El ruido aceleracionista de la petromasculinidad

La exaltación autoritaria del motor de explosión por parte de determinados sectores masculinos se percibe como una declaración de intenciones aceleracionista.

Gran Premio internacional de Motor-cross impulsado en Markelo. 1963

Gran Premio internacional de Motor-cross impulsado en Markelo. 1963 | Dutch National Archives. Wikimedia | Dominio público

La petromasculinidad no es un fenómeno nuevo ni aislado. La cultura del motor siempre ha girado alrededor de un imaginario eminentemente masculino. Después de la revolución industrial, las máquinas se asociaron rápidamente a la masculinidad, y el ruido de la industria se convirtió en un símbolo de fuerza, progreso y dominio sobre la naturaleza. La petromasculinidad y sus prácticas perpetúan esta hipermasculinidad maquinista que asigna al hombre el control sobre los medios de producción y administración del ruido. Los ruidos de la petromasculinidad parecen anunciar una inquietante exaltación aceleracionista y una peligrosa huida hacia delante que da la espalda a los múltiples retos que la sociedad tiene que afrontar urgentemente en el ámbito de la sostenibilidad, la igualdad y la afectividad.

 

The velocity, violence, magnitude, and horrible noise of the engine give universal satisfaction to all beholders, believers or not (…) The noise seems to convey great ideas of its power to the ignorant, who seem to be no more taken with modest merit in an engine than in a man.

James Watt (Carta a Matthew Boulton, 1777)

 

Nous nous approchâmes des trois machines renâclantes pour flatter leur poitrail. Je m’allongeai sur la mienne… Le grand balai de la folie nous arracha à nous-mêmes (…) et voilà tout à coup que deux cyclistes me désapprouvèrent, titubant devant moi ainsi que deux raisonnements persuasifs et pourtant contradictoires.

Filippo Tommaso Marinetti («Le Futurisme». Le Figaro, 1909)

 

El confinamiento decretado el pasado mes de marzo tuvo como efecto colateral una drástica reducción de la contaminación ambiental y de la densidad sonora en los espacios públicos. Uno de los primeros ruidos que volvió a rasgar la inédita serenidad del paisaje sonoro después de la cuarentena fue el de los tubos de escape de coches y motocicletas de gran cilindrada y/o modificaciones mecánicas que incrementan el volumen de sus emisiones acústicas.

Estos ruidos, no obstante, dejaron de ser la antigua molestia pasajera que se soportaba con resignación para convertirse en una inquietante declaración de intenciones (literalmente) aceleracionista. En el contexto de una crisis social sin precedentes, la amplificación premeditada del ruido producido por el motor de explosión parecía estar cargada de nuevas y oscuras connotaciones, y su imposición sobre los otros resonaba, más que nunca, como una provocación anacrónica y autoritaria.

Masculinidad, combustibles fósiles y autoritarismo

El ruido producido por estos tipos de conducción, ejecutada con voluntad performativa por parte de unos conductores que en la práctica totalidad de los casos son hombres, se ajusta de forma precisa a lo que Cara Daggett denomina «petromasculinidad». En su artículo «Petro-masculinity: Fossil Fuels and Authoritarian Desire», Daggett explica cómo los combustibles fósiles participan a menudo en una serie de prácticas de carácter autoritario protagonizadas por determinados sectores masculinos. Una de estas prácticas se conoce con el nombre de rollin’ coal y consiste en modificar un vehículo diésel (normalmente una camioneta 4×4) para aumentar la cantidad de combustible que se inyecta en el motor y producir así grandes cantidades de humo negro a través del tubo de escape.

Más allá de su absurdo carácter recreativo, el rollin’ coal se ha convertido en una forma de protesta y ridiculización de los discursos medioambientales y de las advertencias sobre la emergencia climática. En YouTube hay un sinfín de vídeos grabados por los propios aficionados a esta práctica para dejar constancia del acoso al que someten a conductores de vehículos híbridos, automóviles de marcas asiáticas (rice-burners, en su argot), ciclistas, ecologistas o manifestantes contrarios a las políticas de la administración Trump. Los protagonistas de esta celebración eyaculatoria de la combustión diésel, conocida también con el nombre de pollution porn, son siempre hombres blancos, y sus ataques con humo con frecuencia toman la forma de un escarnio machista y misógino.

