Celuloide y autosuficiencia: laboratorios autogestionados por artistas

Ante la desaparición del entramado industrial del celuloide aparece el ingenio y la unión que hace la fuerza, el DIY fílmico resiste y toma el mundo.

Trabajadora del Visual Aids Centre.

Trabajadora del Visual Aids Centre. Archives Office of Tasmania. CC-BY-NC.

De América a Europa, pasando por Australia y Corea, el DIY fílmico resiste y toma el mundo. Primero fue el advenimiento del vídeo, luego la llegada del digital y su implantación en las salas de cine. Los intereses comerciales implicados han hecho que en las últimas décadas el celuloide haya sido desplazado por la imagen electrónica, mermando las posibilidades de quienes quieren seguir trabajando en soporte fotoquímico. Pero, ante la desaparición del entramado industrial (cierre de laboratorios comerciales, cese en la producción de películas y equipamientos), aparece el ingenio y la unión que hace la fuerza. La reapropiación de las herramientas de trabajo, la difusión del conocimiento y la organización colectiva han propiciado, así, un resurgir de la mano de artistas interesados en el cine analógico y que se agrupan en laboratorios autogestionados.

El próximo 28 de febrero, XCèntric programa a Daïchi Saïto, un caso concreto que nos sirve para explicar un fenómeno mundial. Saïto es un cineasta japonés radicado en Montreal, con una obra fuertemente enraizada en el trabajo directo con el cine analógico y con los procesos fotoquímicos, y para el que ha sido fundamental el laboratorio autogestionado por artistas Double Negative. Uno de los muchos que hay esparcidos por todo el mundo, colectivos que hacen posible seguir creando con un soporte cuyas posibilidades están bien lejos de agotarse, por mucho que la industria diga lo contrario.

Es importante señalar que este renacer no tiene nada que ver con la nostalgia: no se apunta a la vuelta al analógico, sino a la convivencia de formatos con posibilidades expresivas distintas. Una postura que no deja de ser un acto de resistencia ante una maniobra industrial especialmente agresiva en los últimos años, con la digitalización de las salas y la práctica extinción del tiraje de copias en 35 mm.

De dónde vienen

Las particularidades del trabajo en cine (que requiere equipamiento y materiales costosos) hizo que las primeras cooperativas empezasen a surgir en los años sesenta, en Estados Unidos y Europa, especialmente ligadas al trabajo de cineastas experimentales, que trabajaban «fuera de la norma», o que practicaban un cine militante. La London Filmmaker’s Co-op, creada en 1966, es una de las primeras en contar con un laboratorio gestionado por los propios artistas (cuyo equipamiento actualmente está en manos de no.w.here). Un caso especialmente interesante es el de la canadiense LIFT (Liaison of Independent Filmmakers of Toronto), que empezó su andadura en 1981 con una estructura cooperativa y que se mantuvo ligada exclusivamente al celuloide hasta 2006, cuando se abrió también al vídeo. Chris Kennedy, su actual director (y también cineasta), cuenta la fructífera convivencia de ambas tecnologías a día de hoy en el LIFT: «hemos trabajado en actualizar viejos equipos sacando partido de las herramientas digitales. Por ejemplo, con nuestra sala de transferencia de HD a película, que adapta un soporte de animación Oxberry usando Arduino para controlar el equipo, y nuestra impresora óptica analógica, que ahora cuenta con un secuenciador digital controlado por un ordenador Raspberry pi. Sin embargo, una parte clave de nuestra estrategia ha sido no tirar nada y hacernos con toda la película que hemos podido encontrar para mantener a la gente activamente ligada a la película».

Pero, más allá de los ejemplos cooperativos surgidos cuando aún el celuloide era la norma, la verdadera ebullición de los laboratorios autogestionados se dio en los años noventa, cuando el cine analógico empezó a peligrar. Studio Een, en Holanda, nació cuando tres estudiantes rescataron el equipamiento de cine que su escuela había desechado al pasarse al vídeo. Es el punto de partida de una red de espacios que aprovechan lo que se estaba convirtiendo en basura para instituciones y empresas: el material de trabajo de cine.

