Fuera de línea

Proponemos a varios autores una aproximación libre, textual y sin enlaces a la idea de desconexión y adicción tecnológica.

Niño en un columpio. Caldwell, Idaho, 1941

Niño en un columpio. Caldwell, Idaho, 1941 | Russell Lee, Library of Congress | Dominio público

En el año 2012, el periodista especializado en tecnología Paul Miller se desconectó de Internet durante un año. En aquel momento a algunos nos pareció una exageración: estábamos en pleno apogeo del momento 2.0 y de la exaltación de la inteligencia colectiva. Casi una década después ya hemos descubierto las luces y las sombras de la red, y se impone la crítica de la parte más oscura del capitalismo cognitivo y la economía de la atención. Así que, inspirados por la posible (o imposible) desconexión, hemos pedido a ochocolaboradores su opinión sobre el tema. Estos textos han servido para alimentar una red neuronal que también ha generado su propia respuesta.

  1. Muertos vivientes, de Anna Pacheco
  2. Estar conectado o desconectar, de Efraín Foglia
  3. Brevísima guía para una dieta digital saludable, de Felipe G. Gil
  4. Pájaro, dios, nube, de Irene Solà
  5. Reconectar, de Jorge Carrión
  6. B-I, de Libby Heaney
  7. Des…, de Liliana Arroyo
  8. El peso falso, de Maria Cabrera Callís
  9. El Mal Alumne, de Estampa

 

Muertos vivientes

Anna Pacheco

¿Qué pasa cuando alguien que está muerto abandona un grupo de WhatsApp? ¿Qué mecanismo se activa? ¿Qué tipo tristeza (una nueva, seguro) acompaña necesariamente la idea de que alguien que no está se marche activamente de un lugar que solo existe virtualmente? La lógica nos lleva a pensar que un muerto abandona un grupo cuando un vivo le da de baja de su línea telefónica. Y pueden pasar meses, hasta que los vivos se reponen del susto y del miedo por la ausencia del ser querido. En mi caso pasaron cuatro meses y cuando sucedió, el impacto fue gravísimo. Nos enteramos por ese texto estandarizado que aparece para informarte de que tal persona ha abandonado tal grupo. La mayoría no atinamos a responder ni a reaccionar, ni con palabras ni con símbolos. Solo una persona se animó a contestar con el emoticono al que le sobresale una lagrimilla + el corazón partido. El gesto era comprensible, pero el conjunto resultaba bastante vulgar. Nadie dijo nada más ni tampoco pudo mejorarlo. El momento se barrió al cabo de veinte minutos con un tema más o menos casual. Alguien dijo «no encuentro las llaves de mi moto» o algo así. Otro alguien compartió, luego, el enlace de una noticia y la imagen de un plato de comida. Me generó un nuevo dolor. Otro impulso más o menos natural es desplazarte a todos los espacios virtuales donde el muerto sigue vivo, a su manera. 450 fotos en Instagram, 150 tuits, el historial de conversación de Facebook donde la persona te contaba cosas. A esos espacios virtuales y ahora funerarios vuelvo cada vez que pienso en el muerto, que es más o menos cada día. Vuelvo con una fe renovada y la honda tristeza de saber que siempre encontraré algo nuevo, algo que me había perdido, algo que no sabía: tengo la necesidad de recopilar toda la información de alguien que ya no generará más. Sus datos públicos son valiosos porque son, para mí, una conexión inmediata con lo vivo.

 

Estar conectado o desconectar

Efraín Foglia

El capitalismo se perfecciona para que cada conexión a la Red produzca activos. Cada clic genera valor. Internet se convierte en un organismo tecno-biológico extractivista de la vida. La Red nos muestra su oscuridad y perversión. El odio se multiplica en las redes y los ataques de racismo y supremacismo crecen. Todo invita a desconectarse. La desconexión a Internet debe ser un derecho fundamental.

