La geopolítica de Internet

El despliegue de los cables que permiten que la red sea global plantea cuestiones geopolíticas similares a las de los oleoductos.

Principales redes telegráficas (1875).

Principales redes telegráficas (1875). Fuente: Wikipedia.

Internet no es un ente abstracto que se mueve por el aire. Su funcionamiento está basado en una infraestructura física gigantesca que se extiende por el globo. El despliegue de los cables que permiten que la red sea global plantea cuestiones geopolíticas similares a las de los oleoductos. Conseguir una fuente de conectividad fiable se convierte en algo tan importante como garantizar el suministro de petróleo.

El 28 de marzo de 2011, los casi tres millones de habitantes de Armenia pasaron doce horas sin conexión a Internet. La sequía digital impuesta sobre los ciudadanos del país caucásico durante ese día no tuvo nada que ver con las acciones de un gobierno autoritario. Tampoco entraron en juego condiciones meteorológicas adversas. La causa de este fallo fue algo mucho más peregrino que eso. En una zona rural de Georgia, a quince kilómetros de la capital, Tbilisi, una mujer de 75 años cortó el cable que provee a Armenia de la mayor parte de su banda ancha con una sierra de mano. La abuela aseguró a los medios de comunicación que buscaba madera y que cortó ese cable por error. «Ni siquiera sé lo que es Internet», declaró a AFP tras el accidente.
La historia viajó por medios de comunicación de todo el mundo y llevó a primer plano algo que frecuentemente se ignora. A pesar de que avanzamos hacia una digitalización imparable, muchos siguen considerando Internet como algo que viaja por los aires. Mientras que es bien sabido que un vehículo se hace en una fábrica, hay quien sigue considerando la red como un ente intangible sin límites. Una noción equivocada que términos como la nube contribuyen a alimentar.

La realidad es que las entrañas de Internet tienen un componente físico importantísimo que en casos extremos puede verse afectado por el corte de un cable por parte de una pensionista en un país vecino. Al igual que el petróleo viaja por enormes oleoductos y barcos de carga, los datos se mueven por tubos que contienen fibra óptica que serpentean por el mundo para llevar un vídeo de YouTube a la pantalla de tu ordenador. Visualizar ese vídeo es posible gracias a que está almacenado en centros de datos llenos de servidores que actúan como discos duros de este contenido. La presencia física de estos lugares es considerable.

En el caso de Google, la compañía cuenta con trece centros de almacenaje. Entre ellos, Hamina Finlandia, una antigua fábrica de papel que la compañía convirtió en un centro de datos en 2009. Google lleva invertidos 350 millones de euros en las instalaciones, una inversión que recibirá una inyección de 450 millones de euros adicionales para agrandarlas. Para hacerse una idea de la envergadura del proyecto, estos trabajos convertirán a la compañía en el primer inversor extranjero en el país nórdico. Unas cifras acordes con el tamaño gigantesco de estos centros que ocupan decenas de miles de metros cuadrados. No son los únicos. Facebook, Microsoft y Amazon cuentan con instalaciones similares repartidas por el globo.

La visita a muchos de ellos llevó al periodista Andrew Blum a concluir que «la nube y cada una de sus partes son, en realidad, un sitio específico, una realidad obvia que resultaba extraña por la instantaneidad con la que nos comunicamos con estos lugares». El escritor pasó varios años siguiendo la huella física de Internet, una experiencia que plasmó en su libro Tubes que no deja lugar a dudas: «La Red está tan apegada a lugares físicos como las vías de tren o el sistema telefónico».

Tampoco la creciente utilización del teléfono móvil para acceder a Internet debería llevar a equívocos. La transferencia de datos que viaja por el aire tan solo representa una ínfima parte del viaje: el recorrido entre tu dispositivo y la antena más cercana. Ese receptor está conectado con los cables que mueven los datos en cables por el subsuelo y los fondos submarinos de los océanos y mares.

«Nunca tenemos en cuenta los cables. Esto es muy insensato. Las personas que usan Internet (o que realizan llamadas a larga distancia), pero que no saben nada sobre los cables son iguales a los millones de motoristas despreocupados que llenan el depósito de sus motos sin tomar en consideración cómo llegó la gasolina a la estación de servicio de la esquina», opinaba Neal Stephenson, en su artículo Mother Earth, Mother Board, escrito para Wired en 1996. El ensayo de 42.000 palabras, que se ha convertido en una pieza de culto, llevó al escritor a viajar por el mundo trazando la ruta del cable FLAG, una red de fibra óptica de 28.000 kilómetros de largo que entró en funcionamiento en 1999.

