Dos Grec autogestionados

Qué podemos aprender de las dos primeras ediciones del Grec, un festival autogestionado, igualitario y transgresor en plena erupción política y cultural.

Manifestación de la Assemblea d'Actors i Directors de Barcelona por las Ramblas, 1976

Manifestación de la Assemblea d’Actors i Directors de Barcelona por las Ramblas, 1976 | © Pilar Aymerich | Centre de Documentació i Museu de les Arts Escèniques. Institut del Teatre.

El festival de teatro Grec de Barcelona tiene su origen en una experiencia de autogestión cultural llevada a cabo por los profesionales del espectáculo. 1976 y 1977 son los dos años de este experimento olvidado que ahora rescatamos. La autogestión, el cambio político, la contracultura y las corrientes subterráneas de la historia nos permiten reflexionar también sobre la autogestión y la cultura hoy.

«Los profesionales del teatro se ven obligados a realizar tareas de intendencia en esta empresa helénica que, por encima de todo, tiene un sentido teatral y democrático. Más bien debería decirse que, pegando carteles y vendiendo cervezas, los actores y directores están demostrando su alto nivel de profesionalidad. Vender cervezas puede ser, a veces, un acto tan artístico como necesario.»

Esta era una escena del primer Grec, en palabras del crítico y dramaturgo Jaume Melendres para Tele/eXpres. De esta forma se fundó el festival barcelonés de verano por antonomasia: autogestionado, igualitario y transgresor.

Fue en el año 1976 cuando la necesidad y una fuerza cultural transformadora empujaron a actores y directores de Barcelona a crear el Festival Grec. Con la muerte reciente de Franco, Barcelona era una olla a presión desde el punto de vista humano, político y cultural. Cultura colectiva gestionada por los profesionales del espectáculo y sin ningún tipo de apoyo del ayuntamiento franquista de Joaquim Viola. Este artículo quiere explicar dos años de Grec autogestionado y toda la erupción política y cultural del momento.

Erupción contracultural

La muerte de Franco abrió puertas, a pesar de que el régimen quería morir matando. Eran momentos inciertos y ambiguos en los que la represión acumulada en la vida privada y pública empujaba a los jóvenes a tomar las calles. Pau Malvido, poeta contracultural, testimonio y protagonista de la época, nos cuenta que eran una mezcla de hijos de la clase trabajadora, de la pequeña burguesía, inmigrantes, chicos de barriada, estudiantes de izquierdas, hippies sui generis, esnobs de clase alta en búsqueda de emociones fuertes y todo tipo de fauna descarrilada de la ciudad. Juventud obrera, hippie, freak e inclasificable, que no era demasiado flower power y que no podía olvidar «la mala leche acumulada y los orígenes izquierdistas y barriobajeros del asunto». Malvido nos habla de una borrachera moderna. El «descaro» pasa a ser una arma política cotidiana:

La película política actual va sobretodo de apuntarse a algo, de decir esta boca es mía, de estar diciendo «queremos esto, queremos aquello». Y hay gente a quien le va más el rollo de decir «yo hago esto, yo hago aquello, ¿y qué pasa, eh?». La borrachera moderna es este descaro que empieza a verse, este mensaje de que es el momento de hacer las cosas como a uno le dé la gana.

Como explica Malvido, la autogestión y el fin de una política profética emergían en ese momento.

Evidentemente, no toda la política se movía por estos circuitos contraculturales. Allí había «el Partido», el PSUC y la Assemblea de Catalunya, intentando sumar toda manifestación contra el régimen a su espacio. En su contra, los partidos trotskistas y maoístas. Por otro lado, había también grupos y movimientos antiautoritarios, con vínculos con la CNT, en los que contracultura, autogestión y anarquismo hacían su camino, no sin tensiones.

En su valiosa obra Culpables por la literatura, el historiador Germán Labrador nos habla de la sensación que se tenía en aquel momento de querer «tener muchas vidas». Más allá del trabajo, de la faceta productiva, la penumbra del momento político echaba luz sobre otras formas de vivir. En este sentido, la creatividad (la literatura, el arte, el teatro…) era una herramienta natural para luchar y experimentar.

Teatro, libertad y sandías

Durante la primavera de 1976 se creó la Assemblea d’Actors i Directors de Barcelona (AAD), con los objetivos de dotar a los trabajadores de un sindicato horizontal, dinamizar el teatro y divulgar la idea de que este servicio era público. La Assemblea venía de una lucha sindical, con una huelga estatal de actores, el 1975, contra la precariedad endémica del sector. El director y actor Mario Gas, miembro de la mesa de la Assemblea, nos lo cuenta: «Se negociaron convenios colectivos, se hizo un intento de teatro municipal, y finalmente salió de algunos la propuesta de agrupar la profesión no de forma teórica, sino desde la praxis de nuestro trabajo, que era el teatro.» Este grupo fue el responsable de sacar adelante las dos primeras ediciones del festival Grec, las de los años 1976 y 1977. Un festival que recuperó un equipamiento municipal, el teatro griego de Montjuïc, que en aquel momento hacía dos años que estaba cerrado.