Lo que no se puede olvidar es que la Red no era de ellos, de los infames. Desconectar por miedo es como perder una calle de la ciudad por la que ya no quieres caminar por ser violenta. Es un trozo perdido de la ciudad por el que no se luchó. Hay personas que han luchado para que no seamos expulsados de la Red y para que sea un lugar más justo. Ahora el injusto poder los desconecta de la vida. Toca decidir: seguir conectados en resistencia o desconectar. «Lo que yo amo es la conexión, y es eso en lo que más creo: la conexión humana y las tecnologías con las que se alcanza.» Edward Snowden (2019). #PermanentRecord #FreeAssange

 

Brevísima guía para una dieta digital saludable

Felipe G. Gil

Se habla mucho acerca de la toxicidad de las redes sociales e Internet cuando pensamos en el uso que hacemos de la tecnología. Hay dos metáforas muy mundanas que a mi me sirven para articular una relación sana con Internet. La primera es la del cuchillo.

Un cuchillo es una herramienta necesaria en una cocina. Es necesario para trocear los alimentos, para hacerlos accesibles para poder ingerirlos. Pero un cuchillo puede cortar. Puede servir incluso para matar a una persona. Por eso creo que es importante empezar a diferenciar el uso que hacemos de una herramienta de la herramienta per se. La herramienta está aquí y ha venido para quedarse. Lo que tenemos que debatir es qué uso hacemos de ella. Y en ese sentido, todos los usos que sirvan no para hacer daño sino para facilitarnos la vida, para defender valores que son universales como la equidad, la diversidad, etc.,son los que tenemos que favorecer. Internet es un cuchillo que debemos usar para cortar racismo, machismo, xenofobia, etc.

La otra analogía que me sirve mucho es la del riego. En muchas ocasiones se piensa en términos absolutos nuestra relación con las redes: estar o no estar conectados. Nadie riega una planta con más agua de la que necesita al día porque también puede ser nocivo. Con Internet y el uso que hacemos de la tecnología sucede lo mismo: un riego constante y contenido puede ser más saludable que la sequía más absoluta o el exceso de agua. No debe dejar de fomentarse la desconexión temporal o el uso controlado. Pero creo que hay que encontrar un equilibrio entre hiperconectarse y hacer que nuestra identidad dependa por completo de las redes e Internet (exceso de agua) o desconectarse por completo y generar un desapego que puede ser antinatural (sequía absoluta).

 

Pájaro, dios, nube

Irene Solà

Se podrían defender encarnizadamente las problemáticas que van de la mano de las posibilidades de ser prácticamente en todos lados, de saberlo prácticamente todo, de responder, instantáneamente, también superficialmente, cualquier duda, de saciar todas las curiosidades, de establecer conexiones con una infinidad de puntos. Podríamos hablar de las consecuencias desastrosas que esto puede conllevar en cuanto a nuestra capacidad de concentración, de profundización, de pensamiento crítico, incluso de empatía. Pero no he entrado en este jardín para meterme en estos zarzales, sino para comentar, como quien recoge moras sin apenas rasguñarse, que, a escala personal y sobretodo creativa, esta herramienta todo sabedora y todopoderosa, no filtrada, unificadora de todo y desunificadora a la par, omnipresente, adictiva y asediadora, con sus profundísimas oscuridades, que es Internet, resulta clave. Clave para algunos creadores. No para todos, claro está. Pero para mí, por ejemplo, sí. Porque nada de lo que escribo sería como es si no lo escribiera hoy, en este siglo, con un ordenador delante que, como un oráculo, como una bola mágica, como un espejo de agua, me muestra todo lo que quiero ver, me sacia la primera sed con una respuesta, una imagen, un sonido, un video, la capacidad momentánea de ser pájaro, dios, nube, de, por un instante, ver, entender, saber lo que no sé, lo que no aprendí, lo que olvidé, lo que no he visto ni vivido aún. Y me doy cuenta de que si usara métodos no digitales, tardaría días, semanas en recopilar todo lo que quiero saber ahora, mientras escribo, en ir y volver de la biblioteca o la librería, en conocer a ciertas personas, en hacer preguntas en voz alta, en ver con mis propios ojos como se hace un queso o como nacen los niños (aunque, de todas formas, estaría bien que las hiciera, viera y preguntara, todas estas cosas, eventualmente). Pero que, sin duda alguna, escribo como escribo por las posibilidades de acceso a la información desbordante, instantánea y desgarbada que Internet ofrece.

