Michel Serres: «Pensar es inventar»

Entrevistamos a Michel Serres, filósofo y matemático francés que ha buscado el pasaje que une las disciplinas científicas y humanistas.

Michel Serres. Ilustración de José Antonio Soria, CC-BY.

Michel Serres. Ilustración de José Antonio Soria, CC-BY.

La obra de Michel Serres es una formidable travesía entre las disciplinas científicas y humanistas que definen nuestro mundo. Según Serres, agoniza la era en que la concentración conducía al poder, constituía el saber, construía el Estado, la vida social o individual. Está naciendo una poética de la levedad que Serres vislumbra en un paisaje evolutivo donde la confluencia de los flujos atraviesa las antiguas densidades de un saber cristalizado, creando novedades imprevisibles. Desde obras como El paso del noroeste (1980), el filósofo y matemático francés ha buscado el pasaje que une las ciencias duras con las ciencias humanas, advirtiendo la dificultad de la tarea debido a las resistencias y prejuicios de las dos culturas. Serres es también uno de los primeros pensadores europeos en proponer un «contrato natural» para asumir el desafío que implica la grave crisis ecológica que estamos padeciendo. Y, a diferencia de otros intelectuales que se lamentan por los estragos cognitivos provocados por las nuevas tecnologías, el autor galo defiende en Pulgarcita (2014) «la presunción de competencia» de los nativos digitales, augurando una reinvención de las maneras de conocer y habitar el mundo.

Entrevistamos a Michel Serres con motivo de la presentación en Barcelona de su libro Figuras del pensamiento (Gedisa, 2016), una autobiografía intelectual que resume con rigor y encanto la aventura de pensar, es decir, de «ver en grande». Sostiene Serres: «Pensar quiere decir inventar. Todo lo demás (…) se puede considerar preparación, pero enseguida cae en la repetición, el plagio y la servidumbre. (…) más vale olvidar esta férula, este formato, para, aliviado, innovar».

Transcripción de la entrevista

Inicié estudios de matemáticas y de física, es decir, de ciencias exactas y me preparé para entrar en facultades de ciencias. Debo decir que mi generación quedó marcada por el fin de la guerra e Hiroshima, cuestiones relativas a la bomba atómica. Y por consiguiente, entonces, consciente de estos problemas, abandoné la carrera científica y me decanté por la carrera literaria. Cursé estudios literarios. Por lo tanto, crucé el paso del noroeste. Al conocer bien la cuestión, decidí investigarla. Es una lástima que los filósofos de mi generación no conozcan las ciencias y no puedan ser completamente lúcidos sobre el mundo contemporáneo. Por lo tanto, para ser lúcido sobre el mundo contemporáneo… Es decir, para poder prever que se trataba, en primer lugar, de una revolución en las comunicaciones: escribí Hermes. Muchos libros llevan el nombre de Hermes, dios de la comunicación.

Luego escribí El contrato natural, sobre ecología, donde intento tener la visión más lúcida posible sobre la anticipación de lo que podría pasar. Y los libros antiguos demuestran que efectivamente es así. Y de hecho, toda mi vida ha estado habituada a esta doble cultura. Una doble cultura que es la única que permite entender qué está pasando en el mundo, e intentar prever qué pasará.

«Busco el pasaje entre la ciencia exacta y las ciencias humanas. (...) Entre nosotros y el mundo. El camino no es tan sencillo como lo deja prever la clasificación del saber. Lo creo tan penoso como el paso del noroeste»
«El paso del noroeste». Michel Serres

El paso del noroeste era el título de un ensayo en el que realizaba una especie de conexión entre las ciencias humanas y las ciencias exactas. Habiendo enseñado durante bastante tiempo un poco en todo el mundo, me había dado cuenta de que, en la universidad,

incluso antes de llegar a ella, se separan las ciencias humanas de las ciencias exactas. Esta pedagogía da como resultado a gente culta que no conoce la ciencia, o gente de ciencias que no es culta. En particular, los gobernantes, los funcionarios, los políticos, etc., se han formado en ciencias humanas, mientras que las ciencias exactas son la causa de todas las evoluciones del mundo moderno actual. Y por consiguiente, existe una separación cada vez más marcada entre la sociedad influenciada por las ciencias exactas y la política, formada por las ciencias humanas. Por lo tanto, este paso del noroeste no se realiza. Aquí radica uno de los grandes problemas del mundo contemporáneo. Ello explica, probablemente, en gran medida, las dificultades y crisis que sufrimos hoy.

«Hoy en día nace un cambio que favorece una circulación simétrica entre los calificadores y los calificados, los poderosos y los súbditos, una reciprocidad»
«Pulgarcita». Michel Serres

Hoy en día es un momento remarcable porque una de las causas principales de la evolución del saber se basa en las nuevas tecnologías. Por ello he escrito un libro que se titula Pulgarcita. Esta Pulgarcita, evidentemente, ha cambiado las relaciones humanas, está cambiando las profesiones, e incluso, está cambiando las ciencias. Pero las ciencias humanas todavía no se lo han tragado, no lo han digerido, no lo han entendido. Una vez más, las dos poblaciones: una formada en ciencias humanas, la otra en ciencias exactas, se hallan completamente separadas y efectivamente deviene peligroso este tipo de corte entre ambas poblaciones. Esta es la diferencia. Hoy la diferencia entre el desuso político, por un lado, y la evolución de la sociedad, por el otro, se basa en buena parte en esta separación.

