Libertad y privacidad en la web

El crecimiento exponencial de datos y su control a debate, entre los intereses privados de las compañías y los derechos de los usuarios.

Berlín, agujero en la pared en el Reichstag, 5 de febrero de 1990.

Berlín, agujero en la pared en el Reichstag, 5 de febrero de 1990. Hartmut Reiche, WikipediaCC-BY-SA 3.0.

La circulación de datos masivos nos afecta diariamente. Los datos personales son material sensible, información y poder que rutinariamente las compañías electrónicas extraen del entorno digital de forma ilícita. Tal y como demuestran miles de activistas en la web, la recogida de metadatos es una estrategia de vigilancia masiva global que llega incluso a la estrategia de los mismísimos gobiernos. Ante este panorama, Internet ha dejado de ser el espacio de anonimato y libertad de los comienzos, para convertirse en un campo monitorizado de extrema vigilancia. El tráfico de datos pone a los usuarios en cautela, subraya la necesidad de defender la privacidad como valor social que garantice nuestros derechos y libertades en la red.

Orígenes del concepto

Aunque la palabra privacidad es usada frecuentemente tanto en el lenguaje diario como en discusiones filosóficas, políticas y legales, no hay un significado definitivo del término. El concepto ha significado cosas diferentes para diferentes personas en varias épocas.

Se dice que la privacidad como la entendemos nosotros solo tiene 150 años. Sabemos que los seres humanos tienen un deseo instintivo por su privacidad. Sin embargo, durante tres mil años, las diferentes culturas casi siempre han priorizado la protección y la riqueza sobre la privacidad. Muchos antropólogos, entre ellos Margaret Mead, han demostrado las formas en que muchas culturas la protegen. El valor de la privacidad es común a todas, aunque lo que cada una considera ámbito de lo privado puede variar. El derecho a la privacidad estaba reconocido en la antigua Atenas. Aristóteles distinguía entre la polis, una esfera pública que correspondía a la vida de actividad política, y el oikos, un ámbito que correspondía a la vida privada. En la Inglaterra del siglo XVIII, en las Cortes, en casos relacionados con demandas inusuales sobre la propiedad privada fue donde se establecieron los primeros parámetros de lo que se convertiría en el derecho a la privacidad. La distinción público/privado también está reflejada por John Stuart Mill y John Locke.

En 1890 en Estados Unidos, Samuel Warren y Louis Brandeis publican un famoso ensayo llamado The Right to Privacy, que disparó un debate sistémico sobre el tema. Se enfocaban en la invasión de la privacidad que se comenzaba a experimentar a través de inventos recientes como la fotografía y la prensa. Warren y Brandeis citaban el derecho de no ser molestado o de no ser observado (the right to be let alone), y consideraban que una variedad de casos podían ser protegidos bajo un derecho más general a la privacidad, que abarcaría los pensamientos, sentimientos y emociones que pudieran ser compartidas con otros. Warren y Brandeis echaron los cimientos para un concepto de la privacidad que vino a ser conocido como el control sobre la información de uno mismo.

Una buena forma de categorizar los conceptos de privacidad es considerar todos los debates que existen en torno a ella:

  1. El derecho a no ser molestado
  2. La opción de limitar el acceso que otros tienen a la información personal de uno
  3. El secreto, o la opción de ocultar información a otros,
  4. El control sobre el uso que hacen otros de la información sobre uno mismo
  5. Los estados de privacidad: soledad, intimidad, anonimato y reserva
  6. La privacidad como ámbito de la persona (personeidad) y autonomía
  7. La privacidad como requisito para la identidad propia y el crecimiento personal
  8. La intimidad.

La escritura, la imprenta, y aún mucho más, la difusión a través de medios tecnológicos modernos hacen que empiece a haber mucha más información mediada. La privacidad ya se ha convertido en una preocupación y un derecho que debe ser defendido.

Big data

Los avances en desarrollos electrónicos, la multiplicación de la velocidad de procesadores, el abaratamiento del coste de sensores y la posibilidad de procesar grandes bases de datos han hecho que abunden los registros de casi cualquier tipo de datos, y que analizarlos con software ya no sea privativo de grandes corporaciones o gobiernos, sino que esté al alcance de casi cualquier persona o institución.