 

Reconectar

Jorge Carrión

El teléfono móvil lo puedes dejar sobre un mueble o cargándose o en casa; el reloj, la pulsera o la ropa sensorizados son menos externos, se insieren en la proximidad del individuo, cuando no en su intimidad. Mientras que el Internet de las cosas se perfila como una atmósfera inmersiva, envolvente, la variante vestible está pensada como una segunda piel. El sistema de la conexión va estrechando sus burbujas: es un asedio en toda regla.

Solamente desnudos, volando o dormidos nos desconectamos completamente. En la ducha, en la piscina, en el mar, en los aviones y en la cama. Pero esos espacios también van a ser asimilados con el tiempo, monitorizados, convertidos en datos. Porque de eso se trata: de medir y escanear todas y cada una de las actividades humanas.

Para luchar, aunque sea simbólicamente, contra esa expansión brutal del biocontrol geolocalizado, supongo que pronto se irán imponiendo protocolos de desconexión, por motivos políticos y también por razones higiénicas, de salud mental. Al menos durante un tiempo, mientras sea posible. Porque me parece obvio que el futuro es híbrido: cuando los sensores estén en el interior de los cuerpos ya no habrá modo de dejar de emitir datos las veinticuatro horas del día y en todos los entornos, urbanos o naturales. O tal vez sí. La historia del futuro es una sucesión de constataciones de que nuestras predicciones eran equivocadas.

Me doy cuenta ahora de que entre 2007 y 2012 escribí sobre todo acerca de la pantalla (en novelas como Los muertos y ensayos como Teleshakespeare) y que desde 2012 hasta ahora he escrito, en cambio, sobre el papel (Librerías, Barcelona. Libro de los pasajes, Contra Amazon). No creo que sea casual que esta última etapa haya coincidido con mi paternidad. Porque de eso se trata: de desconectarnos para reconectarnos. Con los cuerpos, con lo físico, con la primera piel.

 

B-I

Libby Heaney

(Todas las frases que siguen son cosas que la gente dijo en britbot, mi chatbot virtual que explora la britanicidad, y todas aparecen en mi libro B-X. Las elegí porque me parece que tienen relación con los temas anteriormente anunciados. La ortografía / puntuación / gramática no es mía.)

Porque forma menos parte de la sociedad. Tipos estrafalarios que opinan sobre cuerpos de mujeres, como siempre. Crear vínculos afectivos. Centrarse menos en las tetas al aire y más en temas como el cambio climático. ¿Puedo empezar de cero?

El colonialismo también ha jodido el planeta Mierda! Cada uno se toma el derecho penal por su cuenta sí Autolesión y ciber daños Lugar en decadencia Desarrollo de nuevas tecnologías que beneficien nuestra economía. Desconectados. ¿Te gustan mis algoritmos? ¿Vives experiencias? Igualdad salarial básica, e igualdad de tiempo de conexión La gente cada vez tenía más conocimientos y oportunidades Exacto tío Agotador Fantástico! Un enorme montón de enormes hembras No es para mí. Desde el principio desde el primer momento de su existencia Generalmente desagradable a la vista Bueno como nuevos desacuerdos en la vida en general pero no es muy realista ¡Buenas historias nuevas, hechos de la vida real y crowfunding! ¡Bien! Se han hecho mayores, más ricos y más iguales en cierto modo. ¡Los que van a matar lo odian! No tienen TV. Tiene unos cuantos programas en lenguas extranjeras que se emiten por Netflix Yo ya no miro la tele. Es un imbécil. Era un asediador incansable. Qué aburrimiento. Yo no acusé a nadie. Me encanta estar al aire libre y los pedos que me tiro. Me parece que no me escuchas 😉 Pienso que hay una variedad increíble de

 

Des…

Liliana Arroyo

conectar. Apagar la luz, bajar la música, salir del escaparate, huir del ruido. Alejar para enchufar. No me busques, no me encuentro. Ojos cerrados al bombardeo. Bip, bip, bop. 1456 notificaciones, y subiendo. Seguir, dejar de seguir. Me gusta. Me encanta. Te aplaudo. Me enfada. Y sigo tirando hacia abajo, más abajo. No termina, yo pienso. Sigo con el scroll, sin querer. Es eterno, yo creo. Pasó media hora, una hora, una tarde… Basta. Voy a dejar de mirar.

