Genealogía de una comunidad participativa: el fandom español

¿Cómo creció el fandom en España, donde los mass-media y la cultura de los medios, el consumismo, se desarrollaron bajo la dictadura?

Mercado de Sant Antoni, Barcelona. Foto: cortesía de Tristan Cardona,

Mercado de Sant Antoni, Barcelona. Foto: cortesía de Tristan Cardona, Blog La Canción de Tristán.

Los estudios de medios, en los últimos años, han mostrado un interés especial en cómo se ha desarrollado la cultura participativa. Una cultura en la que el espectador, el público, deja de ser pasivo, y, tal y como suena, participa. Puede participar opinando y comentando, pero también co-creando nuevos escenarios, narrativas, aportando ideas (incluso sin pedir permiso)… Ahora todo esto nos suena muy actual, pero, por este motivo, se ha observado con asiduidad el fandom, las comunidades de aficionados a la fantasía, la ciencia ficción y la cultura popular, con una tradición ya de ochenta años… en Estados Unidos. Pero, ¿y cómo fue en España, donde los mass-media y la cultura de los medios, el consumismo, se desarrollaron bajo la dictadura?

La actividad más notable del fandom español se remonta a partir de finales de los años sesenta. La aparición de fanzines como Dronte (1966, Luis Vigil), El fantástico (y científico) Torito Bravo (1966), Cuentatrás (1966, Carlos Buiza) y el auspiciado por la editorial Ferma Anticipación (Luis Vigil y Domingo Santos, 1966), es un signo notorio de ello. También del tímido asociacionismo, las primeras convenciones y encuentros de aficionados, y de la voluntad de crear revistas y colecciones hechas por fans, pensando en los fans, como la mítica Nueva Dimensión (1968 Luis Vigil, Domingo Santos et al.)

Antes de eso, los aficionados a la ciencia ficción y fantasía solo podían acceder a colecciones como la de Edhasa Nebulae, radionovelas como Diego Valor y cómics de fantasía y ciencia ficción pasados por un buen cedazo de censura para velar por la corrección moral de lo que llegaba a los más jóvenes (porque, en principio, hasta hace poco se ha considerado que estos géneros eran impropios de la adultez).

Vicenç Palomares confesaba que los fans de estos géneros o se conocían por casualidad, o se dedicaban a trabajos relacionados (editores de colecciones del género, viñetistas, críticos…) o, como comentaban otros, coincidían en alguna librería o quiosco pidiendo constantemente lo mismo. Más adelante, ya hacia los setenta y ochenta, los fans coincidirían en lugares donde se redistribuía material de segunda mano o restos de editorial, como el Mercado de Sant Antoni, o el Rastro de Madrid.

Está claro que la realidad social y económica de aquí no tenía nada que ver con la que vivían las auténticas clases medias de Estados Unidos, espacio del que siempre se toma el modelo de la cultura participativa de los fandoms. El intercambio de material, tímido e informal, era ciertamente la práctica más colaborativa que hubiéramos podido encontrar antes de los años sesenta.

La caída, en los últimos años de la década de los sesenta, de algunas de las colecciones de ciencia ficción como la de Edhasa, la crisis del tebeo clásico, la transformación económica del «desarrollismo» de la dictadura, y la conversión de la base militar norteamericana de Torrejón de Ardoz en una especie de hub extraoficial para Madrid desde donde se habían conseguido cómics originales de superhéroes [1] que no habían pasado el filtro de la censura y en la que se hacía difusión de cultura y subcultura estadounidense [2], todos estos factores (y bien mezclados con los factores negativos propiamente del régimen autoritario), impulsaron seguramente la chispa para que se generaran los fandoms.

Los fandoms españoles, durante su formación, pues, durante la época tardofranquista y principio de la transición, tuvieron que enfrentarse con un entorno diferente, una realidad diversa y una cultura popular más encorsetada, respecto a la del fandom que siempre pensamos.

En esta situación, durante 1966 aparecieron una serie de fanzines y revistas. Uno de ellos fue Anticipación. Esta revista, que contaba con el apoyo del editorial Ferma, en el quinto número chocó con la censura del régimen, que les obligó, por lo que cuenta la historia, a eliminar la sección de cartas de los lectores, elemento que comenzó a ayudar a estimular la cohesión entre los fans y que anteriormente ninguna otra revista impulsada por editoriales (y mucho menos catálogos) observaba.

En el séptimo número murió, pero, en diciembre de 1967, los mismos impulsores, Vigil y Santos, convocaron en Atocha (Madrid) a todos los fans posibles con la intención de debatir los contenidos y la estructura de lo que sería una de las más míticas revistas hecha por fans y pensada para los fans: Nueva Dimensión. Y en enero de 1968 publicaron el primer número, dividido en dos grandes secciones: Mañana, para los relatos, las viñetas y la poesía (españoles y extranjeros traducidos por ellos de manera más precisa que en otras publicaciones), y Hoy, para la sección de críticas y reseñas, y, evidentemente, la necesaria sección de cartas de los lectores.