L’Abominable, uno de los más sólidos y ejemplares laboratorios autogestionados, despuntó también en esa primera explosión de los noventa a partir de una experiencia surgida en Grenoble que demostró la viva necesidad de que todo un modo de trabajar sobreviviese. Nicolas Rey, uno de sus fundadores, lo cuenta así: «L’Abominable fue fundado en 1996 por una decena de cineastas que habíamos estado trabajando en el taller MTK de Grenoble el año anterior. Después de un año de existencia, el taller MTK estaba saturado de peticiones de gente de París, Ginebra, Bruselas, Nantes, El Havre, etc., que querían venir a trabajar con nosotros. De modo que organizamos una gran reunión en la que dijimos: “no podemos acoger a tanta gente en nuestro pequeño laboratorio, pero si queréis os podemos ayudar a montar laboratorios en vuestras ciudades, pues sois bastantes en cada lugar como para conseguir al menos un local donde trabajar y donde tener un equipo de revelado mínimo”. Así nació una red de laboratorios en Francia, Bélgica y Suiza a la que llamamos Ebouillanté».

Está claro que la necesidad agudiza el ingenio, y otras iniciativas similares en otras partes del mundo empezaron a nacer por esa razón. Richard Tuohy, del australiano Nanolab, cuenta así sus inicios: «en 2005, cuando se dejó de producir Kodachrome, mi compañera Dianna Barrie y yo tratamos de encontrar un lugar en Australia que revelara Ektachrome, la nueva película que Kodak introdujo. Exasperados, decidimos intentar hacerlo nosotros, e inmediatamente recibimos peticiones de otra gente para hacerlo. Así empezó el Nanolab». El que fuera el laboratorio personal y fuente de ingresos de los artistas terminó originando el Artist Film Workshop (AFW). «Mientras hacemos nuestro propio trabajo y acogemos a artistas en residencia en el Nanolab, AFW ha conseguido crear el contexto para la apreciación y la práctica de la experimentación cinematográfica que anhelábamos», cuenta Tuohy, que empezó a filmar en los ochenta, en medio de una efervescente escena de súper-8 en Melbourne. Del mismo modo surgen iniciativas como el Filmwerkplaats de Rotterdam, el LaborBerlin, el portugués Átomo 47, el Filmkoop Wien y otros muchos laboratorios que se pueden encontrar agrupados en la web www.filmlabs.org.




Precisamente en esta última oleada de resurgimiento, Internet desempeña un papel esencial, como herramienta para compartir y difundir conocimiento, para dar con potenciales miembros e incluso para conseguir equipo. Desde la web de www.filmlabs.org se pueden localizar laboratorios cercanos, se organizan encuentros entre estos laboratorios, se difunden trabajos surgidos en los laboratorios y se comparten recursos. También circulan por la web manuales como el mítico fanzine editado por la animadora estadounidense Helen Hill en los primeros 2000, Recipes for Disaster. A Handcrafted Film Cookbooklet, epítome de la filosofía DIY en su concepción y ejecución, que enseña todo lo necesario para ponerse en marcha, o como To Boldly Go: A Starters Guide to Hand Made and D-I-Y Films, editado por la holandesa Esther Urlus, fundadora del Filmwerkplaats Rotterdam. El saber puesto a disposición de quien quiera utilizarlo.

En la actualidad existen en Barcelona dos laboratorios autogestionados: el Laboratorio Reversible y el Crater Lab. El primero, surgido del esfuerzo de un grupo de individuos heterogéneos por aprender juntos el trabajo con el celuloide, y el segundo, a partir del trabajo del Colectivo Crater en su expansión y apertura a nuevos socios.

Cómo funcionan

Una clave de los laboratorios es su organización horizontal y colaborativa. Según explica Esther Urlus, del Filmwerkplaats Rotterdam, «como asociación, intentamos mantener una estructura de funcionamiento no jerárquica, que quiere decir que todos los miembros han de compartir las tareas y responsabilidades del colectivo. Hacerse miembro no solo significa que puedas trabajar en las instalaciones, sino también que debe haber un compromiso a la hora de organizar actividades y de compartir la carga de trabajo que genera el mantenimiento de nuestro espacio, máquinas y equipamientos».