Espectacle "Plou i fa sol" de Comediants. Teatre Grec, 1976

Espectacle «Plou i fa sol» de Comediants. Teatre Grec, 1976 | © Arxiu Comediants

Mario Gas nos cuenta en qué consistió la autogestión:

En aquel momento pensábamos que había un sector empresarial obsoleto y caído, y que todavía no había un sector público fuerte, así que sacamos adelante la autogestión. ¿En qué consistió? En la ADD los delegados sindicales y los miembros de la mesa conseguimos dinero del ministerio de Madrid y de gente afín del ayuntamiento de Barcelona. Con todo esto logramos salarios igualitarios para todos.

La primera edición fue un éxito total. Empezó el 1 de julio con una manifestación por las Ramblas bajo el lema «Teatro Grec 76. Temporada popular, Por un teatro al servicio del pueblo, Teatro y libertad, Por un teatro imaginativo». El texto del programa era de Manuel de Pedrolo, y en el festival se vio todo tipo de teatro, casi el 100% del gremio trabajó allí durante esos días y también durante las míticas siete horas de rock, con actuaciones de Sisa, Pau Riba o Oriol Tramvia. También actuaron cantautores como Lluís Llach o Maria del Mar Bonet, o el portugués Zeca Afonso, autor de «Grândola, Vila Morena». Finalmente, y entre muchas otras cosas, hubo espacio para la danza con el Ballet Nacional de Cuba.

Cartel del Teatre Grec 1976. Assemblea d'actors i directors. Temporada popular

Cartel del Teatre Grec 1976. Assemblea d’actors i directors. Temporada popular | Autor desconocido | © Centre de Documentació i Museu de les Arts Escèniques. Institut del Teatre.

En la crónica del Grec hecha por Carlos González encontramos una crítica de Altirriba en el Dominical del Brusi. En un texto titulado «La sandía derrotó al cojín» nos cuenta como en aquel Grec se produce un cambio en el teatro:

El éxito de la sandía el primer día –se repartieron veintiocho– y el fracaso de las almohadillas –apenas se llegaron a alquilar cinco– supone, para algunos, la puesta en marcha de una nueva política cultural y es, para los más escépticos, un cambio cualitativo de público, un esnobismo.

En el primer Grec no faltaron detenciones de la policía. La «social» apareció para secuestrar números censurados de la revista Ajoblanco y detuvo a cuatro de los organizadores, que al día siguiente fueron puestos en libertad.

Escisión

El festival había sido un éxito rotundo, tanto desde el punto de vista teatral como desde el punto de vista político. Pero las tensiones internas entre distintos sectores echaron a pique aquella expresión de autogestión y libertad. Las palabras de Gas lo ilustran:

Después del Grec, se propuso una adhesión a la Assemblea de Catalunya, que un año más tarde fue disuelta por sus mismos integrantes. Un sector, muy de izquierdas, dijo que, ante esto, se marchaba, y unos cuantos intentamos que no se produjera una separación. Queríamos ser una fuerza progresista consolidada, pero sin firmar cosas que llevaran a disolver la Assemblea. (…) Por muy poco margen no pudo ser, y de allí surgió la escisión entre la asamblea, que se quedó con el nombre y que tenía un carácter más institucionalista, y la Assemblea de Treballadors de l’Espectacle (ADTE), de carácter más libertario y anarcosindicalista.

Gas, que se integró en la ADTE, nos habla de esta nueva organización:

Éramos de distintas tendencias ideológicas, pero lo que compartíamos era la voluntad de romper con todo, y la idea de buscar nuevas vías asociativas, ideológicas y artísticas. Desde aquí organizamos el Tenorio del Born, el Fin de Año en el Poble Espanyol, colaboramos con las jornadas libertarias del 1977 en el Park Güell y tuvimos dieciocho meses abierto el Saló Diana, en la calle de Sant Pau.

El ADTE siguió un camino de experimentación, transgresión y autogestión exitoso, pero también con dificultades de todo tipo, dejando como referentes la representación de un ecléctico Don Juan Tenorio en un Mercat del Born ocupado o la activación del Saló Diana.

Escena de "Don Juan" en el Mercat del Born, noviembre 1976

Escena de «Don Juan» en el Mercat del Born, noviembre 1976 | © Colita | Centre de Documentació i Museu de les Arts Escèniques. Institut del Teatre.

