De BTV a Betevé. La televisión imprevisible

Si la primera etapa de BTV supuso una nueva forma de hacer televisión, la actual Betevé promete un nuevo salto basado en la transversalidad y la narración transmedia.

Grabación de un programa de televisión en el estudio Frenckell en Tampere. Finlandia, 1965

Grabación de un programa de televisión en el estudio Frenckell en Tampere. Finlandia, 1965 | Yle Archives | Sin restricciones conocidas de derechos de autor

La televisión como medio ya es historia y los modelos de televisión pública que tenemos en nuestro territorio hace tiempo que se muestran agotados e ineficaces. Así que a la televisión local de Barcelona no le quedaba otra opción que repensarse a fondo y buscar un cambio cualitativo, tanto en la mirada como en la creación de formatos, lenguaje y utilización de la tecnología. Betevé estrena logo, imagen y filosofía, y parece querer conectar con aquella otra BTV que supuso un modelo altamente creativo e innovador, reconocido y aplaudido en diversos artículos y estudios y sobre el que hay un proyecto de documental en marcha.

La historia de Betevé se remonta a 1984, como televisión de distrito. Pero no fue hasta septiembre de 1997 cuando dan comienzo las emisiones del nuevo canal, impulsado en su día por el alcalde Maragall y dirigido por Manuel Huerga, ya consolidado como cineasta, director de las ceremonias de los Juegos Olímpicos del 92 y creador de programas de culto, como Estoc de Pop (1983-1985) o Arsenal (1985-1987). Huerga monta un equipo sólido y entusiasta, formado por algunos trabajadores estables, en general muy jóvenes, y por un buen número de colaboradores de formación variopinta e insospechada. BTV se convierte enseguida en una televisión de espíritu participativo y bastante accesible, en la que se respiraba un entusiasmo contagioso y que parecía tener la capacidad de tomar el pulso real de la ciudad.

Andrés Hispano, realizador, pintor y ensayista, una de las piezas clave de aquel proyecto, recuerda cómo, a pesar del modesto presupuesto, se logró dar la vuelta a muchos esquemas. «En lo técnico, fue la primera televisión digital y de infantería (muchos realizadores, asalariados o autónomos, regulares o de una sola colaboración, profesionales, estudiantes y diletantes de campos diversos: el cine, la videodanza, el teatro, guionistas… O gente con algo que contar, simplemente). Con esa política de puertas abiertas, confiando programas a gente casi desconocida, hay que decir que fueron pocos los proyectos fiasco y muchos los descubrimientos y la creación de equipos de trabajo que, me consta, aún siguen hoy en contacto. Eso es participar en la creación de una generación profesional dentro de tus coordenadas».

El hecho de tener Barcelona como gran marco referencial era otro hecho diferencial importante. Y poco a poco, rememora Andrés, se entendió que era esencial generar un archivo audiovisual de la ciudad. «Reunir el cine rodado aquí, referir nuestros artistas, artesanos, leyendas, músicos, escritores, rincones secretos y garitos de moda. Era una tele con muy poca actividad en el plató, se grababa en la calle. Hoy es justo al revés, todo es plató y se clonan formatos de televisión generalista, abordando temas y personajes cercanos, pero desde una formalidad que no promete ninguna sorpresa. Y esa era la otra gran baza de BTV: que las sorpresas, de un tipo y otro, eran constantes, algunas incorrectas, otras experimentales, aburridas, tronchantes y, bastantes, inolvidables: el programa dedicado a Brossa tras su muerte, rincones de Barcelona perseguidos a lo largo de un año, las charlas diarias de Flavià, los informativos en varias lenguas, programas desde dentro de casas okupas y un sinfín de entrevistas en profundidad a personajes que componen un archivo, todavía hoy, muy consultado».

¿Qué era BTV? | 1998

«Éramos los más pequeños y quisimos marcar la diferencia desde el principio. Queríamos ser singulares, radicalmente distintos», asegura Huerga. Y esa diferencia se llevó también a la parrilla, que buscaba una relación distinta con el espectador. El grueso de la programación estaba formado por piezas muy cortas, de entre dos y cinco minutos, que llamábamos cápsulas y que podían tratar todo tipo de temas, siempre con un gran peso cultural y de ciudad. Y a partir de las diez, el ritmo se apaciguaba y las «noches temáticas» permitían el tratamiento en profundidad de cuestiones diversas, muchas veces en forma de documental de producción propia.

Andrés prosigue: «En aquella BTV algunas áreas de programación trabajaban sin comisarios de ningún tipo y las fricciones con el Ayuntamiento fueron habituales, por expresar opiniones o mostrar puntos de vista “incovenientes” o divergentes. No obstante, no recuerdo actos de censura ni represión a destacar. Creo que Huerga hizo de rompeolas en muchas ocasiones, no dejando que nos llegasen esas presiones, que seguro las hubo aunque seguramente más dirigidas a informativos, ni tampoco las fatídicas listas de audiencias… Competíamos contra nuestra propia ambición, según los medios permitiesen. Los medios y las juergas, porque esa era una tele con un centenar casi de personas que arrojaban una media de 23 años, creo recordar, y eso deja espacio para mucho despiste. O aprendizaje, según se mire».

Entre juerga y juerga, en Via Laietana 48 también hubo espacio para la innovación tecnológica y la narrativa transmedia, antes de que el propio término existiera. Desde los videomatones (cualquier ciudadano podía grabar su mensaje a cambio de una moneda), hasta la emisión del primer chat en directo, en un momento en que internet apenas estaba echando a andar, o Moebius, la carta de ajuste, donde la pantalla se llenaba de imágenes (peces, pompas de jabón, preservativos, una hoguera…) con una música relajante, «una forma perversa y sibilina de contraprogramar los productos de madrugada de otras cadenas», explica Huerga.

La revisión del archivo de aquella BTV probablemente arroje la fotografía de una ciudad efervescente que todavía desarrollaba estrategias de renovación, revitalización y reequilibrio urbano, en busca del luego tan desgastado modelo Barcelona.

Cambio de marca | betevé

«La etapa Huerga se anticipó a muchos de los cambios que al final se acabaron produciendo. Huerga entendió que internet sería disruptivo y enseguida lo incorporó, en un momento en que la prensa tradicional no estaba atenta a este asunto porque no veía negocio», afirma Sergi Vicente, el actual director de Betevé, que cogió el relevo de Àngel Casas en 2015 y que está llevando a cabo una nueva transición digital. «Con el enfoque transmedia se multiplican las oportunidades para llegar al usuario, la diversidad de plataformas pretende fomentar la interacción y conquistar a un público más amplio».

Algo del espíritu de la etapa inicial se respira en esta nueva época, que ha apostado por reformularse a través de un cambio de imagen, de nombre (en el que desaparece el concepto «televisión»), de filosofía y de formatos, y con una apuesta decidida y firme por la cultura, la ciencia, la tecnología y lo social. Una nueva imagen, a cargo de Folch Studio, que pretende impulsar un mensaje más creíble y reorientar la mirada sobre la ciudad, apostando por una proximidad más emocional que geográfica.

Ahora falta ver si esta nueva apuesta conseguirá tener la incidencia que consiguió aquella etapa presidida por un ojo, obra del diseñador Peret, que todo lo observaba. Ya que, como dice el propio Huerga en un deje de nostalgia: «BTV era más que una escuela, era una Factory, en el sentido más underground y más pop del término. Y eso ya no volverá. Hemos tenido suerte de vivirlo».

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