Un modo de trabajar que comparten estos laboratorios, que, por lo general, funcionan a base de cuotas de los miembros y del dinero que se recauda en actividades como talleres y proyecciones.

En lo tocante al espacio, no todos corren la misma suerte: en algunos casos, el colectivo alquila un local –cuenta Daïchi Saïto que el Double Negative estuvo un tiempo funcionando en su piso–, y en otros casos, como el de Átomo 47 en Oporto o el Filmwerkplaats, cuentan con lugares cedidos por instituciones. Urlus comenta: «somos afortunados, pues como asociación nos acoge el WORM Rotterdam, una organización y espacio para las artes donde eventos de distintas disciplinas como las artes visuales, música y cine tienen lugar». En Australia, como cuenta Tuohy, han de lidiar con el alto coste de los alquileres y con la ausencia de ayudas institucionales. El LaborBerlin, por su parte, empezó en una piscina pública desocupada reconvertida en estudios para artistas y colectivos.

Por lo general, en los laboratorios «se aprende haciendo»: se arranca con sus miembros adquiriendo los conocimientos técnicos necesarios de forma autodidacta y, a medida que el laboratorio crece, se van impartiendo talleres en los que se enseña a los recién llegados a utilizar el equipo y los recursos.

Generar una comunidad es un punto importante de espacios como estos: desde la red internacional más amplia que engloba a los laboratorios hasta la conexión con artistas locales con visiones en común. Es interesante, también, el caso del Laboratorio Reversible, desde el primer momento decidido a integrarse dentro de la vida del barrio de Poble Sec, donde tiene su sede. Según explican, «en las sesiones de filmación que realizamos nos presentamos como vecinos del barrio y explicamos a la gente el proyecto. Les preguntamos si les podemos hacer un retrato. Luego, a cambio de esta generosidad, organizamos sesiones de cine a la fresca en el solar de la Puri y les proponemos que traigan sus películas si es que conservan alguna. Para esas proyecciones, que preparamos en forma de remezcla, invitamos a los vecinos, y muchos de ellos se suman a la experiencia. Los debates que se generan son muy emocionantes, en torno a películas súper-8 familiares, películas encontradas, los propios retratos del barrio, comedias de Hollywood…». Un modo de hacer que ha cristalizado en su proyecto veCINES, que pretende llevar todo esto un paso más allá.




A dónde van

Con una red creciente de laboratorios, parece que hay esperanzas de futuro para el celuloide. Kennedy, del LIFT, ve claro el revival de lo analógico «representado en todo, desde el vinilo hasta la impresión 3D y hasta la fiebre del punto y el ganchillo. Las ventas de película virgen –la cooperativa también vende material a socios y no socios– se han duplicado desde 2013, sobre todo en súper-8, y también hemos visto el uso de nuestro cuarto oscuro multiplicarse en los últimos cuatro años, con lo que está claro que la práctica del cine experimental en analógico goza de buena salud. Con la introducción de la nueva cámara de súper-8 de Kodak a finales de 2016 y el lanzamiento inminente de un nuevo stock de película por parte de Film Ferrania, esperamos que el cine analógico sea una parte vital del trabajo de nuestros miembros al menos durante los próximos cinco o diez años».

Y aún con los suministros de película fuera de juego, hay quienes desde los laboratorios trabajan en la autosuficiencia total creando sus propias emulsiones, como es el caso del estadounidense Kevin Rice (fundador del laboratorio Process Reversal) y de Esther Urlus, que explica: «mi meta es hacer mi propia película virgen de color, para lo que he estado investigando a los pioneros del cine y la fotografía, en unos años en los que hubo multitud de experimentos documentados. Era una especie de código abierto, recursos de acceso libre. Mi objetivo no es hacer una película que registre los colores de forma realista: reinventando la emulsión en color con la ayuda de los pioneros espero conseguir algo completamente diferente y único. En este sentido, pienso que aún quedan innovaciones por descubrir en el cine analógico». Urlus, además, trabaja con el Filmwerkplaats en el proyecto de cooperación europeo RE MI para la creación, preservación y circulación de conocimiento técnico del cine analógico junto con LaborBerlin y MIRE, laboratorio de Nantes.

To be continued

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