Para inaugurar esta revista, ya con permisos, se organizó, en enero también, una convención pequeña en Madrid (la Minicon), y pocos días después un encuentro en Barcelona, para presentar este primer número.

Evidentemente, no hay que imaginar un intercambio exacerbado de cartas o de fanart, sino que, antes de Internet, como insisten también los aficionados de esta época, las cosas iban a otro ritmo, y no afectaba a la cohesión.

Es significativo también que, en 1968, tuvo lugar la primera edición del Festival de Cine Fantástico de Sitges (o I Semana Internacional de Cine Fantástico), con Paul Naschy invitado como protagonista, lo que creó otro espacio de encuentro para los aficionados al fantástico más decantados por el audiovisual, no necesariamente aficionados a la literatura. La inquietud de que no existiera ninguno sobre estos géneros alternativos del cine parece uno de los principales motivos por los que se impulsó.

Sin embargo, donde volvemos a ver más participación será en el nacimiento de la Convención Española de Ciencia Ficción (Hispacón es como la podemos conocer y se sigue haciendo) en diciembre de 1969, donde se realizaron presentaciones de literatura (una de Edhasa ) y mesas redondas, una exposición, una sesión cinematográfica y la representación de una obra teatral, Sodomáquina de Carlo Frabetti, en la que participaron, incluso, algunos aficionados voluntarios como extras. Y tuvieron también una interrupción de la policía por incumplimientos. La tercera edición de 1971 se celebró después del Festival de Sitges, con la colaboración de la Unión de Cineastas Amateurs.

Evidentemente, con la importación de la primera WorldCon en Europa en 1970 (la Heicon en Heidelberg), explosionaron estos modelos de convenciones de fans para fans en toda Europa, modelo hasta entonces desconocido (existían salones impulsados por editoriales hasta entonces) y algunos españoles se organizaban para ir, intercambiar conocimientos, fanzines y experiencias con otro fans de otros lugares.

En estos años, pues, tuvo sus altibajos y pequeñas censuras por medio. Se podría destacar especialmente el intento de publicar el relato satírico Gu Ta Gutarrak de la argentina Magdalena Mouján Otaño, en 1970, en Nueva Dimensión, que supuso un secuestro de la revista por parte de la administración. Pero, sin embargo, ya se había iniciado un proceso de dinamización muy potente, con más acciones y voluntades sumatorias más que menguantes. Conformaron un caldo de cultivo de muchísimas más iniciativas, y de ahí salieron nuevos escritores, viñetistas, editores, y una referencia para posteriores generaciones.

Si preguntamos a los aficionados que vivieron la era pre-Internet en España sobre cómo ha cambiado el fandom hoy en día en Cataluña y España, confiesan que hoy las cosas las tenemos fáciles para conseguir material, como, por ejemplo, ahora la fantasía y la ciencia ficción están tan aceptadas que tenemos una gran variedad de series, películas, cómics, videojuegos y fanart de calidad. O bien podemos encargar un libro descatalogado a una plataforma en línea de compraventa de segunda mano a una persona del otro extremo del mundo. Algunos consideran, incluso, que hay un exceso de información, o de oferta de merchandising, y el grado de asociacionismo se ha perdido un poco, o se ha «sustituido» a veces por grupos de Facebook o tweets efímeros que se producen cuando la serie comienza en la tele, donde las relaciones entre los participantes pueden ser más flojas y laxas, esporádicas y circunstanciales.

Cosplayers durante la presentación de "Danza de Dragones" con George R. R. Martin en el CCCB .

Cosplayers durante la presentación de «Danza de Dragones» con George R. R. Martin en el CCCB . Foto: Gloria Solsona, 2012.

Podemos aprender de esta historia que el contexto social y cultural puede favorecer o coartar, retrasar, que se generen comunidades participativas. Los medios técnicos son importantes, la gente termina utilizando los más accesibles y sencillos del momento, pero también lo es un marco legal y administrativo que permita las interacciones y co-creaciones. También es cierto que la escasez de material cultural (por ejemplo, encontrarse con material descaradamente censurado como ocurrió con algunos cómics de Marvel) puede motivar que la colaboración crezca entre todos para poder acceder a los bienes culturales anhelados.

Pero, sobre todo, un filón de cultura que haga realmente reflexionar, o que remueva algún sentimiento social, que invoque la aventura o la curiosidad, que toque una fibra sensible, que haga preguntas abiertas sobre la incertidumbre del futuro o sobre la capacidad humana de solucionar conflictos, y que a veces también inspire valores humanos, al que añadir una resistencia, una oposición o a veces un cierto ataque a este filón cultural, esto es lo que genera la fuerte implicación y el compromiso por parte de una comunidad de personas. Ni tecnologías ni ningún otro factor lo hacen, solo lo facilitarán.


[1] Como me hizo constar el viñetista y divulgador Cels Piñol.

[2] Orihuela, A. Poesía, pop y contracultura en España. Ed. Berenice, 2013, p. 171.

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