Los corpus de datos crecen rápidamente porque los datos son recolectados por un número creciente de dispositivos, que son cada vez más baratos y numerosos: móviles con sensores, dispositivos aéreos, registros automáticos de programas de computación (logs), cámaras, micrófonos, lectores de identificación de radiofrecuencias (RFID) y redes inalámbricas de sensores, entre otros. La capacidad mundial per capita de guardar información se ha multiplicado por dos aproximadamente cada 40 meses desde los años ochenta. En 2013 se estima que la cantidad total de información almacenada en el mundo es de alrededor de 1200 exabytes, de los que menos del 2% es no digital.

Cuando hablamos de lo que se puede hacer con estos datos, la escala es tan grande que los análisis permiten resultados que de ninguna manera podríamos obtener con muestras más pequeñas. Podríamos establecer una analogía con la nanotecnología: cuando se alcanza el nivel molecular, las propiedades físicas pueden alterarse. A la inversa, cuando aumentamos la escala de datos con los que trabajamos podemos hacer cosas nuevas que no eran posibles cuando trabajábamos con cantidades más pequeñas o con muestras que podían estar sesgadas.

Gracias al procesamiento de datos masivos hemos logrado decodificar el genoma humano. Algo que originalmente tomó 13 años y más de 3 mil millones de dólares para procesarlo, ahora puede ser logrado en menos de un día por menos de 1000 dólares. Estos avances permiten diagnosticar enfermedades incluso antes del nacimiento y abren nuevas puertas a la investigación del cáncer y otras enfermedades.

Hay otros casos de análisis de datos que nos hacen sentir un poco incómodos, sobre todo cuando vemos implicados nuestros datos personales. Un estudio presentado en marzo de este año por científicos de datos de Stanford mostró cómo solo los metadatos telefónicos podían arrojar una cantidad sorprendente de información sensible (como datos sobre la salud) de las personas. Se analizaron los registros de más de 250.000 llamadas y 1,2 millones de mensajes de texto de 800 voluntarios. Los investigadores pudieron inferir, por ejemplo, que una persona padecía una arritmia cardíaca, o que otra tenía en su casa un rifle semiautomático.

Edward Snowden

Es en este escenario de datos masivos en el que una mañana de junio de 2013, un exanalista de la NSA reveló al mundo la vigilancia masiva global sobre la ciudadanía por parte de la agencia estadounidense en cooperación con sus contrapartes de Australia, Reino Unido y Canadá.

El tipo de vigilancia revelado excedió todo lo que una mente conspiranoica podía imaginar, y confirmó no solo la recogida masiva de todo tipo de metadatos de comunicaciones electrónicas, sino también su contenido y la posibilidad de acceder a cualquier comunicación en cualquier momento. Edward Snowden publicó y sigue publicando miles de documentos internos de la NSA y la CIA que prueban sus revelaciones.

Snowden describió uno de los programas de la NSA diciendo: «Yo, sentado en mi escritorio, podría pinchar el teléfono de cualquiera, desde ti o tu contable, hasta un juez federal o incluso el presidente, si tuviera su email personal». Y eso solo con los teléfonos. Recordemos que la NSA tenía instalados accesos traseros (backdoors) en routers e incluso en los servidores de compañías que manejan los datos privados y las comunicaciones a diario en Internet de la mayoría de ciudadanos: Facebook, Google, Apple, Yahoo.

Las revelaciones de Snowden inauguraron una nueva etapa en la que Internet ha dejado de ser aquel espacio de anonimato y libertad de los comienzos. El llamado efecto Snowden tuvo impacto en lo político, pero, sobre todo, en lo económico. La falta de confianza en las compañías estadounidenses hizo que los usuarios se volcaran en firmas extranjeras. Daniel Castro, analista en la Information Technology and Innovation Foundation, estimó que la industria del cloud computing estadounidense podía perder 35 mil millones de dólares para 2016.

