El aprendizaje en la red (I). Usos y dilemas

¿Es la red un entorno seguro para los adolescentes? ¿Cuándo pasa un uso a ser excesivo? ¿Cuál es la línea que separa la dispersión de la capacidad multitarea?

Illustración dentro String Figures and How to Make Them, de Caroline Furness Jayne (1906).

Illustración dentro String Figures and How to Make Them, de Caroline Furness Jayne (1906). Fuente: Wikipedia.

Todo cuanto se entiende por Internet 2.0 –las redes sociales, básicamente– se ha convertido en una revolución de las prácticas de relación, comunicación, investigación y producción de información, así como de gestión de nuestra identidad y cotidianidad. La irrupción de los smartphones y la universalización de Internet han condicionado muchos aspectos de nuestras vidas, así como la de niños y adolescentes, que a menudo son objeto de preocupaciones razonables. Por un lado, se nos presentan nuevas formas de relacionarnos y exponernos socialmente, y por otro, se modifican procesos troncales de nuestro funcionamiento tanto respecto a la vertiente individual como en nuestra condición comunitaria. Si bien es cierto que en entornos adultos y profesionales nadie pone en duda las ventajas y oportunidades que brinda este nuevo escenario, cuando se trata de niños y adolescentes nos asaltan muchas preocupaciones: ¿es la red un entorno seguro? ¿Cuándo pasa un uso de ser moderadamente alto a ser excesivo y, por lo tanto, perjudicial? ¿Cuál es la delgada línea que separa la dispersión de la capacidad multitarea? Y muchas más. En la primera parte de este artículo, nos proponemos abordar con qué problemas podemos encontrarnos.

El final del siglo pasado y lo que llevamos del actual se están convirtiendo, sin duda, en una época de revoluciones tecnológicas. El uso civil de Internet es un fenómeno relativamente nuevo, con poco menos de dos décadas, pero ya muy interiorizado en nuestras pautas de funcionamiento y socialización. La Aldea Global presentada por McLuhan en The Medium is the Message (1967) se convierte, ahora más que nunca, en una referencia de trabajo. Si a finales del siglo pasado la psicóloga Sherry Turkle en Life on the Screen (1995) planteaba los cambios que propondría Internet no solo respecto a la comunicación, sino en otros aspectos básicos de nuestra persona (identidad, relaciones, etc.), sus palabras han quedado desfasadas en poco tiempo. Ello evidencia la velocidad de esta irrupción y el avance en sus formas de presentación y desarrollo, una rapidez que a menudo dificulta poder detenerse a pensar sobre sus formas de empleo.

Las innovaciones tecnológicas siempre generan nuevos escenarios, sobre los que planean diferentes visiones. La resistencia al cambio es un elemento característico ante cualquier revolución cultural y comunicativa, y en la actualidad estamos viviendo una que es muy importante. Cristina Sáez explicaba en este blog que la escritura ya provocó preocupaciones en Platón (afirmaba que perderíamos la capacidad de pensar al tenerlo todo redactado) o que la invención de la imprenta supuso un avance mágico para el conocimiento que ciertas elites se resistieron a aceptar (la expansión y reproducción de la cultura inventada por Gutenberg pusieron en entredicho ciertas hegemonías culturales). En el artículo del Pew Internet Research Millennials will benefit and suffer due to their hyperconnected lives (2012), se recogían visiones de futuro de varios expertos que evidenciaban dos posturas claramente enfrentadas: la más optimista que enaltecía las nuevas oportunidades que surgían y otra más pesimista y crítica ante los posibles problemas que todo ello podría provocar. Hay que añadir que nativos e inmigrantes digitales convivimos y leemos en los mismos espacios, pero con puntos de partida diferentes. Antes de centrarnos en las problemáticas, sin embargo, hay que aclarar dos puntos importantes.