Anti-environmentalists make a statement by 'rollin coal' | CNN

La petromasculinidad no es un fenómeno nuevo ni aislado. Tal como ponen de manifiesto multitud de anuncios de automóviles, la cultura del motor siempre ha girado alrededor de un imaginario eminentemente masculino. En estos mensajes publicitarios, la mujer (o, más bien, la imagen de la mujer) aparece como un elemento secundario o como un objeto de deseo pasivo al alcance del hombre gracias a la capacidad de atracción que le confieren las irresistibles características del vehículo anunciado. De forma similar, las mujeres encargadas de encargar los trofeos en las competiciones de automovilismo o motociclismo han sido tradicionalmente cosificadas y presentadas como si fuesen una parte del premio al conductor del vehículo más rápido y potente.

Este sesgo machista también impregna multitud de productos de la cultura popular contemporánea. El ejemplo más flagrante es The Fast and the Furious, una multimillonaria franquicia cinematográfica que desde hace dos décadas perpetúa la equivalencia estereotípica entre potencia de combustión y masculinidad. Solo hay que ver algunos de sus tráileres para comprobar la hiperbólica intensidad testosterónica que destilan las películas de esa saga protagonizada por Vin Diesel (su nombre artístico no puede ser más apropiado) y algunos de los actores más hipermusculados de Hollywood.

Según el análisis de Daggett, la petromasculinidad es una variante de la hipermasculinidad que se nutre de una «convergencia catastrófica» (así la denomina Christian Parenti) entre tres factores: la evidencia de una emergencia climática que reclama medidas urgentes, un sistema económico dependiente de los combustibles fósiles abocado al colapso («capitalismo fósil», en palabras de Andreas Malm) y una comprensión históricamente hegemónica de la masculinidad que cada vez muestra más signos de fragilidad.

El rollin coal sería el ejemplo más extremo de toda una seria de prácticas compensatorias derivadas de las ansiedades que estos tres factores (juntos o por separados) pueden producir entre determinados «agentes de la masculinidad hegemónica». Cuando alguno de estos agentes «se siente amenazado o socavado», escribe Gaggett, a menudo se ve con la necesidad de «inflamar, exagerar o distorsionar su masculinidad tradicional».

Aunque los conductores que modifican el tubo de escape de sus vehículos no están, en principio, adscritos a un discurso explícitamente anti-medioambiental, racista o misógino, la imposición sobre los demás del ruido que producen con su conducción resulta tan indiscriminada y autoritaria como las acciones protagonizadas por los aficionados al rollin coal. Por otro lado, esta erótica sonora del tubo de escape también parece equiparar de forma performativa y compensatoria el ruido de la combustión con una encendida manifestación de autonomía, potencia y virilidad.

Fast & Furious Presents: Hobbs & Shaw - Official Trailer #2 | The Fast Saga

Ruido y petromasculinidad

En su artículo «The Gender of Sound», la poeta Anne Carson examina el viejo estereotipo según el cual el género femenino tendría una mayor predisposición a la incontinencia verbal y sonora que el masculino. Sirviéndose de una serie de ejemplos que van desde las consideraciones de Aristóteles sobre la mujer a las teorías de Freud sobre la histeria, Carson describe cómo la capacidad de continencia sonora se ha considerado a lo largo de los siglos «una característica esencial de la sophrosyne, esa virtud que supuestamente confería prudencia, moderación y autocontrol al hombre». De acuerdo con esta creencia, el hombre «tenía que ser capaz de dejar de lado sus emociones y controlar los sonidos que pudiesen derivarse de ellas» para evitar una conducta afeminada.