Durante el viaje, el intrépido periodista gonzo, que se hacía llamar «turista hacker», entrevistó a los ingenieros aventureros encargados de hacer realidad este ambicioso proyecto, uno de los más importantes del mundo.

«El sistema FLAG, la madre de todos los cables, empieza en Porthcurno (Inglaterra), sigue por Estepona (España); pasando por el estrecho de Gibraltar, llega hasta Palermo (Sicilia); continúa por el Mediterráneo hasta Alejandría y Port Said (Egipto); ya en tierra, cruza esas dos ciudades hasta Suez (Egipto). Sigue hacia abajo por el golfo de Suez y el mar Rojo, con una rama que se desvía a Yeda en Arabia Saudí; rodea la península arábiga hasta Dubai, el centro de operaciones de la red FLAG; de allí entra en el océano Índico hasta Mumbai, rodea la punta de India y entra en la bahía de Bengal hasta recaer en Ban Pak Bara (Tailandia), con una rama que baja a Penang (Malasia). Nuevamente por tierra, se desplaza por Tailandia a Songhkla; de allí sube por el mar del sur de China aterrizando en la isla de Lan Tau en Hong Kong; sube por la costa china, donde sale una rama hacia Shanghai y la otra a la isla Koje-do en Corea. Finalmente hay dos llegadas por separado a Japón, en Ninomiya y Miura, cada una propiedad de telefónicas rivales», detallaba el escritor estadounidense.

Como FLAG, se estima que existen centenares de cables submarinos en funcionamiento que cruzan distintos países. Una infraestructura vital para garantizar el funcionamiento de Internet (en el caso de Estados Unidos, el 95% de las comunicaciones con el exterior pasan por cables submarinos). A esto se añade la cantidad enorme de cables que se mueven sin cruzar fronteras.

La zona más complicada para las rutas de cable son las aguas con menos de mil metros de profundidad. En estas áreas los riesgos para su integridad física provienen de las anclas de los barcos, la mordida de un tiburón o el enredo de una red de pesca en el fondo marino. En otros casos el sabotaje puede entrar en juego, como ocurrió en marzo de este año cuando la policía egipcia arrestó a tres buceadores que cortaron el cable SEA ME WE 4 cerca de Alejandría. La acción de los buceadores ralentizó la conexión en el país africano y otras ciudades dependientes de este cable durante más de 24 horas.

Por esta razón se suele buscar lugares con poco tránsito para traer cables a tierra. «Casi nunca aterrizan en zonas industriales porque son áreas con mucho tránsito y excavaciones. También por factores geográficos. La industria suele asentarse cerca de los ríos, que traen corrientes, lo que es malo para los cables», explica Stephenson.

En el plano empresarial, no es raro que telefónicas que compiten entre sí en distintos mercados formen parte de un consorcio de una decena de empresas para poner en marcha un nuevo cable. De esta forma se hacen más asumibles los costes. Con estas inversiones se aseguran paquetes de capacidad para poder proporcionar la conexión que exigen sus clientes.

La geopolítica de los cables de Internet

Como se menciona al comienzo de este artículo, el incidente que dejó a Armenia sin Internet mostró la vulnerabilidad de la infraestructura en ese país. Si algo tan sencillo como una sierra de mano tiene la capacidad de anular tu red, tienes un serio problema. En el caso de sistemas más desarrollados como en Europa y Estados Unidos, existen tantas maneras diferentes para llegar del punto A al punto B, que ante un potencial incidente los datos tienen más posibilidades de encontrar rutas alternativas para llegar a su destino. Cuando salimos de territorios occidentales y entramos en zonas más conflictivas, la configuración de infraestructura digital toma un tamiz complejo, pero también muy interesante desde el punto de vista geopolítico.

«Todo lo que lees sobre geopolítica, esferas de influencia, tiene su vertiente en Internet y en cómo se estructura», aseguró James Cowie, CTO de Renesys, en una presentación en el Berkman Centre de Harvard. A modo de ejemplo, el experto en redes resalta la configuración de Internet en Oriente Medio.