En primer lugar, hay que ir con cuidado con la tendencia a construir problemas a partir de nuevas categorías como nomophobia, sexting, bullying, phubbing, grooming y toda una serie de nuevos términos. Y no debemos caer malintencionadamente en el error de pensar que determinadas lacras sociales son consecuencia de la irrupción de Internet en estos últimos años evitando atender la cuestión estructural que hace años que arrastramos. Por ejemplo, las posibles relaciones de control entre adolescentes constituyen un tema que se arrastra de hace años y con el que ahora chocamos de frente. Y no precisamente por culpa del doble check. Confundir el sentido de los medios es como llegar a la cumbre sin valorar el recorrido que nos ha llevado a ella.

Photo: Paul Wash.

Photo: Paul Wash.

En segundo lugar, el mundo que rodea a niños, adolescentes y jóvenes tiende a priorizar, inicialmente, respuestas de control ante cualquier proceso de cambio o nueva práctica de relación social. Es probable que a los profesionales que trabajamos con adolescentes y jóvenes nos resulte inicialmente más fácil formular un discurso repleto de normas, regulaciones y restricciones antes que adentrarnos en un mundo nuevo. Tal y como comenta Jaume Funes, «siempre comenzamos buscando una manera de inhabilitar todo aquello que nos desborda o hace que se tambalee nuestro edificio pedagógico y didáctico». Hay que tener presente que la mayoría de controles no es que no sean útiles, sino que son difícilmente aplicables, por no decir imposibles. El sociólogo Manuel Castells no se cansa de repetir que las ventajas de esta revolución superan con creces sus inconvenientes: aumenta la sociabilidad, y no al contrario, en dos mundos interdependientes: el digital y el físico. Dolors Reig, por otro lado, plantea que la verdadera brecha no radica en la cuestión digital, sino que es de aprendizaje. Todo ello podríamos vincularlo de nuevo con el eterno aviso de Jaume Funes, que sitúa la verdadera crisis actual –la cuestión que nos ocupa– en la docencia y no en la adolescencia.

Diferentes autores han estudiado los nuevos procesos surgidos del uso de la red y sus principales efectos. Hay que tener en cuenta los siguientes puntos:

  1. Su uso se convierte en una práctica extendida: una mayoría social se conecta regularmente en su día a día (The Cocktail Analysis, 2012) independientemente de los motivos asociados a su uso (profesional, ocio, etc.). Esta consigna es aplicable a los diferentes grupos de edad.
  2. Se están produciendo cambios importantes en nuestra forma de relación, en el sentido amplio del término (Reig, 2011; Castells, 2007). Se plantean nuevas formas de relacionarnos y exponernos, al mismo tiempo que se modifican procesos muy básicos de nuestros modos de hacer: en el procesamiento y filtrado de información, de memorización, de los procesos de aprendizaje e incluso de los mecanismos clásicos de participación, y de lo que se entiende por privacidad e intimidad. Diferentes estudios están investigando los efectos de estos nuevos mecanismos de funcionamiento.
  3. Pueden existir usos problemáticos que están en periodo de estudio –por su novedad– o bien de transformación –redimensionando problemas ya conocidos. A la comunidad profesional –de la atención social, educativa, psicológica y sanitaria– le preocupan, principalmente, tres tipos de problemas: (1) los vinculados a la sobreutilización y/o posible dependencia (Carbonell, Fúster, Chamarro y Oberst, 2012); (2) los relativos a la cuestión relacional –ciberasedios y derivados– (Avilés, 2013), y (3) los relativos a la existencia de consecuencias en torno al uso simultáneo y convergente de diferentes pantallas (Jenkins, 2008).
  4. En el desarrollo de la labor preventiva carecemos de estrategias validadas de prevención y atención de esos usos. Hay que profundizar en esta cuestión, y plantear cuáles deben ser los canales y las metodologías de trabajo, así como el sentido de referencia y utilidad de los profesionales que trabajan con adolescentes y jóvenes (Funes, 2010).

