Publicaciones bajo el radar

Entre la colección, el archivo y el espacio de consulta, La Fanzinoteca se inspira en el amateurismo y la pasión del mundo de los fanzines y micropublicaciones.

Módulo ambulante temporal, construido durante la visita de La fanzinoteca a Medellín, Colombia en 2014.

Módulo ambulante temporal, construido durante la visita de La fanzinoteca a Medellín, Colombia en 2014. Foto: cortesía de La Fanzinoteca.

La Fanzinoteca es un proyecto autogestionado con sede en Barcelona y un módulo ambulante que propone soluciones sencillas a problemas complejos. A medio camino entre la colección, el archivo y el espacio de consulta, se inspira en el amateurismo y la pasión del mundo de los fanzines y micropublicaciones, el fenómeno que observa, para aplicar metodologías basadas en el colaborativismo y la creación colectiva y crecer de forma pausada, sostenible y orgánica. Opera, además, como lugar de encuentro y espacio de reflexión en torno al mundo de las micropublicaciones y reivindica a través del papel el retorno a lo artesano, el valor de lo efímero, la obsolescencia tecnológica y la precariedad como modus operandi.

Como su nombre apunta, la Fanzinoteca no es más que un espacio de consulta de fanzines, publicaciones por definición amateurs, marginales y efímeras, que empezó en 2005 de forma casi espontánea, en la estantería de un local de Barcelona. A día de hoy, una parte importante de sus fondos puede localizarse en línea y consultarse en su sede barcelonesa o en alguna de las itinerancias de su módulo ambulante. Totalmente autogestionado y situado en la intersección entre la acumulación, la colección y el archivo, se trata de un proyecto sencillo, sin muchas pretensiones, y si lo observamos de cerca funciona como un caso de estudio interesante de muchos temas a la vez.

Para empezar, la singular naturaleza del fanzine, que por definición existe únicamente en tiradas limitadas y con una distribución disfuncional y marginal –cosa que acentúa y alimenta su condición efímera– la condena a ser una colección incompleta, temperamental y rara de partida. En un momento en que la publicación amateur parecía haber encontrado un ecosistema natural en el espacio digital (a través de los blogs, las redes y otras plataformas), publicar un fanzine en papel hoy en día es tanto un gesto romántico (o casi, un anacronismo) como una declaración de principios o acto político. Coleccionarlos, archivarlos y ponerlos a disposición del público, además de curioso pasatiempo, suma matices muy interesantes. «En el fondo la Fanzinoteca no es más que un nodo –matiza Lluc Mayol, uno de sus artífices–. Un nodo en el que acumulamos y ordenamos de alguna manera todo aquello que llega a nuestras manos, dentro de unos parámetros definidos pero muy amplios. No sé si esto se acerca a la idea de anarchivo o no. Lo que seguro que no es la Fanzinoteca es una colección, ni funciona como tal en ningún sentido. Lo digo por la falta de metodología y criterios establecidos para la adquisición de ejemplares. Además de que tampoco tenemos ninguna ambición de producir valor o de generar un patrimonio. Para nosotros lo importante es el acceso que promovemos y no el artefacto en sí».

Detalle del catálogo del fondo en línea en fanzinoteca.net.

Detalle del catálogo del fondo en línea en fanzinoteca.net.

La Fanzinoteca parte de una concepción relajada (o expandida) del fanzine. Dicho por ellos mismos, se trata de «prácticas editoriales difícilmente rastreables», «publicaciones precarias-baratas, autoediciones y ediciones de artista». En negro sobre blanco: impresiones que operan bajo el radar, retratan el momento y tal como aparecen, desaparecen. «Es un formato editorial que escupe cualquier definición cerrada –apunta Ricardo Duque, otro de los motores de la Fanzinoteca–. Decimos que un fanzine es, en general, una publicación realizada y distribuida con medios de bajo coste, que se realiza de forma amateur y sin ánimo de lucro con el fin de compartir información, ideas o propuestas artísticas en un contexto o circuito muy determinado. Pero hay algo que creemos que no define el fanzine pero que sí que incluye esta idea expandida del fanzine, que es la pasión desde la que se realizan estas publicaciones».

Sobre el papel, el fanzine es amateurismo envasado. La paradoja es que en los últimos años también hemos visto cómo este se ha ido sofisticando y cada vez son más los casos en que se desdibujan los límites que lo separan del mundo editorial tradicional. En el plano estético especialmente, pero también a nivel de contenidos. Este cambio opera en dos direcciones opuestas: por un lado, gracias a la revolución digital y la «democratización» del diseño por ordenador y las técnicas de impresión, y por el otro, por el retorno a lo artesano, que nos ha devuelto posibilidades y acabados que se habían dado por jubilados como el letterpress, la risografía o la fotocopia. «Tal vez es un término limitado si se toma de una manera tradicional o estricta –añade Ricardo Duque–. Nosotros lo usamos de una forma expandida y al final en realidad estamos hablando de autoedición. Las autopublicaciones o small press son un conjunto de prácticas en torno a la edición que acumulan modos de hacer. Son dispositivos híbridos y, claro, el acceso a las herramientas no profesionales de producción y reproducción, así como a la gran cantidad de información que tenemos ahora, lejos de ponerlas en crisis, creemos que las han enriquecido, diversificado y alimentado. Es más una actitud frente a la práctica editorial». Lluc matiza: «El fanzine, tal como nosotros lo entendemos, siempre ha estado realizado desde esa actitud amateur pero sin nada que envidiar a la editorial tradicional, ni en las formas ni en el contenido. En todo caso se trata de una diferencia de ambición, de dimensión, y esto produce formas y contenidos distintos. En realidad creo que hoy en día hay un movimiento inverso. Más bien es la propia editorial tradicional la que actualmente pretende acercarse a las formas y los contenidos de los fanzines, en un intento de reformular el negocio de la publicación en papel».

