El dadaísmo en William Kentridge

El absurdo, la paradoja o el humor son algunos de los vínculos entre la obra del artista sudafricano y el movimiento dadá.

Dibujo de la película Other Faces, 2011. William Kentridge | Carbón vegetal y lápiz sobre collage de papel, 72 x 79 cm | Cortesía del artista

Dibujo de la película Other Faces, 2011. William Kentridge | Carbón vegetal y lápiz sobre collage de papel, 72 x 79 cm | Cortesía del artista

El corpus artístico del creador sudafricano William Kentridge está atravesado por una fuerte influencia dadaísta. En su trabajo reverberan ecos surrealistas que acentúan la irracionalidad del conflicto y la guerra, la sinrazón de la opresión y la obstinación de la memoria. El peso político de su obra refleja una sociedad cargada de violencia y absurdo, donde la demencial lógica del apartheid conecta con la excentricidad dadá. El collage, el vodevil y la fragmentación o ruptura del discurso son los recursos que comparte con el movimiento más transgresor del siglo XX.

Desde su incursión en la escena del arte internacional a finales de los años ochenta con Drawings for Projection, Kentridge es conocido tanto por sus dibujos con carboncillo como por sus multidisciplinares instalaciones y performances en las que combina imagen, sonido, música y elementos teatrales, así como por su trabajo como director de arte para ópera y teatro. Pero si hay un elemento que define la trayectoria artística de William Kentridge, es el collage, por su manera de entrelazar la creación artística y la narración histórica de forma orgánica, la deconstrucción del relato y el uso de diferentes disciplinas y técnicas.

Sus dibujos al carboncillo, imperfectos y provisionales, replican la verdadera naturaleza de una sociedad brutalizada, las contradicciones y la sinrazón que le rodean. Fragmentarios e incompletos, tanto en ejecución como en su sentido narrativo, los trazos rápidos en carbón grueso rehúyen cualquier naturalismo. Esta falta de determinación es un rechazo consciente hacia la fórmula cerrada, tanto narrativa como formal. Una feliz incoherencia que tiende una mano al lenguaje dadaísta que Kentridge siempre ha reconocido como propio.

La obra de Kentridge oscila entre la «ambigüedad, la contradicción, los gestos inacabados y la incertidumbre». Su manera de aproximarse a la creación de la obra es desde lo inconsciente y lo no planificado. La idea surge de una imagen o de un sueño, de ahí su naturaleza poética no-lineal, su narración libre e hipnótica y su pátina neo-expresionista que apela a un inconsciente colectivo que trasciende el conflicto sudafricano. Drawings for Projection surge de forma casi accidental, en pleno estado de emergencia, fruto del boicot y la violencia endémica del sistema.

Volviendo al collage, este ha sido para Kentridge un vehículo para articular la sensación de conflicto que persigue sus temas. Un lenguaje que le sirve para aunar historia (la sudafricana y la historia en general) con historia del arte, sobre todo con los movimientos de principios del siglo XX. Sus obras son una exploración de la condición humana que supera las barreras culturales, en las que la historia se entiende no como una narración lineal sino como una consecución de acontecimientos que afectan unos a otros. Un ensamblaje donde lo político aparece como un tema fundamental, pero que tiende a lo ambiguo, a lo fragmentario y a lo partidista. El lenguaje dadaísta se convierte en elemento clave para entender y describir lo absurdo e inconexo de la realidad e intentar crear un relato basado en algo totalmente irracional e incomprensible. El lenguaje crea sentido, nos permite entender el mundo y a nosotros mismos. La extravagante poética dadaísta traza los límites del discurso y descubre la habilidad de revelar la falta de coherencia en la narración histórica y en el propio lenguaje.

Streets of the City, 2009. William Kentridge y The Stephens Tapestry Studio | Cortesía del artista y Goodman Gallery, Johannesburgo

Streets of the City, 2009. William Kentridge y The Stephens Tapestry Studio | Cortesía del artista y Goodman Gallery, Johannesburgo

Quizá la mejor definición de dadaísmo la ofreció Greil Marcus en su inconmensurable Rastros de carmín (Anagrama, 1993): el dadaísmo «fue una broma instalándose finalmente en las enciclopedias». Nacido en la Suiza neutral en plena Primera Guerra Mundial, en el Cabaret Voltaire de la mano de Hugo Ball y Emmy Hennings, dadá fue un ataque frontal a las tradiciones tanto artísticas como políticas que se extendió por el mundo como «un microbio virgen», tal como apostilló el también dadaísta Tristan Tzara.

Según Jed Rasula, dadá fue «una guerra de guerrillas cultural que estalló en medio de una guerra oficial, catastrófica, oficiosa y obtusa». Ezra Pound entendió que «la imparcialidad no tenía sentido en un mundo que se había vuelto loco» (Jed Rasula. Dadá. El cambio radical del siglo XX. Anagrama, 2016) y, a pesar de que fueron los dadaístas quienes cargaron con la etiqueta de nihilistas en lugar de los instigadores y ejecutores de la violencia real, la expresión artística surgida del pequeño cabaret era la única manera de reaccionar contra la locura de la Gran Guerra.