Características principales del uso adolescente

Son varias las cuestiones que tienen que ver con el uso adolescente y joven de las pantallas (smartphones y otras que permiten la conexión a Internet). Algunas de las principales consideraciones son las siguientes:

Elementos que conforman su identidad: A partir de dos mundos fusionados, virtual y físico, como complementarios

Sherry Turkle (1995) ha analizado desde hace años en profundidad el concepto de las identidades en la red. Inicialmente, habla de la existencia de dos identidades: la virtual y la real. Un concepto que quizá tenía un cierto sentido en el principio de su lógica de estudio, pero poco adaptado a la evolución del fenómeno (se centra sobre todo en juegos tipo Second Life). Y así lo adapta a sus obras posteriores, condicionado principalmente por la irrupción de los smartphones (Alone together, 2011). En un reciente estudio de Busquet y otros autores (2012), se afirma directamente que «los jóvenes y adolescentes valoran la red como una continuación del mundo real, mientras que para los padres se trata de un sitio distinto». Ello significa que la distinción entre identidad real y virtual es un constructo adulto, propio de una generación que hemos vivido antes y durante Internet. Para la generación de adolescentes y jóvenes actuales, los primeros en contar con Internet desde su nacimiento, esta diferencia no es clara. Al contrario, se trata de dos identidades totalmente complementarias, que participan al mismo tiempo en su conformación de identidad general (self). Jaume Funes (2012) escribía que «para la mayoría de los adolescentes actuales pocas cosas tienen sentido sin referencia a ellos. Son en la medida en que están “en línea” y son en la medida en que son imagen. No hay identidad sin perfil de red virtual. No hay sociabilidad sin interacción digital».

Un uso esencialmente relacional

Contar con un smartphone o una conexión a Internet se convierte en un mecanismo clave para poderse socializar (González, M. et al., 2006). Así pues, estar en línea es un mecanismo más de relación, una extensión al mundo «físico», un elemento para quedar en la plaza o para proseguir la conversación iniciada en la calle. Y que también tiene otros fines: ligar, charlar, quedar, discutir, etc.

Herramientas y medios cambiantes pero que se consolidan

Decíamos que la revolución tecnológica se mueve a una gran velocidad. McLuhan (Medium is the message, 1967) ya preveía que estos nuevos entornos irían acompañados de unos ritmos de vértigo. Mientras escribimos estas líneas, las métricas de uso de Facebook nos presentan que muchos jóvenes emigran a Twitter, básicamente, para evitar el control adulto. Estas variaciones constantes se dan en diferentes plataformas y convergen (Jenkins, 2008). Por ello, es preferible hablar de redes sociales e Internet en general más que de aplicaciones concretas.

Ellos y ellas hacen usos distintos

Si en algún tema coinciden diferentes autores es en la diversidad de usos entre chicos y chicas (Bertomeu, 2011; Castaño, 2009; González, M. et al., 2006). La cuestión del género es crucial en la medida en que propone usos distintos. Para el género femenino, toma relevancia la cuestión comunicacional. Ellas charlan más, usan aplicaciones más centradas en la mensajería instantánea. Ellos, por el contrario, son más proclives al juego (videojuegos, MMPPGG, etc.) o la conexión con fines de entretenimiento.

Cambios en el adolescente conectado: la multitarea, la memoria, el procesamiento de la información, la lectura, etc.

Dolors Reig (2013) escribe acerca de las diferentes consecuencias en las lógicas clásicas y básicas de los procesos de aprendizaje y socialización de los adolescentes. Adolescentes y jóvenes son más proclives a simultanear diferentes tareas de baja complejidad (Rosen, 2008). Reig cita a:

  • Small (2009) y sus estudios en que se demuestra mayor rapidez en los procesos de resolución de problemas, en la cuestión decisional (operativa).
  • Sparrow (2009) por afirmar que modifica los aspectos básicos de procesamiento de la información (no hay que memorizar aspectos que sabemos que encontraremos en la red).
  • Lunsford (2008), que trabaja las nuevas direcciones de la alfabetización digital; Bauerlein (The dumbest generation, 2009), que propone la next idea, un nuevo tipo de expresión rápida y precipitada, que busca la próxima idea, sin profundizar.
  • Deresiewicz (2012) y su concepto de infornívoro: la multitarea como una estrategia de adaptación al entorno.