Después de la revolución industrial, un nuevo estereotipo de signo contrario fue superponiéndose progresivamente al anterior sin hacerlo desaparecer del todo. Las máquinas se asociaron rápidamente a la masculinidad, y el ruido de la industria se convirtió en un símbolo de fuerza, progreso y dominio sobre la naturaleza. Sin embargo, los excesos verbales y sonoros de la mujer aún se consideraban una muestra de falta de control y de incontinencia emocional. En el año 1777, en una carta dirigida a Matthew Boulton, James Watt alababa el sonido del motor de vapor, describiéndolo como una fuente de «satisfacción universal» y una prueba del poder extraordinario de su invento. Este ruido, aseguraba, era capaz de cautivar incluso a los ignorantes que hasta entonces no parecían estar más impresionados por el mérito modesto en un motor que en un hombre.

En este sentido, resulta interesante que, años después de la invención de la ruidosa máquina de vapor de Watt, fuese precisamente una mujer, Mary Elizabeth Walton, la encargada de diseñar y patentar algunos de los primeros dispositivos orientados a la reducción de los altos niveles de contaminación acústica producida por la industria y el ferrocarril en las ciudades del siglo XIX. Pionera de la lucha por el medio ambiente y las condiciones de trabajo saludables en las fábricas, Walton también inventó un novedoso sistema de filtraje que minimizaba los efectos contaminantes del humo canalizándolos a través de una serie de dispositivos de agua.

En el «Manifiesto Futurista», publicado en Le Figaro en el año 1909, Filippo Tommaso Marinetti también hace una exaltación del ruido de la máquina y describe el automóvil como una «bestia jadeante» que se deja domar si se la acaricia amorosamente sobre el pecho. «Un automóvil que parece correr como la metralla es más bello que la Victoria de Samotracia», afirma el cuarto punto del manifiesto. Marinetti también ridiculiza a dos ciclistas que le recriminan su enérgica e imprudente forma de conducir. Con su proclama erótico-maquinista, Marinetti anticipa los mensajes machistas de anuncios como el del Subaru GL Coupe, donde se compara el coche con «una mujer fogosa que anhela ser domesticada». Las palabras de Marinetti también prefiguran la exaltación autoritaria del motor de explosión que ponen en práctica los aficionados al rollin’ coal y los conductores que modifican el tubo de escape de sus vehículos para aumentar el ruido.

Tal como nos advierte Marie Thompson (autora del libro Beyond Unwanted Sound. Noise, Affect and Aesthetic Moralism, 2017), el hecho de asignar una conducta sonora específica a un género o a cualquier otra categoría identitaria puede ser problemático si esta no se sitúa dentro de un contexto social e histórico determinado. La relación entre ruido y masculinidad ha sido, ciertamente, ambivalente y cambiante a lo largo de los siglos. Si en la época pre-moderna se suponía que los hombres debían emplear la sophrosyne para controlar los sonidos derivados de sus emociones, después de la revolución industrial el ruido de la máquina se convirtió en un atributo afirmativo de la masculinidad moderna y en una forma de demostrar sus méritos.

La petromasculinidad y sus prácticas perpetúan esta hipermasculinidad maquinista que asigna al hombre el control sobre los medios de producción y administración del ruido. Al volante del automóvil o encima de la motocicleta, el hombre puede mantener la actitud hierática que antiguamente dictaba la sophrosyne delegando la producción del ruido a una máquina que funciona como un apéndice de su cuerpo y de su personalidad. Así, el vehículo se convierte en una particular tecnología ventrílocua que confiere al conductor una «segunda voz» y le permite bramar sin necesidad de abrir la boca ni articular palabras.

Tal como lo entendería Jacques Attali (autor del libro Bruits. Essai sur l’économie politique de la musique, 1977), este bramido no es sino el simulacro sublimatorio de una acción violenta y autoritaria. «Hay que aprender a juzgar una sociedad por sus ruidos para comprender mejor hacia dónde nos arrastra la locura de los hombres y qué esperanzas son todavía posibles», escribe Attali. Así, los ruidos de la petromasculinidad se perciben como el anuncio de una inquietante exaltación aceleracionista y una peligrosa huida hacia delante que da la espalda a los múltiples retos que la sociedad tiene que afrontar urgentemente en el ámbito de la sostenibilidad, la igualdad y la afectividad.

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