Según la crítica, la edición del Grec del 1977, organizada por lo que quedaba de la ADD, no tuvo la fuerza de la primera edición. A pesar de ello, el Grec 77 recibió la compañía norteamericana Bread and Puppet Theatre, recuperó obras de Miguel Hernández y Salvador Espriu y disfrutó de la actuación de Ovidi Montllor. En la revista Treball, del PSUC, el equipo de crítica «Cul d’olla 2» valoró así el fracaso de la edición:

Se podía palpar en los ánimos de buena parte del público destinatario que la gestión actual no tenía el sentido unitario o autogestionado que había tenido la anterior campaña. Además, en el transcurso de la actividad del Grec 77, la desunión afloró en distintas ocasiones entre la misma profesión que lideraba la comisión responsable. (…) Un saldo negativo, no sólo en el sentido económico, sino también en el terreno de la experiencia, el trabajo, la gestión y el acercamiento del pueblo al teatro. Y esto es lo que resulta más grave.

La Assemblea se disolvió definitivamente, y el verano del 1978 no hubo Grec en Barcelona. En 1979, ya con el ayuntamiento democrático, el Grec volvió, esa vez con gestión pública de la alcaldía socialista. La autogestión desapareció del mapa y el sector cultural se adaptó, peor o mejor, a la nueva política institucionalizada. Debe recordarse también que muchas de las personas que participaron de esa explosión cultural y contracultural frenética no aguantaron el cambio: hubo algunos que fueron marginados, otros claudicaron, otros desaparecieron y, desgraciadamente, también los hubo que murieron.

Autogestión a día de hoy

Pero, ¿cómo nos puede ayudar, a día de hoy, esa experiencia? Actualmente Barcelona está saturada de espectáculos, de cultura. Abordarlo es imposible y la cantidad borra muchas veces el valor de la calidad. Cuando digo calidad, más allá de la excelencia, me refiero sobretodo al sentido de aquel espectáculo, de los afectos que genera en el entorno, de las redes que activa, del impacto que tiene en la ciudad y las personas, más allá del volumen de negocio. Repasar los orígenes del festival Grec y la Barcelona de los setenta no quiere ser un ejercicio de nostalgia, sino un espejo histórico para pensar el presente.

¿Sería posible un festival como ese en la Barcelona de hoy en día? Seguramente una experiencia igual no sería posible. En 1976 se vivía un momento político explosivo, con riesgos y posibilidades. Los trabajadores culturales eran capaces de organizarse sindicalmente. Por otro lado, actualmente vivimos tiempos extraños –se ha reavivado la censura– en los que más que nunca son necesarios artefactos culturales de este tipo: empoderadores, subversivos y radicales. Pero nuestro contexto es antagónico del de 1976: el proyecto democrático partía con fuertes debilidades y, llegadas las crisis estructurales, el estado ha mostrado su cara más punitiva y arbitraria. La cultura también ha cambiado: el espectáculo y el capital lo invaden todo, hasta la última de nuestras facetas vitales. Las nuevas tecnologías han transformado la cultura y nos han inundado la vida de experiencias para consumir sin parar, pero al mismo tiempo han precarizado a los trabajadores que se dedican a ello.

Y, pese a este retrato pesimista, la contracultura, la autogestión y la autoorganización persisten al margen de los grandes negocios del espectáculo de la ciudad. Hasta incluso se reavivan, a pesar de que son realidades poco conocidas y todavía aisladas: experiencias como la del sindicato de músicos SMAC! son un ejemplo de autoorganización. También las ferias autogestionadas de fanzines FLIA, Gutter Fest y Graf, o las irreductibles salas independientes Freedonia o Hi Jauh USB. O los veteranos Ateneu de 9 Barris y El Lokal del Raval, entre muchos otros.

La razón de esta persistencia es difícil de explicar. Son las ganas de rebelarse y de expresarse las que consiguen tirar adelante estas corrientes subterráneas, a contrapelo con la vida cotidiana y el establishment. No hay ningún camino a seguir, sólo hay un cartel de Espai en Blanc en el muro que nos cierra el paso, y que nos anima a saltar: «La mejor lucha es la que se hace sin esperanza.»


González, Carlos (2001). «25 anys de Festival: 1976 -2001». Barcelona: Archivo Grec – Ayuntamiento de Barcelona.

Labrador, Germán (2017), Culpables por la literatura. Imaginación política y contracultura en la transición española (1968-1986). Madrid: Akal.

Malvido, Pau (2004). Nosotros los malditos. Barcelona: Anagrama.

Nazario (2016). La vida cotidiana del dibujante underground. Barcelona: Anagrama.

Ribas, Pepe (2011). Los 70 a destajo. Ajoblanco y libertad. Barcelona: Destino.

Vilarós, Teresa M. (1998). El mono del desencanto. Una crítica cultural de la transición española 1973-1993. Madrid: Siglo XXI.

 

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  • Pere Pedrals | 05 julio 2018

  • Administrador | 06 julio 2018

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