«Frente a estas mutaciones, no hay duda de que conviene inventar novedades inimaginables, fuera de los marcos pasados de moda que todavía formatean nuestras conductas»
«Pulgarcita». Michel Serres

Y efectivamente, la llegada de Pulgarcita, o de las nuevas tecnologías, ha trastornado las costumbres y evidentemente a la población o a la generación acostumbrada a los libros, a la escritura, le ha costado adaptarse a las novedades que ofrecen las nuevas tecnologías. Pero no es una cuestión de jóvenes o viejos, de ningún modo. Solo los americanos creen que es cuestión de generación, que es una lucha de generaciones. Porque hay mucha gente mayor que se ha adaptado a Internet y muchos jóvenes que no, es evidente. Es, más bien, una transformación de la cultura. ¿En el buen o en el mal sentido? Pues, es difícil planteárselo así, porque, en general, cuando aparece una nueva tecnología los resultados, los obtenemos nosotros según nuestra propia libertad. Por lo menos puedo decir que las nuevas tecnologías dan un acceso considerable a la información, dan acceso a otras profesiones, a otros intermediarios y dan acceso a muchas personas, y, por lo tanto, con el móvil en la mano, dominamos muchas cosas. Tenemos acceso a… Evidentemente, los pesimistas dicen: «es información» y llevan razón. La información no es saber. La información no es conocimiento, y, por lo tanto, siempre se precisa a un profesor o un enseñante que explique la información para transformarla en conocimiento. Y ello afecta al problema pedagógico. Pero irá afectando a todas las profesiones, transformándolas. Y también transformará, sin duda, las escisiones políticas.

«Yo, ahora mismo, os podría hablar desde mi casa o desde donde sea y vosotros me escucharíais desde donde sea. Así pues, ¿qué hacemos aquí?»
«Pulgarcita». Michel Serres

Evidentemente es una cuestión de pedagogía y de la relación maestro-alumno. Y a menudo la relación maestro-alumno es una relación de poder, del maestro sobre el alumno. Las nuevas tecnologías reequilibran de algún modo esta relación. Es decir, cuando estoy en el aula, cuando entro en el aula… Antes, los estudiantes no podían prever qué les explicaría. Pero, ahora, mis estudiantes pueden averiguar por Internet el temario. Y a veces les oigo decir: «Ah, tiene razón, lo he comprobado.» Existe una especie de reequilibrio entre quien enseña y quien es enseñado. La pérdida de poder no es grave. El enseñante no es detentor de poder, sino de saber. El poder no es saber, en primer lugar. Y, en segundo lugar, creo que el enseñante siempre desempeña un papel importante porque, como he dicho antes, Internet da acceso a la información pero no al saber. Por ejemplo, los dos, los tres, los cuatro… Queremos saber absolutamente qué es la ciencia de los átomos. Contamos con toda la información, pero no entendemos nada. Necesitamos a alguien que nos lo explique, siempre necesitamos a alguien que nos lleve desde la información hasta el conocimiento.

«Hemos devenido actores globales, como contrapartida, ¿responde la Tierra a nuestros actos? ¿Combate, diálogo o acuerdo? Ante el riesgo de una lucha a muerte hay que prever un contrato»
«El contrato natural». Michel Serres

En primer lugar, los problemas de cambio climático no tienen demasiado que ver con las nuevas tecnologías. Pulgarcita no es responsable del cambio climático. El problema es doble. Primero, es una cuestión económica: la revolución industrial de los siglos XVIII-XIX nos ha llevado a la civilización actual, con el confort que conocemos, etc., pero, a costa de… la destrucción devastadora del planeta. Hay que transformar la revolución industrial del XIX en una nueva revolución industrial y que esta nueva revolución no se base en ciencias exactas como la termodinámica, las ciencias de la energía, las ciencias atómicas, sino en las ciencias de la vida y de la tierra. Las ciencias de la vida y de la tierra ya han alertado de los peligros que corremos, etc. Entonces, ¿soy optimista o pesimista sobre este tema? Creo que el pesimismo no sirve de nada. El interés que suscita el pesimismo hace vender muchos libros. Es decir, todo el mundo aprecia la crítica. Mientras que el optimismo, yo lo llamaría «optimismo de combate». Es decir, absolutamente hay que habilitar un planeta en el que puedan vivir las futuras generaciones, por lo menos tan bien como nosotros o incluso mejor. Y, por lo tanto, hay que trabajar en ello.

Por otro lado, la generación de Pulgarcita no es como la mía, ha cambiado mucho… La conciencia ecológica de los jóvenes de hoy es muy lúcida, muy pertinente y muy atenta hacia estos problemas. Mucho más atenta que la nuestra o la de mis padres. Por lo tanto, hay dos razones para ser optimista. La primera, es el trabajo y se trata de ponerse a ello. Hay que trabajar y combatir por ello. Y la segunda, creo de verdad que la nueva generación, que llamo Pulgarcita, es muy previsora en cuestiones ecológicas  y mucho más sensible que la nuestra.

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  • Samuel Vargas Nates | 03 junio 2019

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