La importancia del dadaísmo en el trabajo de William Kentridge ha sido fundamental. Dadá supone una ruptura jerárquica entre las artes, la estética y la política. Kentridge adoptó rápidamente su léxico artístico, basado en la paradoja, el sinsentido y el humor. La impredecibilidad de su obra y el proceso de creación, donde la imagen surge sin ninguna idea preconcebida, así como su lenguaje formal con una estética cruda que tiende a la inconexión y al absurdo, son puntos de unión fundamentales con el movimiento.

Son numerosas las obras que se ven atravesadas por esta excéntrica influencia. Una de sus primeras experiencias teatrales fue la performance/videoinstalación I Am Not Me, The Horse is Not Mine (2008), que surge como trabajo preparatorio a la adaptación de la ópera de Shostakóvich La nariz, basada en un relato de Nikolái Gogol, y que Kentridge llevará a los escenarios del Metropolitan de Nueva York en 2010. Kentridge convierte la historia de Kovaliov, un funcionario de la Rusia zarista que se levanta un buen día sin nariz, en una exploración de lo irracional en la literatura y en el arte. Una historia donde la dignidad humana es vilipendiada y lo absurdo se convierte en la «única forma de describir el desmoronamiento de la lógica y la racionalidad».

En Lulu (2016), la adaptación de la obra de Alban Berg para la English National Opera que dirige en colaboración con el compositor Philip Miller, Kentridge incluye sus característicos y expresivos dibujos al carboncillo pero también tiene una fuerte presencia la voz humana como elemento performativo; una mezcla de «Dadá y cabaret».

Sin embargo, la influencia más directa y descarada se puede apreciar en dos de sus últimos trabajos. Por un lado, Ursonate, la performance comisariada por South Africa Pavilion Without Walls para Performa 17 en Harlem Parish (Nueva York, 2017) y, por otro, The Head and the Load, su gran instalación en la sala de turbinas de la Tate Modern (Londres, 2018).

William Kentridge. The Head & the Load | 14-18 NOW

Ursonate (‘Sonata primigenia’) fue escrito por Kurt Schwitters entre 1922 y 1932. Schwitters, dadaísta alemán, compuso este poema a base de bufidos, silbidos, trinos, gorgoritos, fonemas sueltos y sonidos incomprensibles. Kentridge descubrió a los dadaístas en 1970 a través del libro de Hans Richter Dada: Art and Anti-Art (Thames & Hudson, 1965). El clima social y político sudafricano en aquella época estaba cargado de violencia, opresión y una desigualdad tan extrema que rayaba la sinrazón; un sistema basado en la segregación racial donde lo disparatado acaba formando parte del día a día. Los gestos arrebatados y la lógica retorcida de dadá parecían encajar a la perfección como expresión de crítica política.

Para su performance en Nueva York, Kentridge utilizó su habilidad como actor para captar la atención del público, que comulgó con un repertorio de sonidos inconexos y gestos enfáticos carentes de sentido. «Si uno escucha la brecha entre el discurso político de hoy y el mundo que trata de describir», comentó el artista para ARTNews, «entonces uno entiende que lo único que tiene sentido es la falta de sentido que encontramos en Ursonate, es decir, el esfuerzo que hacemos en tratar de dar un significado a las palabras que conforman nuestra realidad». Una reflexión que también hace alusión a un momento concreto en la historia de la reconciliación sudafricana post-apartheid, en el que la construcción de un nuevo lenguaje era esencial para la creación de una nueva realidad.

A la dinámica lectura le acompaña un montaje a gran velocidad de imágenes con sus característicos trazos de carbón, fragmentos de páginas sacadas de enciclopedias, pedazos narrativos que evocan la revuelta de Soweto en 1976, personajes y objetos que marchan y hasta una caricatura del propio artista. Todo ello haciendo referencia a la deconstrucción estética dadaísta y a la irracionalidad que funciona aquí como clave para entender el mundo y que acota los límites de lo racional.

Muchos de los elementos que utilizó para Ursonate están claramente reflejados en The Head and the Load, posiblemente su obra más ambiciosa. Esta pieza –parte instalación, parte producción teatral– combina música, danza, proyecciones, esculturas mecanizadas y juego de sombras, hasta crear un paisaje épico a gran escala que conmemora a los dos millones de africanos masacrados en la Primera Guerra Mundial por sus amos coloniales; la historia de hombres, mujeres y niños que participaron en la guerra como porteadores, tratados poco menos que como animales por los ejércitos británico, francés y alemán.

Kentridge utiliza aquí el lenguaje como «vehículo de incoherencia» que visibiliza, junto a la falta de comunicación, las principales paradojas de la cuestión colonial. En este tragicómico collage de disciplinas artísticas se recitan textos en varias lenguas europeas y también en suazi y zulú, creando una polifonía en ocasiones ininteligible que sumerge al público en un estado de perplejidad y desconcierto, similar al inspirado por Ursonate. Otro elemento esencial de esta pieza que proviene del lenguaje dadaísta es la utilización de frisos en movimiento o marchas, bien de objetos, bien de personajes. En este caso son figuras y actores con abultadas cargas sobre sus cabezas que proyectan gigantescas sombras en un fondo de dibujos al carbón animados. Las procesiones también aparecen en Drawings for Projection o en More Sweetly Play the Dance a modo de danza macabra que actúan en contraposición a los heroicos desfiles militares. Estos cortejos son provisionales e incompletos, formados por gente variopinta y corriente, personajes en los márgenes que forman parte de la historia como narración no hegemónica, la que se crea en las periferias, fragmentada y desmembrada como un collage, como un vodevil dadaísta.

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