«En el caso de Israel, rodeado de países enemigos, se ven obligados a depender de cables submarinos para conectarse con el exterior. Principalmente pasan por Chipre, Sicilia y Grecia para llegar a Europa y Estados Unidos».

Los territorios palestinos, según describe Cowie, reciben su conexión en parte de Israel y en parte de operadores europeos que entran por Jordania. La monarquía árabe, en cambio, está conectada con el resto del mundo a través de cables que pasan por Arabia Saudí y la rama del cable submarino FLAG que entra en el país por el puerto de Aqaba.

Líbano, que no tiene relaciones diplomáticas con Israel, hasta hace poco dependía casi exclusivamente de un cable que provenía de Chipre. En 2011, el cable I-ME-WE inaugurado en 2009 para conectar Francia e India construyó una rama submarina desde Alejandría hasta la ciudad costera de Trípoli en Líbano. «Esto les aportó un terabyte de capacidad y aligeró un sistema sobrecargado», explica Cowie.

A principios de noviembre se temió que la conexión a Internet del país mediterráneo sufriría graves problemas tras retrasos en el pago a la empresa que opera IMEWE. El 2 de noviembre, el ministerio de telecomunicaciones informó a la prensa que habían pagado los 3,2 millones de dólares que debían. El gobierno aseguró que, en caso de ser desconectados de la red IMEWE, tenían un plan B, que consistía en utilizar la conexión de otro cable submarino que recientemente se conectó con el país: el cable Alexandros. Conseguir una fuente fiable de conexión se convierte en algo tan importante como asegurarse fuentes de energía de lugares distintos para diversificar el riesgo.




En el caso de Turquía, su posición entre Asia y Europa, que tanta influencia le otorgó en el imperio otomano, vuelve a ser relevante en las telecomunicaciones.

Como dice Cowie, «los cables entre Europa y el país turco siguen caminos similares a las antiguas rutas de comercio». La pujanza diplomática del país se está viendo correspondida en las inversiones de empresas telefónicas como Turk Telekom y TurkCell, que están construyendo nuevas rutas de cable de fibra óptica hacia Irak, el Cáucaso y Arabia Saudí. «Se han dado cuenta de que potencialmente pueden llegar a ser un lugar clave para la exportación de Internet. Es una forma de aumentar su influencia respecto a sus países vecinos».

Por encima de todo, Cowie considera que prima el pragmatismo geopolítico a la hora de configurar las rutas de los cables. «La cuestión primordial es cómo conseguimos Internet más rápido, barato y seguro sin pasar por países que no nos gustan».

Estas mismas razones llevaron a los impulsores de FLAG a escoger rutas diversas para garantizar la resiliencia del cable. «Se busca la diversidad, un principio que dice que deberías tener múltiples rutas para que la ruta sea más robusta», según Stephenson.

Los locos del siglo XIX

El acceso a comunicaciones globales de alta calidad no sería posible sin el trabajo de los intrépidos emprendedores que a mediados del siglo xix construyeron los primeros cables submarinos que dieron pie a la revolución del telegrama. «Lo único que ha cambiado desde entonces es que el riesgo es menor, los procesos son más burocratizados y las personalidades son menos interesantes», dice Stephenson.

En aquel entonces, el margen de error era tan grande que en 1861 solo 5000 kilómetros de redes funcionaban del total de 17.500 kilómetros que se habían desplegado.

«El mundo en realidad ha estado conectado por cable con sistemas de comunicación digital durante más de un siglo y medio. Nada de lo que ha pasado recientemente se puede comparar con el impacto que tuvo el primer intercambio de mensajes por telegramas entre la reina Victoria de Inglaterra y el presidente Buchanan de Estados Unidos en 1858», añade el escritor.

La digitalización de la sociedad seguirá avanzando pero siempre respaldado por una infraestructura que no solo existe, sino que además tiene sus orígenes en los cables submarinos del siglo xix.

Red de conexiones de The Eastern Telegraph Company (1901).

Red de conexiones de The Eastern Telegraph Company (1901). Fuente: A.B.C. Telegraphic Code 5th Edition, Atlantic-cable.

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  • Domenico Fiormonte | 15 mayo 2016

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