Pantalla apagada, noche oscura. Tengo que subir algo. Vamos, piensa. Algo que lo pete. Ya lo tengo: selfie #52 de la sesión casual. Con filtros. Naturales, por supuesto. Y esa etiqueta trendy para mi post original. Igual que los otros dos millones. Singularidad compartida, colección de genuinidades. Posteo, luego existo. Uf, colgado. ¿Ya está? Sí. Empieza la espiral.

Salgo, cuento hasta diez. Dejo espacio… reacciones, ¡venid! Segundos de abismo. Los lleno con temor. Miedo al silencio. Pavor a ser invisible. En mi cabeza retumba la angustia de la espera.  FOMO. FOMO. FOMO. Respiro, voy a entrar. Quiero likes… voy. Entro. Notificaciones, sí! Dopamina subiendo. Van 10, 30, 50, 200. Tormenta de likes. Pero… Oh, wait! ¿Dónde está mi crush?

 

El peso falso

Maria Cabrera Callís

El peso falso
con el que hinchas las ventas
luce, encima de la balanza,
como un diente de oro
en una boca enferma.

El peso falso que engordaba el engaño en la compra-venta, que estafaba a los clientes que volvían a sus casas más pobres, más sucios y más reducidos por el miedo y la injusticia de no saber ni de números ni de letra, ese peso falso que lucía, mudo y soberbio, encumbrado en la balanza, hoy nos lo hacemos nosotros mismos, trabajando abnegadamente para fabricarnos la sonrisa cosida en la cara y el lecho de paja sobre el que nos tumbamos, satisfechos después de la jornada, lasos, mansos y activamente ignorantes, para que nos chafe con su vientre de hierro.

Todo lo que no está
o que un día se perdió
se hincha y crece se hincha y crece
como un pez muerto
flotando en el agua
hasta convertirse
en la única verdad posible.

El dato falso que nos crece por dentro, tenaz y subcutáneo, ciego y testarudo como un topo, escarbando hasta convertirse en la única vena transitable, el único tejido, el único lenguaje. El cielo estará lleno de estrellas, sí, pero vuela más bajo que nunca, abultado de vientre, a ras de tierra, al alcance de cualquier red. La verdad es un bitcoin que ya no suena en los bolsillos.

 

El Mal Alumne

Estampa

El Mal Alumne es una red neuronal de aprendizaje profundo de Estampa, a quien entrenamos con todos los textos del blog en catalán, más todos los textos que los anteriores autores escribieron a propósito de esta serie. Este fue el resultado.

Debemos desconectarnos de las redes sociales y desconectarnos del día con aire acondicionado. Los datos se publican en una atmósfera inmersiva, instantánea y perfiladora. Cada clic se trocea de la conexión. Los clics se desbordan los unos a los otros y los adultos empiezan a disolverse en la electricidad. Pero pueden tardar meses, resistir.

Internet tiene, cual espejo negro, nuestra capacidad de concentración y proximidad. La red es un centro de datos, un lugar de datos, un lugar o un tobogán, en el que la relación personal y colectiva se genera en poco tiempo y el sistema se coloca encima de la mesa. Internet es un montaje de uno mismo: una infinidad de kilómetros y más metros de mí. Y no he bajado del todo.

El silencio es un tema clave y no es muy realista. El silencio es un instante y después una conciencia. Un tipo de silencio. Un silencio que va de cuatro a doscientas personas. Un silencio, silencio. Pero silencio.

Un día sin Internet es el anonimato. Es necesario para desconectarse de él. Empieza la ceremonia.

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