Es evidente que son precisas nuevas formulaciones para este nuevo individuo conectado (Reig, 2011). De modo opuesto, también encontramos a autores que cuestionan cuáles pueden ser las consecuencias de estos nuevos sistemas de funcionamiento. De Pagès (Generació Google, 2012) se posiciona críticamente ante estos nuevos procesos de aprendizaje y gestión de la información, considerándolos superficiales y escasos en profundización.

El smartphone como algo integrado

A diferencia del uso del teléfono móvil clásico, en que las llamadas eran su uso principal, el uso adolescente y joven del smartphone es diferente. El smartphone es el dispositivo a partir del que el chico o la chica mantiene activa su función socializadora durante las veinticuatro horas del día, su proceso de relaciones y su función socializadora (González, M. et al., 2006). Por este motivo, se convierte en una extensión más de su persona. Un apéndice, como diría McLuhan (Medium is the message, 1967).

La exposición pública de su identidad: replanteando la privacidad y la intimidad

La cuestión de datos y derechos en Internet es una de las preocupaciones principales en torno al «lado oscuro de Internet». Existen, sin embargo, enfoques claramente diferenciados: (1) desde una perspectiva jurídico-legal, que trataría la protección y seguridad de nuestra identidad en la red y el funcionamiento en general en el entorno 2.0, y (2) desde una perspectiva psicológica, educativa y/o social, que, por lo que se refiere a nuestro objeto de interés, nos resulta más relevante.

La identidad digital y toda la cuestión relacional asociada han expuesto nuevas formas de relación en el espacio digital y, en consecuencia, en el espacio público. Todo ello redimensiona aspectos básicos y troncales de nuestra intimidad. Reig (2011) introduce el concepto de la intimidad abundante: de qué modo publicamos nuestra vida en línea, aunque condicionada, en cierta medida, a nuestras voluntades. En el universo adolescente, ello deviene sumamente importante. Si bien la población adulta ha sido socializada bajo el marco de protección de nuestra intimidad, hay que replantearse qué sentido tiene este aspecto en el momento actual. La exponencialidad de la red, su velocidad a la hora de transmitir los contenidos y la dimensión que pueden adoptar estos son susceptibles de convertirse en grandes oportunidades, pero también en fuente de preocupaciones si no se gestionan bajo unos mínimos de control Todo ello afecta, sobre todo, a aspectos vinculados con la cuestión académica, profesional y de reputación digital.

Constantemente cuestionamos la exposición pública de chicos y chicas en sus muros y timelines (y de muchos adultos, lo que obviamos). Nos da miedo pensar que aquellas imágenes van a generar obscenidad en mentes perturbadas o problemas en sus escasas posibilidades laborales de futuro. Pero, cada vez más, habrá que aceptar que tanto la dimensión del yo –también del cuerpo– como de las relaciones –líquidas, citando a Bauman– forman parte de esta nueva configuración cultural y relacional. Y, en este sentido, los smartphones, para muchas personas, adolescentes incluidos, funcionan como medios para compartir y conformar sus múltiples y provisionales identidades en interacción constante. Pero queda para otro trabajo todo cuanto tiene que ver con lo que sucede con nuestros datos y derechos.

Dado que se trata de innovaciones con muchas potencialidades, pueden surgir usos problemáticos, por lo que necesitamos un discurso preventivo y formativo en torno a todo ello. En el próximo post, nos centraremos en la forma de propiciar usos responsables, potenciar usuarios autónomos y críticos, y al mismo tiempo establecer los mecanismos básicos de prevención y atención de los riesgos y problemas derivados.

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  • yorlenis | 15 enero 2014

  • Luis Huertas | 17 enero 2014

  • Gracia | 03 junio 2014

  • Equip CCCB LAB | 03 junio 2014

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