Con la fiebre del archivo como telón de fondo, en la Fanzinoteca han inventado su propia base de datos y taxonomía y digitalizan su fondo de forma colaborativa a través de sesiones colectivas de etiquetado, Tagging days que lo llaman ellos, en los que, a cambio de un buen plato de comida caliente, engordan su base de datos y mejoran la visibilidad y consulta en línea del proyecto. Una interesante (e imaginativa) demostración de cómo desde la austeridad y la cultura del háztelo-tú-mismo de la que parten se puede operar con agilidad y rigor a la par. «No hay una negación de lo académico o lo institucional, hay una consciencia de ello, pero no son ni nuestras metas, ni nuestros modelos –apunta Ricardo–. Justamente la perspectiva de que el proyecto crezca como vaya llegando es lo que nos gusta… Pasando por completo de los protocolos establecidos. Tal y como lo hacen estas publicaciones.» En su último censo, son más de 700 ejemplares los que figuran ya en su catálogo y aunque les queda más del doble por catalogar, los números no dejan de impresionar, especialmente si tenemos en cuenta que operan con un presupuesto cero y al margen de la estructura y formas de hacer de las instituciones. «El archivo crece de forma absolutamente contingente: no hay un plan de adquisiciones, vamos comprando algunas cosas, nos envían ejemplares o incluso hemos recibido donaciones de algunas pequeñas colecciones», completa Lluc.

Digitalitzación colaborativa durante un Tagging day a "La Dispersa", Barcelona 2013.

Digitalitzación colaborativa durante un Tagging day a «La Dispersa», Barcelona 2013. Foto: cortesía de La Fanzinoteca.

Además de crecer de forma orgánica y rizomática, es muy significativa la reivindicación del valor intrínseco de la ephemera, material que muy a menudo pasa desapercibido al radar institucional hasta que las leyes de mercado o la perspectiva histórica le regalan un valor añadido. Ricardo la defiende apasionadamente: «Sigue habiendo interés en estas publicaciones, los estudiantes de escuelas y universidades siguen encontrando en el fondo de la Fanzinoteca ideas, soluciones técnicas y contenidos que les apasionan, además de que ayuda de alguna manera como dispositivo de visibilización y difusión no solo de las publicaciones, sino de las prácticas e ideas que se relacionan con ellas, y esto sí que nos parece interesante». Y es que, más allá de lo estético, las colecciones de material efímero, entre las que destaca el archivo Prelinger como ejemplo paradigmático, retienen algo más que un objeto destinado a perderse o ser destruido: captan las preocupaciones y el zeitgeist del momento de una manera muy transparente. Del mismo modo que la colección de películas caseras de Richard Prelinger, los fanzines, dada su naturaleza marginal y emocional, contienen una fuerte carga ideológica y, desde luego, con la perspectiva se evidencia su enorme potencial para releer un pasado reciente. «Sin duda somos conscientes de que cuando decimos que el fondo se convierte en una instantánea de nuestro entorno, entendemos que en términos historiográficos tiene un valor si es puesta en contexto. Responde a nuestros intereses y a los vectores que se cruzan con el proyecto. Podría decirse que es un dispositivo deleuziano en toda regla. ¿Pero qué colección o archivo no lo es?».

Otra de las peculiaridades de la Fanzinoteca es el valor que le otorga al objeto y su vocación de ser un lugar de encuentro, tanto para la consulta como por su manera de operar. Cuando esto ocurre, se convierte en la Fanzinoteca Ambulant, con un módulo que itinera dentro y fuera del circuito. No están solos. En el tercer número del fanzine Pez, editado por Mon Magán, se dibuja un mapa (de consulta obligada si se quiere profundizar en el tema) de fanzinotecas y espacios de intercambio en las que estos se mueven. Desde casos como Fanzineologia, que, además de coleccionar, profundizan en el fenómeno con entrevistas y documentación variada, hasta un complejo mapa de coleccionistas y aficionados que aparecen y desaparecen (algunos de ellos, terminan donando su colección), pasando por pequeñas ferias (entre las que Lluc destaca Gutter Fest, Tenderete o FLIA), y colecciones que pasan a engordar los fondos de instituciones. «Cada una funciona de maneras distintas –explica Ricardo–. Es como los fanzines mismos, seguro que se encuentran soluciones específicas para cada caso. Nos llamó la atención, por ejemplo, que Kit Hammonds explica que cada vez que expone su colección desaparece un 5-10% del fondo, pero que a la vez recibe donaciones que la hacen crecer un 20%. Por lo que resulta un modelo de crecimiento y renovación de un fondo muy interesante». Para Lluc, la vocación de efímera y el espíritu disfuncional del fanzine pone a la Fanzinoteca y semejantes entre las cuerdas. «Hay un cierto dilema ético en el hecho de que la Fanzinoteca resitúa ciertas publicaciones que no siempre estamos seguros que desearan ser resituadas de esta forma. Es algo que hemos hablado muchas veces y que nos mantiene siempre alerta de cómo presentamos el proyecto, en qué lugares y de qué forma lo hacemos. Creo que la clave está en la propia esencia de la Fanzinoteca, que en el fondo también opera de formas muy parecidas a las que operan las propias publicaciones que acumulamos. Eso simplifica el dilema».

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