicionadas por el movimiento feminista, que «arruinó la situación de las mujeres en el hogar». En abierta alusión a la serie televisiva Desperate Housewives [‘Amas de casa desesperadas’], como ejemplo de aquello que las mujeres no quieren, Shine alienta a sus lectoras a adoptar una nueva imagen: «Quiero que todas las madres digan adiós a esta horrible imagen de desesperación y se unan para promover la imagen de la feliz ama de casa.» Esta nueva imagen trae consigo un compromiso con valores muy precisos: «Respeto, orgullo, confianza, pasión, amistad, un hogar bello y limpio y, sobre todo, una relación cercana con tus hijos.» Así como la maternidad es un elemento crucial en este manual para la felicidad, otro tanto ocurre con el matrimonio, entendido como institución que se describe en términos de intimidad heterosexual. Shine afirma que «nunca serás una feliz ama de casa si no tienes intimidad con tu marido».

El libro de Shine no es la excepción. En Internet, podemos observar toda una nueva generación de blogueras que hacen suya la identidad de la «feliz ama de casa» y aprovechan el espacio público que ofrecen las nuevas tecnologías para hacer pública su proclama de felicidad. Esta proclama insiste en señalar que el feminismo ha sido un error, y en que es importante enseñar a las mujeres a ser felices: la felicidad es ser una buena ama de casa, y es también aquello que se obtiene al ser buena. Por lo general, en estos blogs encontramos recetas, consejos sobre las tareas del hogar, reflexiones acerca de la maternidad y declaraciones de principios en las que la feliz ama de casa es reconocida como una función y un deber social que es preciso defender, casi como si el acto de habla «soy un ama de casa feliz» representara en sí mismo una rebelión contra cierta ortodoxia social. La imagen de la feliz ama de casa se reitera y acumula poder afectivo por medio de la narración de su figura como un sujeto minoritario que se ve obligado a reclamar algo que le han quitado. Este poder afectivo no solo se opone a las afirmaciones feministas según las cuales detrás de la imagen de la feliz ama de casa se oculta una infelicidad colectiva latente, sino que además trae consigo la afirmación de que la felicidad no es tanto algo que el ama de casa tenga, sino más bien algo que ella hace: su deber es el de generar felicidad por medio del acto mismo de adoptar esta imagen.

CC BY-NC Bea Lozano, 2018

CC BY-NC Bea Lozano, 2018

En este contexto político, no resulta sorprendente que algunas investigaciones en materia de felicidad hayan «demostrado» que las amas de casa tradicionales son más felices que las mujeres que trabajan, como sostiene la periodista estadounidense Meghan O’Rourke en un artículo con el título muy acertado de «Desperate Feminist Wives» [‘Esposas feministas desesperadas’]. Esto implica que el feminismo viene a despertar en las mujeres deseos que las hacen infelices. El presente capítulo ofrecerá un modo distinto de entender la relación entre el feminismo y la infelicidad. Partiré de una reflexión acerca del modo en que, a lo largo de la historia, la felicidad ha servido de argumento para sostener una división del trabajo determinada en función del género; para ello, tomo como punto de partida la obra del filósofo Jean-Jacques Rousseau acerca de la educación. Mi análisis cuestiona la hipótesis de Lesley Johnson y Justine Lloyd según la cual la feliz ama de casa habría sido tan solo un mito del propio feminismo –lo que llaman «el mito de un mito»– que permitió al sujeto feminista construir al ama de casa como su «otra».[5] Sostendré, por el contrario, que la feliz ama de casa tiene una muy larga genealogía, y que emerge como figura, al menos en parte, ante los primeros reclamos feministas.

Trazar esta genealogía nos permitirá reflexionar acerca del paisaje político en el que emergen las figuras del ama de casa infeliz y la feminista aguafiestas. Mi planteo es que podemos releer la negatividad de estas dos figuras a partir del desafío que vienen a plantearle al supuesto de que la felicidad se sigue de la relativa proximidad a un determinado ideal social. Prestaré atención no solo al poder afectivo de estas figuras, sino también a la propia conciencia feminista como una forma de infelicidad, lo que me llevará a plantear que ciertos discursos feministas tempranos, como el de la «toma de conciencia» e incluso el de la «falsa conciencia», pueden resultarnos útiles para explorar los límites de la felicidad entendida como un horizonte de experiencia.

Sara Ahmed, La promesa de la felicidad (Caja Negra, 2019). Traducción de Hugo Salas.

 

[1] Betty Friedan, La mística de la feminidad, Madrid, Cátedra, 2009, p. 58.

[2] bell hooks, «Mujeres negras. Dar forma a la teoría feminista», en: Gloria Anzaldúa et al., Otras inapropiables. Feminismos desde las fronteras, Madrid, Traficantes de Sueños, 2004, p. 34.

[3] Sheila Rowbotham, The Past Is Before Us. Feminism in Action Since the 1960s, Londres, Penguin, 1989, p. 3.

[4] Darla Shine, Happy Housewives, Nueva York, HarperCollins, 2005, p 15.

[5] Lesley Johnson y Justine Lloyd, Sentenced to Everyday Life. Feminism and the Housewife, Oxford, Berg, 2004, p. 2.

Este articulo tiene reservados todos los derechos de autoría

Ver comentarios1

  • Luis Manteiga Pousa | 26 marzo 2021

Deja un comentario