Las compañías tecnológicas comenzaron a sentir la presión de sus usuarios y entendieron rápidamente que debían ponerse de su lado si no querían perderlos: WhatsApp anunció el cifrado por defecto de todos sus chats, Google impulsó el HTTPS y otras funcionalidades de seguridad más para sus usuarios, así como una política de información para la privacidad en sus servicios, y la actualización del sistema operativo de Apple iOS 8 incluyó cifrado para todo lo que lleva adentro el teléfono.

Analistas de seguridad estiman que las empresas tecnológicas han invertido colectivamente millones o posiblemente miles de millones de dólares en desarrollos de última generación para el cifrado de los servicios de sus usuarios. La seguridad comenzó a ser una feature.

CCTV humana - Máscara de privacidad de Brett Wilde.

CCTV humana – Máscara de privacidad de Brett Wilde. No CCTV, CC-BY-NC 3.0.

Públicos por defecto

El debate seguridad nacional versus privacidad se reabrió, en un momento en que millones de personas hacen públicos sus datos en Internet y la cantidad de teléfonos móviles ha sobrepasado a la cantidad de personas en el planeta. Estamos en una época en la que somos públicos por defecto y privados a través del esfuerzo (la frase es de Dana Boyd).

Según encuestas hechas por el Pew Research Center, una gran mayoría piensa que los consumidores hemos perdido el control de nuestra información personal. Muchas personas han tomado una actitud de distancia ante el tema diciendo «que me espíen, yo no tengo nada que esconder». Ese argumento es falaz y ha sido introducido hace años ya por los dueños de algunas empresas que hacen dinero usando nuestros datos. Uno de ellos fue Mark Zuckerberg, cuando, tras hacer más permisivas por defecto las opciones de privacidad de Facebook, recibió una lluvia de críticas de usuarios enfadados, y declaró a The Guardian que la privacidad ya no era una «norma social».

El «no tengo nada que esconder» se desarma fácilmente con la respuesta que dio Snowden: «Argüir que no te importa el derecho a la privacidad porque no tienes nada que esconder no es diferente a declarar que no te importa la libertad de expresión porque no tienes nada que decir».

Glenn Greenwald explicó en una recomendadísima TED Talk que «es esencial para el ser humano tener un lugar donde podemos ser libres de los ojos juiciosos de otra persona», y la razón por la que buscamos esto ‒todos, no solo terroristas, todos nosotros‒ es porque todos tenemos cosas que esconder. Aquellas cosas que solo estamos dispuestos a decirle a nuestro médico o psicólogo o esposa, porque nos mortificaría que el resto del mundo lo supiera.

La libertad está muy relacionada con el derecho a la privacidad. Cuando estamos en un estado en el que sabemos que somos vigilados, nuestro comportamiento cambia drásticamente. La gama de opciones de actuación que consideramos cuando pensamos que nos observan se reduce severamente. Este hecho de la naturaleza humana ha sido reconocido en la ciencia social, en la literatura y en la religión. Hay docenas de estudios psicológicos que demuestran que solo porque una persona piense que está siendo observada, su comportamiento es enormemente más conformista y complaciente.

Muchos autores coinciden con el valor de la privacidad como prerrequisito para el desarrollo de un sentido de identidad propia y el desarrollo de la personalidad. Las barreras de la privacidad son instrumentales en este proceso, ya que definen los límites del yo.

Hay un consenso general en los investigadores en que la importancia de la privacidad está siempre justificada por los intereses que protege: información personal, espacio personal, elecciones personales, protección de la libertad y autonomía en una sociedad democrática.

La literatura más reciente ha extendido esta visión y ha enfocado el valor de la privacidad no solamente en los intereses individuales que protege, sino también en su irreductible valor social. Según Daniel Solove, el valor de la privacidad debería ser entendido en términos de su contribución a la sociedad. Solove sostiene que la privacidad promueve y alienta la autonomía moral de los ciudadanos, un requisito fundamental de una democracia. Una sociedad sin respeto por la privacidad de uno y de los demás se convierte en una sociedad asfixiante.

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